ENTRE LOS POBLADORES ORIGINARIOS DE PERÚ Y BOLIVIA

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24 junio, 2019

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David E. Dalinger (1893-1981) y su esposa, Iris Saller (1892-1878), fueron llamados en enero de 1918 para trabajar en la Misión del Lago Titicaca, en el altiplano del Perú. A David no le costó decidirse, porque se sentía listo para ir a cualquier parte; entretanto, fue un poco más difícil para Iris, quien trabajaba en la Casa Editora en Buenos Aires. De cualquier modo, iniciaron su viaje el 10 de febrero de 1918. El trayecto de Buenos Aires hacia Chile se hizo en tren, y luego en vapor hasta el tempestuoso puerto de Mollendo, en el Perú. En Arequipa los esperaba el misionero Ignacio Kalbermatter y su esposa, Cecilia Deggeller, con quienes pasaron algunas semanas para aclimatarse, antes de partir hacia Puno. En un lugar llamado Crucero Alto (a 4.700 metros de altura), Iris se puso azul por los efectos del “soroche”, o mal de altura. Desde las alturas frías de Puno partieron a la Misión de Platería a caballo, con el equipaje cargado en burros y en las espaldas de los indígenas.

Los pobladores los recibieron con muestras de cariño, música y flores. En los edificios blancos de la Misión creada por Fernando y Ana Stahl, se reunían unos setecientos creyentes cada sábado, sentándose en bancos de adobe o en el suelo. Luego del culto comían papas heladas (“chuños”) y maíz hervido, se quedaban para la predicación de la tarde y a la puesta del sol se atendía a los enfermos. En medio de toda esa gente necesitada y muchas veces maltratada, Iris sintió que su nostalgia daba lugar a la alegría.

La tarea de los Dalinger sería principalmente educativa. En la escuela de la misión, Iris estaba a cargo de sesenta niñas, entre las cuales pocas entendían el castellano. Con paciencia había que educarlas y ayudarlas a cuidar su salud, así como a luchar contra la viruela y otras afecciones. Los cuadros y las láminas eran muy útiles como medios de enseñanza. Los resultados eran muy gratificantes porque los nativos aceptaban el evangelio de Jesús, dejaban sus vicios y se unían a la iglesia.

Además de los Dalinger, servían en Platería los esposos Clinton V. Achenbach, enfermero graduado en el Sanatorio de Battle Creek, y su esposa, Minnie Branson. En una ocasión, los misioneros fueron amenazados para que abandonaran la misión, lo que requirió que vigilasen en las noches y pidieran ayuda a las autoridades de Puno. Un sábado, los atacantes desistieron de su intención al ver que la misión estaba rodeada de gente armada (cosa que no era real, salvo por intervención de los ángeles).

Los Dalinger estuvieron dos años en Platería. Allí murió Edwin, el hijo primogénito de nueve meses, y fue sepultado cerca de la casa; una prueba muy grande, que sumió a Iris en un sentimiento de dolor, soledad y abandono. En medio de su lucha, abrió la Biblia alemana al azar y leyó: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Dan. 12:2, 3).

Ellos mismos padecieron complicaciones de salud. David enfermó del estómago e Iris padeció de reumatismo y pleuresía, por lo que quedó postrada por dos semanas. Un amable grupo de unos cuarenta indígenas la llevó en camilla hasta Puno. Cuando Iris esperaba su segundo hijo, no podía cabalgar, de modo que la trasladaron hasta Puno en una balsa de totora (juncos) sobre el lago Titicaca. El viaje demoró un día y una noche por causa del viento. En Puno, nació su hijo René (1919).

En la misión de Platería los misioneros enseñaban cada sábado las doctrinas bíblicas, dedicando unos seis meses a la preparación para el bautismo. Cuando el pastor Fernando Stahl regresó de sus vacaciones en los Estados Unidos, se reunieron muchos indígenas. Cuenta Iris: “¡Con cuánto cariño el pastor Stahl abrazaba a todos los indios como si fueron sus hijos!” Stahl fue llamado “el apóstol de los indios”. En una ocasión se examinó a los candidatos, y 292 de ellos fueron bautizados. Los dos pastores demoraron más de dos horas en la ceremonia. Cada trimestre se reunían los hermanos de diferentes lugares y escuelas de la Misión Central para la Santa Cena. Cada grupo venía con su maestro y su diácono, dando testimonio de su fe.

