“MI BAUTISMO DE FUEGO”

4 marzo, 2021

Sermón escrito por el pastor José Pereira, predicado el día de su funeral, el 2 de enero de 2020.

“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero.

“En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”.

1 Pedro 1:3-7.

Nuestro Dios, en su misericordia y gracia, nos ha hecho renacer a una gran esperanza que trasciende todo lo que este mundo nos puede ofrecer. Esta esperanza nos da fuerza en medio de la adversidad, nos sostiene en pie cuando la vida nos golpea, nos da certidumbre cuando todo parece incierto. Esta esperanza viva es una esperanza real, de que el aquí y el ahora no es todo, que hay algo mejor. Por lo tanto, estos versículos del apóstol Pedro nos recuerdan que el gran propósito de la vida es prepararnos para el Reino de los cielos. Y ¿cómo nos preparamos para el cielo? La forma de prepararnos para el cielo es cultivar un carácter semejante al de Cristo.

La Biblia habla de un bautismo de fuego, refiriéndose al fuego de la prueba, de la adversidad, de los problemas; las dificultades que necesita enfrentar todo cristiano para perfeccionar su carácter, aprender a depender de Dios y cultivar la humildad y la mansedumbre, y así ser hallado apto para habitar en un cielo santo (Mat. 3:11; 1 Ped. 4:12, 13).

Podemos decir que los problemas y los sufrimientos no siempre son malos; también tienen algo positivo, ya que nos ayudan a crecer (Rom. 8:28, 35-39). Es como un bebé cuando nace: su primera experiencia es el llanto, pero el llanto hace que sus pulmones se llenen de aire y pueda empezar a respirar por sí mismo. Para el bebé, el llanto no es malo; es necesario, ya que esto le permite vivir. Así ocurre en la vida espiritual: el llanto nos hace buscar a Dios, nos ayuda a crecer espiritualmente y anhelar cada vez más la Eternidad.

Al escribir estas líneas, estoy atravesando el mayor desafío que la vida me ha presentado. Estoy luchando con un cáncer de páncreas muy avanzado, y las preguntas que vienen a mi mente no son el “¿por qué?” No es la incertidumbre; más bien creo que este desafío puede ser ese bautismo de fuego tan necesario para forjar el carácter que necesito para ser salvo.

Muestras de la dirección de Dios

Cuando pienso en mi infancia, vienen a mi mente recuerdos gratos y felices. Siempre me sentí agradecido a Dios por ser hijo de un pastor y pertenecer a un hogar estable. La juventud la viví con las luchas propias de esa edad, y con la gran curiosidad de cómo sería el mundo y sus atractivos. Yo había crecido “en una burbuja”; siempre estudié en colegios adventistas, y todo mi mundo era la iglesia y solo la iglesia. Todo eso me ayudó a conocer acerca de Cristo y de las enseñanzas de la iglesia, pero no me ayudó a desarrollar el carácter necesario para el cielo, ni tampoco me llevó a una experiencia personal con Jesús.

Un día de verano, mientras acampábamos como familia a la orilla de un río, tuve un sueño que me marcó profundamente. En él, soñé que mi padre enfermaba gravemente y que, producto de una negligencia en una inyección que le administraban, él fallecía; y entonces Dios me hablaba y me llamaba al ministerio para continuar la obra que él había iniciado.

Al despertar, sentía pena por el sueño, pero al mismo tiempo podía ver el ministerio con un nuevo significado para mi vida, y mantenía en el corazón la firme seguridad de que Dios me había llamado a ser su siervo. Ahora comencé a tener un encuentro personal con Jesús; pero todavía había un gran problema en mí, llamado “carácter”.

Debo confesar que en más de alguna ocasión había dicho que nunca sería pastor, pero Dios tenía otro plan. Además de esto, el ejemplo de mis padres marcó una profunda huella en mi vida. Los vi servir a Dios con pasión y fidelidad, un ejemplo de vida consecuente, y aunque en casa no había abundancia material, siempre hubo un corazón dispuesto para Dios y para atender a la iglesia. Todo esto me ayudó en mis decisiones espirituales.

Pasaron los años, y lo que yo pensé que solo habría sido un sueño comenzó a ser realidad. Mi padre enfermó de un problema renal, y para poder vivir tuvo que someterse por años a tratamientos de diálisis, hasta que un día, producto de una negligencia en su tratamiento, una infección generalizada le costó la vida.

