¿POR QUÉ COMEMOS LO QUE COMEMOS?

Nuestra fe requiere que elevemos las normas de la Reforma Prosalud.

La reforma prosalud es una parte importante del mensaje del tercer ángel; y como pueblo que profesa esta reforma, debemos avanzar continuamente y nunca retroceder. Es una gran cosa que podamos asegurarnos la salud acatando las leyes de la vida, y muchos no lo han hecho. Gran parte de las enfermedades y los sufrimientos que abundan entre nosotros son el resultado de la transgresión de las leyes físicas, producto de los propios malos hábitos de la gente.

Nuestros antepasados nos han legado costumbres y apetitos que están llenando el mundo con enfermedades. Las consecuencias de los pecados que los padres cometen al complacer los apetitos pervertidos recaen dolorosamente sobre los hijos hasta las generaciones tercera y cuarta. La mala alimentación de muchas generaciones, los hábitos de glotonería y desenfreno de la gente, han hecho que se llenen nuestros hospicios, prisiones y manicomios. La intemperancia en el consumo de té, café, vino, cerveza, ron y brandy, además del uso de tabaco, opio y otros narcóticos, ha producido una gran degeneración mental y física que crece constantemente.

¿Son estos males que azotan a la raza humana un resultado de la providencia de Dios? No; en realidad, existen porque la gente ha vivido en forma contraria a su providencia y todavía continúa ignorando sus leyes irresponsablemente […]. No tenemos derecho a violar caprichosamente un solo principio de las leyes de la salud. Los cristianos no deben aceptar las costumbres y las prácticas del mundo.

La historia de Daniel se registró para beneficio de nosotros. Él eligió una conducta que lo hizo sobresaliente en la corte del Rey. No se conformó a los hábitos alimentarios de los cortesanos, sino que propuso en su corazón no comer las carnes de la mesa del Rey ni beber sus vinos. Esta decisión no fue tomada a la ligera ni de modo vacilante, sino que lo fue con inteligencia y practicada resueltamente. Daniel honró a Dios; y en él se cumplió la promesa: “Yo honraré a los que me honran” (1 Sam. 2:30).

Los que sirvan a Dios con sinceridad y verdad constituirán un pueblo peculiar, diferente del mundo y separado de él [1 Ped. 2:9]. Sus alimentos no serán preparados para complacer la glotonería o gratificar el gusto pervertido, sino para obtener de ellos la mayor fortaleza física y, en consecuencia, las mejores condiciones mentales […].

La gratificación excesiva en la comida es un pecado. Nuestro Padre celestial ha derramado sobre nosotros la gran bendición de la reforma prosalud para que lo podamos glorificar obedeciendo las demandas que hace de nosotros. Los que han recibido la luz acerca de este importantísimo tema tienen el deber de manifestar un mayor interés por los que todavía sufren por falta de conocimiento.

Los que esperan el pronto regreso de su Salvador no deberían manifestar una falta de interés en esta gran obra de reforma. La acción armoniosa y saludable de todas las facultades del cuerpo y de la mente produce felicidad; mientras más elevadas y limpias sean estas facultades, más pura y genuina será la felicidad. Una existencia sin propósitos es una muerte en vida. La mente debería preocuparse de los temas que se refieren a nuestros intereses eternos. Esto contribuirá a la salud del cuerpo y la mente.

Nuestra fe requiere que levantemos las normas de la reforma y demos pasos de progreso. Debemos separarnos del mundo si queremos que Dios nos siga aceptando. Como pueblo, el Señor nos amonesta: “Salid de en medio de ellos, y apartaos […] y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2 Cor. 6:17). Puede ser que el mundo los desprecie por no conformarse a sus normas, ni participar en sus diversiones disipadas ni seguir sus costumbres perniciosas; pero el Dios del Cielo ha prometido recibirlos y ser para ustedes un padre: “Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (vers. 18).


Texto extraído de la Review and Herald, 29 de julio de 1884. Publicado en español en Consejos sobre la salud, pp. 48-51.

  • Mensajera del Señor, escritora y predicadora, Elena de White (1827-1915) fue una de las organizadoras de la Iglesia Adventista. Entre sus muchos escritos se encuentran cientos de valiosas cartas.

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