Al cabo de los dos años, los Dalinger dejaron la misión de Platería y fueron trasladados a la misión de Pomata. Iris debió pasar muchas semanas sola en la misión, mientras David viajaba de un lugar a otro. Ella continuaba con la atención de los enfermos; sacaba muelas; administraba quinina para la malaria; ayudaba a quienes contraían viruela, tétanos e infecciones. Los sábados dirigía la Escuela Sabática, el canto, el culto, y hacía servicios fúnebres. Una vez al año bajaban al nivel del mar para vacaciones por un mes.

Pasados dos años y medio en Pomata, fueron trasladados a Urcos, cerca del Cuzco, una región de clima templado y abundante vegetación. Los nativos padecían por causa de los vicios y las supersticiones, y tenían temor de los misioneros. Sin embargo, a pesar de la oposición y el ataque de los enemigos, se fundó una escuela y un dispensario médico. En una ocasión, una niña fue llevada a la misión, acorneada por un toro. Los misioneros oraron y la suturaron con doce puntadas, gracias a lo cual la niña sanó, y abrió el camino para que otros trajeran a sus enfermos. Más de una vez los hacendados se opusieron a la educación de los nativos. Antonio, un chico huérfano de trece años, caminó tres días hasta la misión, porque quería aprender a leer, a escribir y a ser bueno. Se quedó en la misión, aprendió a leer y a obedecer la Palabra de Dios. Llegó a ser un maestro. Hubo casos en que los padres llevaban a un bebé a la misión para que el misionero les diera nombre.

Después de tomar unas vacaciones en la Argentina, Iris y David Dalinger se trasladaron a la Misión de Mauri, Bolivia. Mientras David atendía su trabajo, Iris trabajaba por los enfermos, dirigía los cultos y la Escuela Sabática. Fue allí donde su hijo Elmer (nacido en 1922) enfermó gravemente de pulmonía y casi murió. Iris oró y lo entregó a Dios.

Después de estar un tiempo en la Misión de Mauri fueron llamados a un lugar completamente nuevo, a fin de iniciar el trabajo en la Misión de Camillaya, provincia de Inquisivi, en el departamento de La Paz, donde el clima era más favorable. Debieron hacer un largo viaje, de La Paz a Quimi, primero en tren, luego en camión y por último a lomo de mula. René tenía siete años y Elmer estaba convaleciente. Allí sintieron de nuevo la desconfianza de los nativos hacia los extranjeros. Iris cuenta de la oportunidad que tuvo de atender a los heridos de una lucha. Finalmente fue posible para ellos abrir una escuela. Rolando nació en La Paz, Bolivia, en 1927, y la familia se completó con la llegada de Nilvia, en 1930.

Los misioneros Dalinger sirvieron posteriormente en diversos destinos. David, por ejemplo, fue presidente de la Misión Argentina del Noroeste entre 1931 y 1933. Sin embargo, aquellos años en las misiones adventistas de Perú y Bolivia ilustran los esfuerzos consagrados que muchos hicieron para llevar las bendiciones del evangelio a los lugares más necesitados del territorio.[1]


Referencias:

[1] Este artículo está basado en un manuscrito no publicado de 57 páginas, escrito por Iris Saller de Dalinger, titulado “Recuerdos de mi vida como misionera entre los indios de Perú y Bolivia” (disponible en los archivos del Centro de Investigación White, Universidad Adventista del Plata, Entre Ríos, Argentina). Sobre la misma historia, Esther I. de Fayard publicó una serie de artículos titulados “Aventuras de fe” en la revista Juventud de 1979 y 1980. Ver, por ejemplo: “Una lucecita en la montaña”, Juventud, 2-4, suplemento de la Revista Adventista, t. 80, Nº 1, enero 1980; y “Epílogo”, Juventud, 6-8, suplemento de la Revista Adventista, t. 80, Nº 2, febrero 1980. Véase, además: Enrique Rode, “Necrología” (Iris Alicia Saller de Dalinger), Revista Adventista, t. 79, Nº 5, mayo 1979, p. 19. Ricardo D’Argenio, “Necrología” (David Dalinger), Revista Adventista, t. 82, Nº 4, abril 1982, p. 19. Véase también, myheritage.es/names/david_dalinger.

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