En ese momento entendí que perdía a mi mejor amigo, pero me consolaba con la certeza de que Dios estaba en el control de todo, porque ya me había mostrado lo que habría de suceder. Aquella fue una dura prueba que me ayudó a crecer, pero no solucionó mi problema de carácter.

Otro momento muy importante de mi vida fue al formar un hogar. Dios me dio como compañera a una mujer extraordinaria, con una gran sensibilidad espiritual y una gran llegada a la gente, con un encanto especial. Era el complemento perfecto que me permitía llegar a la gente donde, solo, yo no era capaz de lograrlo. Sin embargo, ella era la única adventista de su familia, lo que me hacía pensar que era yo el que tenía que enseñarle a ella muchas cosas del quehacer ministerial y eclesiástico.

Ese fue uno de mis más grandes errores. Tuvieron que pasar muchos años para darme cuenta de que era todo lo contrario. Ella era como un ángel que Dios puso en mi camino para enseñarme todo lo que necesitaba aprender para cultivar un carácter cristiano: paciencia, bondad, mansedumbre, humildad, tolerancia y muchas otras cualidades que necesitamos como hijos de Dios. Pero yo siempre estaba muy seguro de que tenía la razón en todo, y que había cosas que no necesitaba aprenderlas.

Luego llegaron los hijos, y nuestro Dios nos bendijo con la llegada de José Andrés y de Felipe Esteban. Ellos siempre han sido para mí un motivo de felicidad y satisfacción. Verlos crecer, alcanzar sus metas, sentir su cariño, verlos participar de la fe que tenemos como hijos de Dios, vivir juntos las distintas etapas de la vida, todo se puede resumir como un maravilloso regalo de Dios. Y, aunque todo parezca perfecto, al mirar hacia el pasado, debo reconocer humildemente que nunca he sido un padre perfecto y que todo lo logrado ha sido únicamente por gracia de Dios. Si pudiera volver el tiempo atrás, lo primero que haría sería pedirle a Dios un carácter como el de Jesús para corregir tantos errores que cometí con ellos.

Otro momento que marcó mi vida ocurrió en los inicios de mi ministerio. Tuve fuertes desencuentros con la Administración de la iglesia, lo que casi me costó tener que dejar el ministerio. Pero, con el paso y la reflexión de los años, me doy cuenta de que ese momento me ayudó a crecer, a entender que los problemas son grandes desafíos. Eso me ayudó a tener una visión distinta, a pensar que con la ayuda de Dios se puede lograr mucho más de lo que se logra con una visión humana. Entendí que lo que estaba experimentando no era un problema; era parte de la escuela de Cristo, que me daba la oportunidad de crecer y pulir mi defectuoso carácter.

Ahora puedo mirar hacia atrás y recordar con gratitud y nostalgia tantos años de ministerio, el cariño de la grey, tantos momentos compartidos con una juventud maravillosa. Cómo me gustaría recuperar la salud y volver a pastorear una iglesia con una visión y una dependencia de Dios muy diferentes, decirle a cada persona cuánto la ama Dios, predicar con pasión la obra de Cristo en la Cruz y llevar esperanza a los corazones. Es verdad que muchas veces enfrenté dificultades, momentos en los que parecía que no se veía una salida, pero todo sirvió únicamente para descubrir que Dios siempre ha estado y estará al timón guiando a su iglesia en forma segura hasta el Puerto celestial.

El amor y la disciplina de Dios

Ahora enfrento el momento más difícil de mi vida, un momento que nunca me imaginé que me llegaría. Hace casi dos meses, me descubrieron un cáncer de páncreas en un estado muy avanzado, una noticia que puede golpear y destruir a cualquier persona, y que puede generar muchas preguntas, como, por ejemplo: ¿Por qué a mí? ¿Por qué lo permite Dios? ¿Cuál será el sentido de todo esto?

Sin embargo, en estos dos meses he podido crecer espiritualmente y encontrar más respuestas que preguntas. Enfrentar las quimioterapias, las consecuencias propias del tratamiento, la debilidad, el cansancio, sentirse limitado para muchas cosas que uno quisiera hacer y verse enfrentado cada día a un diagnostico frío y lapidario, donde la muerte se ve que amenaza irónicamente… ¿Tendrá todo esto algún sentido? Para mí, enfrentar esta prueba grande y difícil tiene mucho sentido, porque tengo la fuerte convicción de que Dios está guiando mi vida y que lo hará hasta el final. Las pruebas son reales, pero Dios también es real, y puedo, en medio de esta enfermedad, dar gracias a Dios por muchas cosas que de verdad importan.

