BREVE Y BUENO

9 febrero, 2023

La pequeña extensión del Salmo 117 no hace justicia a su profundo significado.

Malabares cronológicos mediante, febrero es el mes más corto del año. Desde luego, esto no siempre ha sido así. Debemos recordar que los primeros calendarios llegaron de la mano de los egipcios (con un calendario solar de 365 días). Siglos más tarde, el Imperio Romano desarrolló sus propios calendarios. Sus sistemas de medición anual tenían solo 10 meses y un total de 304 días. Además, el año se iniciaba en marzo y culminaba en diciembre (el mes décimo). Los actuales “enero” y “febrero” no existían como tales, ya que –como era invierno– preferían no tenerlos en cuenta.

Fue Julio César (100 a.C.-44 a.C.) quien reinstaló el año de 12 meses y 365 días. Así, los meses impares contarían con 31 días (marzo, mayo, julio, septiembre, noviembre y enero) y los meses pares tendrían 30 (abril, junio, agosto, octubre y diciembre). ¿Y febrero? Como este se trataba del último mes, se quedó con 29 días.

En 1582, el papa Gregorio XIII estableció un nuevo calendario. Él fue quien determinó que el año tendría 12 meses y 365 días, pero que cada cuatro años se sumaría un día extra en febrero.

Como febrero, el Salmo 117 es el capítulo más corto del libro y también de toda la Biblia. Como febrero, también puede ser dejado de lado, no tomado en cuenta o abandonado hacia el último lugar. Pero su pequeña extensión no hace justicia a su profundo significado.

Sobre este canto breve, Lutero se explayó ampliamente. En su entender, describió cuatro categorías trascendentes:

1-La profecía: Los gentiles participarán de las bendiciones del evangelio, ya que dice: “¡Alaben al Señor, naciones todas! ¡Pueblos todos, alábenlo!” (Sal. 117:1).

2-La instrucción: Somos salvos por fe y no por obras,  ya que dice: “Porque engrandeció su constante amor hacia nosotros” (Sal. 117:2).

3-La revelación: El Reino de Dios es celestial y eterno, ya que dice “La fidelidad del Señor es para siempre” (Sal. 117:2).

4-La amonestación: Debemos agradecer a Dios por una salvación tan grande, ya que dice: “¡Alaben al Señor!” (Sal. 117:2).

¡Cuánta riqueza escondida en solo dos versículos!

Por eso, en este mes donde realizamos como iglesia un énfasis en la oración, este corto capítulo debe llevarnos a la reflexión y a la acción sobre varios aspectos. Veamos:

Este es un tiempo para alabar a Dios. Este Salmo se encuentra en una sección a la que los judíos denominaban “Hallel” (es decir, “Aleluya”) y que comprendía los salmos 113 a 118. En una época en la que se rinde culto al egoísmo y al hedonismo –y es posible deslizarnos fácilmente al terreno frágil de las miradas a uno mismo–, el llamado a levantar la vista y adorar a Dios en dichosa sumisión se constituye en un auténtico desafío personal.

Este es un tiempo para recordar la misericordia de Dios. La razón de la alabanza no es un sometimiento irracional o basado en el terror a un ser Todopoderoso. No. Tiene un fundamento (inexplicablemente) lógico: el amor de Dios hacia nosotros. Su amor no solo es grande en profundidad y altura (Efe. 3:17-19; Rom 5:20; 1 Tim 1:14). También es duradero.

El texto dice que su misericordia “se engrandeció”. Se usa aquí el término hebreo gabar, que significa “fuerte”, “valiente”, “prevalecer” y “subir”. También implica la idea de algo poderoso. Mediante la muerte y la resurrección de Jesús, el Cielo ha vencido universalmente al pecado, nuestro gran enemigo. La promesa divina es para nosotros hoy: Él nos dará fortaleza para que podamos derrotar nuestros pecados personales.

Este es un tiempo para reimpulsar nuestra misión mundial. Así como las noticias de todo calibre son tendencia rápidamente en las redes sociales, tenemos el privilegio y la responsabilidad de llevar el mensaje adventista a todas partes, sin distinción de razas, lenguas o naciones. El llamado salvífico de Dios es para toda la humanidad; más allá de que –tristemente– no todos aceptarán este don.

Estamos ante un salmo misionero, y la pregunta que emerge es si formamos parte diariamente de esta misión global. No se puede alabar a quien no se conoce. No podemos invitar a todos a alabar a Dios si antes no les presentamos a ese Dios.

El Salmo 117 es conciso, pero sus implicaciones llegan hasta la Eternidad.

  • Pablo Ale

    Es Licenciado en Teología y en Comunicación Social. Además, tiene una maestría en Escritura creativa. Es autor de los libros “¿Iguales o diferentes?”, “1 clic” y “Un día histórico”. Actualmente es editor de libros, redactor de la Revista Adventista y director de las revistas Conexión 2.0 y Vida Feliz, en la Asociación Casa Editora Sudamericana.

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