¿Por qué nos deprimimos?
Explorando las causas y las vías para la recuperación
Todos queremos ser felices, y vivir una vida agradable y gratificante. Física, mental, social y espiritualmente, deseamos que todas nuestras necesidades estén satisfechas y que no nos falte nada. Pero no vivimos en un mundo perfecto, y hasta que el Paraíso sea restaurado, todo hijo e hija de Adán y Eva sufrirán el dolor de vivir vidas quebrantadas en un mundo quebrantado. Desde luego que podemos tener felicidad y sentirnos realizados, pero tarde o temprano el dolor, las carencias y las necesidades salen a la luz en la vida de todos. Nadie está exento de esto.
El polo opuesto de la felicidad es la desesperación y la depresión. Podemos pasar por una depresión cuando la discrepancia entre lo que debería ser y lo que es se hace muy grande; cuando el objetivo para el que fuimos creados y lo que necesitamos no coincide con lo que tenemos y recibimos. Cuando nuestra alma y nuestro cuerpo están desnutridos o dañados física, mental, social o espiritualmente, pueden sobrevenir sentimientos de dolor y una sensación de vacío.
¿Qué es la depresión?
La depresión es uno de los trastornos más extendidos y más debilitantes del mundo de hoy. La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que la depresión es la principal causa de discapacidad en el ámbito mundial, y contribuye de forma muy importante a la carga mundial general de morbilidad.1 Es algo tan común que muy probablemente la encontremos en algún conocido, o incluso en nuestra vida.
La depresión es una gama de trastornos caracterizados por un estado de ánimo decaído, y falta de interés y energía. La depresión lentifica los pensamientos y las reacciones, empobrece los sentimientos, y altera funciones corporales como el sueño y el apetito. Los diferentes tipos de depresión pueden tener distintos causantes y requerir diferentes estrategias para su tratamiento.
La tendencia señala que las mujeres sufren de depresión más a menudo que los hombres. Y la depresión es más frecuente en países de altos ingresos que en los de bajos ingresos. El dinero no protege del dolor, el vacío y la desesperación. Una de cada cinco personas sufrirá depresión clínica en algún momento de su vida, y muchos más tendrán síntomas de depresión. Una persona que haya enfrentado la depresión una vez tiene un riesgo mayor de volver a padecerla nuevamente. Por lo tanto, es importante analizar qué cosas nos hacen vulnerables a la depresión, y contrarrestarlas en la medida de lo posible.
En la depresión, el cerebro queda enfrascado en ciclos viciosos de pensamientos y emociones negativos, que se alimentan el uno al otro, sin dejar lugar a pensamientos y emociones positivos. Esta negatividad se apodera de la vida interior, y expulsa el optimismo, la energía, los intereses, los placeres y la esperanza. Aquellas cosas que dan significado a la vida y nos hacen disfrutar de ella se desvanecen. Cuando el cerebro se encuentra en un estado depresivo, está sensibilizado para asirse de toda cosa negativa: una cara triste, un comentario desafortunado, la lluvia, las malas noticias, etc. El cerebro advierte y amplifica todo lo que condiga con su estado depresivo.
Paralelamente, una sonrisa o una pequeña cortesía, una cena maravillosa, flores hermosas, un feriado cercano o una reunión familiar ahora ya no tienen brillo. Este sesgo negativo hace que para una persona deprimida sea difícil sentir con sus sentidos y emociones, y pensar en lo que es o podría ser positivo. El sentido de la vida –todo lo que le daba color, sabor, significado y contenido– puede percibirse como una cosa del pasado, algo que nunca volveremos a disfrutar.
Vulnerabilidad ante la depresión
Muchas cosas nos pueden hacer proclives a sufrir depresión. Si bien podemos hacer mucho para optimizar nuestra salud, muchas cosas están más allá de nuestro control.
Sin embargo, del mismo modo en que aceptamos que todos tienen dolencias físicas, debemos entender y aceptar que las dolencias mentales también son parte de la experiencia de ser humanos en un mundo quebrantado. Creer en Dios, aceptar el regalo de la salvación que ofrece Jesús y estar llenos del Espíritu no nos libran, necesariamente, del dolor y del sufrimiento psíquico. Pero podemos encontrar consuelo y esperanza en saber que nuestro Creador amante nos conoce a nosotros y a nuestro sufrimiento.
La genética, el temperamento, experiencias adversas en la vida, trastornos físicos y un estilo de vida poco sano nos vuelven proclives a la depresión. Como cualquier otra enfermedad física, la depresión puede ser hereditaria, en parte por la genética y en parte por los patrones aprendidos para tratar con las emociones, los pensamientos, el comportamiento y las relaciones. Las personas preocupadas, dogmáticas, rígidas y que esconden los sentimientos pueden correr un mayor riesgo de sufrir depresión.
Los traumas provocados por abuso, negligencia, pérdidas y otros acontecimientos negativos en la vida, especialmente en los primeros años de vida, pueden aumentar la vulnerabilidad, al volvernos más sensibles a las amenzas y las decepciones que percibimos. La soledad, las relaciones disfuncionales o una falta de contenido significativo y realizador en la vida podrían llevar a sentir una sensación de vacío. Varios trastornos orgánicos pueden causar síntomas depresivos, lo que hace que sea importante identificar y tratar tales trastornos.
Actualmente, se está comenzando a ver con esperanza una comprensión de la relación que podría existir entre la depresión y las alteraciones inmunológicas, la composición de la flora intestinal y el microbioma. Por otro lado, cierto tipo de medicamentos producen depresión, como efecto colateral; por lo tanto, toda prescripción farmacológica debe evaluarse, si alguien está sufriendo síntomas depresivos. Cuando el estrés se prolonga en el tiempo, se segregan hormonas neurotóxicas que pueden llegar a alterar la arquitectura del cerebro. Esto podría llevar a la depresión, porque afecta negativamente la concentración, la memoria, el aprendizaje, la planificación, la reflexión y los sentimientos.