He sentido el cariño muy intenso de la familia, de mis hermanos, mi esposa, mis hijos, mis cuñados, sobrinos, etc. Ellos me hacen sentir que cada día es un maravilloso regalo de Dios que debo disfrutar al máximo.

Los traslados propios de la vida pastoral, sumado al tiempo y las distancias, hacen que muchas veces las relaciones se vayan debilitando, pero este ha sido un tiempo muy grato para fortalecer ese cariño y esa relación con tantas personas, donde el amor que me entregan es un claro reflejo del amor de Dios.

Mi enfermedad me ha servido para reconocer que, a pesar de todos mis errores, hay un Dios que me ama y que sigue con su propósito de perfeccionar en mí un carácter apto para el cielo, y creo que esto es lo más destacable, ya que este proceso me ha dado la oportunidad de reflexionar mucho sobre mi pasado, mi presente y mi futuro. Y, aunque todavía me queda mucho que avanzar en lo espiritual, puedo entregar todos mis defectos de carácter en las manos de Dios, confiando en la justificación por fe y la seguridad de la salvación.

Ver al Invisible

Al mirar hacia el mañana, puedo sentir que el Reino celestial es la prioridad en mi vida. San Pablo dice lo siguiente: “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos mas no desamparados; derribados, pero no destruidos” (2 Cor. 4:7-9).

Los problemas y la enfermedad son reales, pero un cáncer no es capaz de quitarnos la seguridad del amor de Dios y de la salvación. A pesar de todo este proceso y de la lucha que debo enfrentar, no estamos angustiados, ni desesperados, ni desamparados, ni destruidos. Es maravilloso ver la forma en que Dios es más grande que cualquier problema que el ser humano pueda tener.

“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Cor. 4:16).

Hay días en que siento que las fuerzas me faltan, siento mucho sueño y cansancio. A veces se me hace difícil incluso hablar; me miro al espejo y me veo con el rostro muy demacrado. Sé que por fuera puedo ir decayendo, pero lo realmente importante es el hombre interior, que se renueva cada día; y al renovarse, crecen la esperanza, el gozo y la fe.

“Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Cor. 4:17, 18).

Un día, cuando lleguemos al Reino de los cielos y veamos el rostro de Jesús y contemplemos la Santa Ciudad, Dios secará todas nuestras lágrimas y nos daremos cuenta de que todos los sufrimientos de esta Tierra no fueron nada comparados con la gloria celestial que nos espera. ¿Por qué tener miedo o angustia de una enfermedad que sirvió para reflexionar, que fue parte de la escuela de Cristo para acercarnos a Dios y prepararnos para la Eternidad?

Pablo dice que no debemos mirar lo visible, ya que es temporal. Con los ojos de la fe, podemos ver lo invisible; y ver lo invisible es maravilloso, ya que no se ve una enfermedad: se ve la gracia redentora de Dios que se manifiesta a pesar de la enfermedad. Con los ojos de la fe, no se ve un sepulcro: se ve una mañana gloriosa cuando Cristo regresará por su pueblo. Con los ojos de la fe, podemos ver a Dios a nuestro lado; con los ojos de la fe, ya podemos comenzar a contemplar la Eternidad.

Quiero finalizar este testimonio diciendo que, a pesar de todo, la enfermedad no ha sido un problema que me traiga incertidumbre, sino que ha sido mi bautismo de fuego en el que Dios me ha abierto los ojos con misericordia para que reconozca mi verdadera condición espiritual y permita que él pueda darme la verdadera certeza de la salvación. Dios tiene grandes propósitos para cada uno de nosotros, y su gran deseo es que un día podamos estar con él en su Reino. Si vivimos, vivamos para Dios; y si morimos, cerremos nuestros ojos con la esperanza cierta de la Eternidad.


Pr. José Pereira García

Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.

Apocalipsis 14:13.

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4 Comentarios

  1. José Andrés

    La muerte no es capaz de separarnos. Nos veremos en la mañana gloriosa, papá

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  2. Miriam Agusto

    Muy inspirador y motivador mensaje. Sin duda veremos a Peputo en el Reino de los Cielos.
    Dios fortalezca y bendiga diariamente a su amada familia.

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  3. René Henríquez

    Tremendo legado de nuestro amigo, colega y pastor José Pereira. En estas palabras es posible encontrar sabiduría para reorientar nuestra manera de ver nuestra vida personal, familiar y ministerial, aprovechar las oportunidades que Dios nos da.

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  4. Daniel

    Que enseñanza mas hermosa. Descanza en paz Pastor, hasta el pronto llamado de nuestro Salvador Jesús.

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