LA PERSONALIDAD DEL ESPÍRITU SANTO

Una respuesta a argumentos que la niegan.

Quienes no aceptan la personalidad del Espíritu Santo han esgrimido diversos argumentos. A continuación, vamos a responder a algunos de ellos.

¿Una fuerza activa?

Ciertos antitrinitarios insisten en que el Espíritu Santo es una fuerza, o poder, impersonal. Lo débil de esta idea está en el hecho de que la Biblia contiene declaraciones en las que se distingue al Espíritu Santo del poder de Dios. Si el Espíritu Santo fuera un poder semejante a “la electricidad”, entonces los siguientes textos bíblicos carecerían de sentido. Entre corchetes reemplazaré “Espíritu Santo” por “poder/fuerza”:

“Y Jesús volvió a Galilea lleno del poder del [poder/fuerza], y su fama se difundió por toda la región” (Luc. 4:14).

“ […] acerca de Jesús de Nazaret, a quien Dios ungió con el [poder/fuerza] y con poder” (Hech. 10:38).

“El Dios de esperanza los llene de todo gozo […], para que abunden en esperanza por el poder del [poder/fuerza]” (Rom. 15:13).

“Con potencia de señales y prodigios, mediante el poder del [poder/fuerza]” (Rom. 15:19).

“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del [poder/fuerza] sean con todos ustedes” (2 Cor. 13:13).

¿Cuánto sentido tiene hablar de la “comunión del poder”, o de abundar “en esperanza por el poder del poder”, o que Jesús volvió “lleno del poder del poder”? Ninguna de estas declaraciones tiene sentido si se pretende sostener que el Espíritu Santo es como una fuerza activa o un poder que emana de Dios. No así si se entiende que el Espíritu Santo es una Persona divina, con quien se puede tener “comunión”, o de quien se puede recibir “poder” cada vez que sea necesario.

Género neutro

Otro argumento sostiene que la palabra griega para Espíritu (pneuma) es neutra, no masculina ni femenina. Argumentan con esto que el Espíritu Santo es una fuerza impersonal. Sin embargo, en griego la palabra “niño” (pedíon) también es una palabra neutra en su género, y describe a alguien y no a algo (Mat. 2:13, 14, 20, 21; Luc. 18:17). Lo mismo ocurre con la palabra neutra brefos, “bebé”, “niñito” (Luc. 2:12), o tekníon, que puede designar tanto a un niño como a una niña (Juan 13:3; 1 Juan 2:1). En griego, el género no es sexual sino gramatical; por eso, pneuma puede referirse a seres personales como los espíritus inmundos (Mat. 8:16; 10:1; Mar. 5:2, 8), o los ángeles de Dios (Heb. 1:13, 14) y no necesariamente a “algo”.

¿Personificación?

Otro argumento antitrinitario consiste en interpretar las características personales del Espíritu Santo como meras personificaciones. Según esta visión, así como la Biblia expresa que la sabiduría tiene hijos (Luc. 7:35) y denomina “reyes” al pecado y la muerte, (Rom. 5:14, 21), al Espíritu Santo también se lo personifica cuando se dice que habla, se entristece, o le agrada algo.

Personificar es atribuir características de los seres racionales a cosas inanimadas o abstractas. Sin embargo, la personificación es una excepción en la Escritura, y no una regla. Así, de todas las veces que aparecen estrellas en la Biblia, solo una pequeña fracción es personificada y el resto aparece en su uso normal. Lo mismo con la sabiduría y el pecado. Quienes insisten en la personificación del Espíritu Santo tendrían que admitir que en el Nuevo Testamento estaríamos frente a un caso sin precedentes, puesto que la mayoría de las veces el Espíritu aparecería personificado. Sin embargo, una lectura cuidadosa de los textos nos muestra que el contexto no sostiene una posición tal. Cuando leemos Hechos 10:19 y 20, nos preguntamos: ¿Es esto personificación o fue una experiencia real y literal? El contexto ¿indica que esta experiencia se relató en un lenguaje literal o figurado? En este caso, el Espíritu Santo habló directamente con Pedro, sin intermediarios, en un contexto claramente literal. Por otro lado, si el Espíritu Santo no es un ser real, entonces ¿quién habló? ¿Puede un ser no real conversar con humanos reales? El argumento de la personificación del Espíritu no cuadra en cada contexto, ni con el resto de la Biblia. Así, tiene mucho más lógica aceptar la personalidad del Espíritu Santo que negarla.

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