La oración es un puente hacia una relación más profunda con el Señor. Al orar por los demás, mostramos empatía y compromiso con el bienestar de nuestro prójimo. Abraham, el padre de la fe, intercedió con osadía y perseverancia por la ciudad de Sodoma; no solo por su sobrino Lot y su familia, sino
también por los inocentes de la ciudad. Moisés intercedió con fervor y determinación por Israel, rogando a Dios que perdonara su pecado. Y Jesucristo es el Intercesor por excelencia. Juan 17 muestra a Jesús orando por sus discípulos y por todos los que creyeran en él.
Estos pocos ejemplos, entre muchos otros, demuestran que la oración intercesora es un componente esencial de la fe y la fraternidad. Aquí comparto contigo algunas ideas para tener una vida de oración intercesora exitosa:
1. Establece un lugar y un momento específicos para orar cada día.
2. Haz una lista de personas y pedidos por los que deseas orar.
3. Incorpora pasajes de las Escrituras a tus oraciones, alineando tus peticiones con la voluntad de Dios.
4. Ora con fe y perseverancia.
5. Participa en grupos de oración, ya que proporcionan apoyo y contención.
6. Agradece a Dios por las respuestas a tus oraciones, aunque no sean las que esperabas.
Elena de White nos invita a orar pidiendo bendiciones para que podamos bendecir a otras personas e interceder por nuestra familia, por nuestros hermanos y hermanas en la fe, y por quienes necesitan ser alcanzados para la salvación. “Hay a vuestro alrededor aquellos que sufren desgracias,
que necesitan palabras de simpatía, amor y ternura, y nuestras oraciones humildes y compasivas” (La oración, p. 246). “Al llamar a Dios nuestro Padre, reconocemos a todos sus hijos como nuestros hermanos. Todos formamos parte del gran tejido de la humanidad, todos miembros de una sola familia.
En nuestras peticiones, debemos incluir a nuestros prójimos tanto como a nosotros mismos. Nadie ora correctamente si solo pide bendiciones para sí mismo” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 98; énfasis añadido).
Conocí a la hermana Yolanda cuando era adolescente. Era incansable en su fe, dedicada a su familia y a la iglesia. Mantenía una conexión constante con Dios a través de la oración y la lectura de la Biblia, la cual leyó más de treinta veces. Ayunaba todos los sábados. Se esforzaba por educar a sus siete hijos. Su marido gastaba casi todo su sueldo en alcohol, lo que exponía a la familia a problemas económicos y de violencia. Más de una vez, los propios niños tuvieron que sujetar a su padre para evitar recibir maltrato. El padre intentó acabar con la vida de Yolanda varias veces. En una ocasión, apretó el gatillo de su revólver en dirección a la mujer y sus hijos, pero el disparo falló. Luego disparó dos veces al suelo, e hizo dos agujeros. Tenía una fuerza extraordinaria. Muchas veces intentó quitarle la vida a su esposa mientras dormía.
“NADIE ORA CORRECTAMENTE SI SOLO PIDE BENDICIONES PARA SÍ MISMO”.
La hermana Yolanda se aferró a las promesas de Dios. Siguió un plan de oración intercesora diaria, perseverancia y ayuno semanal. Llevaba a sus hijos pequeños a la iglesia e intentaba ganarse el corazón de los mayores. Uno a uno, sus hijos se fueron bautizando. Hoy son líderes y participan activamente en la iglesia.
Durante cuarenta años oró por la conversión de su marido. Finalmente, Benedito, su esposo, superó el alcoholismo, se entregó a Jesús y fue bautizado. Gracias a su testimonio y a su vida de oración, 52 de los 69 miembros de su familia ahora abrazan la fe adventista. Ella y su esposo descansan en la seguridad de la promesa del segundo advenimiento de Cristo y esperan la gloriosa mañana de la resurrección.
Vivimos en un tiempo solemne, en el que todos debemos preguntarnos: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Oremos más y mejor, renovando nuestros hábitos de fidelidad y compromiso con la oración intercesora. Intercedamos por aquellos a quienes queremos ver en el Cielo, nuestros hermanos y
hermanas, nuestra familia y todos aquellos que necesitan ser alcanzados por el mensaje de esperanza.
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