Cuando el cerebro sufrió cambios, la recuperación toma tiempo, ya que no solo se necesita cambiar el estado de ánimo, sino también el componente cerebral o neurológico que produce ese estado de ánimo.
Por último, el estilo de vida puede jugar un papel importante en el desarrollo de la depresión, así como también en la recuperación de ella. En general, todo lo que hace bien al organismo le hace bien a la mente, y viceversa. Necesitamos dormir, consumir alimentos saludables, hacer ejercicio regularmente, exponernos a la luz solar y descansar. Estas cosas pueden ayudarnos a tener vidas no solo más largas, sino también más felices. Por el contrario, cuando nuestro cuerpo y nuestra mente no reciben lo que necesitan, o si utilizamos sustancias dañinas como alcohol o drogas, nuestra salud mental y física se perjudica. Pero incluso si hacemos todo bien, muchos otros aspectos de la vida pueden golpearnos y arrojarnos en un estado depresivo.
Salir de la depresión
Romper el círculo vicioso de pensamientos y sentimientos negativos, librarse, y hacer cambios apropiados y necesarios para el estilo de vida, puede ser tarea difícil, pero vale la pena el esfuerzo.
Siempre es aconsejable buscar ayuda –un aporte externo– de alguien que pueda interrumpir y desafiar los círculos viciosos de pensamientos y sentimientos, ya sea un amigo, un familiar o un profesional de la salud. Cuando los síntomas depresivos afectan la calidad de vida y el desempeño, es necesario buscar ayuda profesional, por la cual se haga un examen físico minucioso, así como también counseling o psicoterapia. En depresiones fuertes, el uso de medicación y otras formas de tratamiento pueden ser de gran ayuda, al procurar reiniciar los pensamientos y los sentimientos.
Esperanza en medio de la depresión
Muchos hombres y mujeres famosos sufrieron de depresión. Los podemos encontrar en la Biblia y en la historia secular. Ni las grandes mentes ni los devotos creyentes se salvan de la depresión. Abraham Lincoln, antes de ser elegido presidente de los Estados Unidos, pasó por una profunda depresión, y describió su sufrimiento con elocuencia: “Soy ahora el hombre más infeliz de los hombres vivos. Si lo que siento se pudiera distribuir en partes iguales a toda la familia humana, no habría un solo rostro sonriente en este planeta. ¿Alguna vez estaré mejor? No lo puedo saber; tengo el horrible presentimiento de que no lo estaré. No puedo seguir viviendo así, creo que debo mejorar o morir”. 2
Para alguien deprimido, la idea de que estará siempre en las profundidades de la depresión es casi insoportable. Un síntoma típico de la depresión es pensar que nunca se terminará. Así como Abraham Lincoln, muchos deprimidos preferirían morir a continuar sufriendo el dolor y el vacío de la depresión.
Con todo, esto no significa que la persona deprimida realmente quiera morir. Lo que quieren, simplemente, es que el sufrimiento se acabe. Y, cuando ya todas las esperanzas parecen estar perdidas, el suicido se ve como la única salida. La desesperanza y el aislamiento son grandes factores de riesgo que llevan a abandonar la fe en el futuro y terminar con el sufrimiento acabando con la vida. Por esto, una persona deprimida necesita tener conexión con otros, personas que se relacionen con ella, que la escuchen sin juzgarla, que le hablen con compasión y le traigan esperanzas.
Así como Aarón y Hur sostuvieron en alto los brazos de Moisés durante las largas horas de batalla (Éxo. 17:12), quien está deprimido puede necesitar de otros que sostengan su esperanza en la hora de su batalla. Casi todo en este mundo es transitorio; afortunadamente, con la ayuda y el apoyo adecuados, la depresión a menudo también lo es.
Para quienes están deprimidos, el desafío es no darse por vencidos cuando tocaron fondo y perderse el futuro que ahora no pueden ver desde el foso de la depresión. Para quienes se han dado por vencidos, quienes simplemente no pueden soportar más y desean acabar con todo, podemos estar confiados en que tenemos un Dios compasivo que conoce el dolor y el sufrimiento de cada una de sus criaturas; un Dios que está presente y que sufre con quienes sufren.
En la batalla cósmica entre el bien y el mal, aunque no sepamos bien el porqué, Dios suele abstenerse de intervenir en el presente. Por mucho que lo desee hacer, no puede librarnos de las consecuencias de vivir en un mundo quebrantado. No importa cuáles sean nuestras cargas en esta vida, siempre debemos buscar consuelo y fuerzas en Dios y en otros seres humanos y profesionales, y sobrellevar los unos las cargas de los otros (Gál. 6:2).
Para algunos, la experiencia de la depresión puede ser un punto de inflexión. Examinar nuestra vida puede motivarnos a cambiar para bien, porque nos ayudará a aprender de nuestros errores, evaluar lo que queremos y necesitamos, y determinar lo que es realmente importante. Enfrentar la depresión puede llevarnos a tener una experiencia de vida nueva, más profunda, más rica y más significativa.RA
Referencias:
1 www.who.int/mediacentre/factsheets/fs369/es
2 Carta a John Stuart, 23 de enero de 1841.
LEE MÁS:
Buenas tardes. Soy residente de psiquiatría. Me encanta poder tener el enfoque de la iglesia adventista sobre temas de psiquiatría. Al estar en l as residencia en el cual la parte.espiritual no entra a tallar es vittal su punto de vista. Me gustaria saber más de su labor como psiquiatria adventistas. Atentamente. Abel Mario Jove.