DISMORFIA ESPIRITUAL

8 abril, 2024

El sabio pedido de David en el Salmo 51 para obtener la verdadera belleza.

No es que él no podía dejar de pensar en sí mismo. Él no podía dejar de pensar en la imagen que proyectaba de sí mismo. Así, al concentrarse excesivamente en su apariencia, notaba que una parte de su cuerpo le disgustaba. La falta de recursos económicos hacía imposible el acceso a una cirugía estética, tan necesaria a su parecer. Por eso, cuando por vigésima vez en el día miraba su rostro en el espejo, su angustia aumentaba.

Esta persona padece de lo que se llama “dismorfia”; es decir, la alteración perceptual del patrón morfológico normal de una parte  del cuerpo. Las “imperfecciones” en las que se centran quienes conllevan esta patología son cosas que otros difícilmente noten. Pero ellos las exageran y todo parece peor en su mente. Por eso, algunos ni siquiera salen de sus hogares y, si lo hacen, recurren a maquillajes excesivos, sombreros, prendas de vestir amplias para cubrirse, etc. Más allá de esto, las ansiedades y las inseguridades siempre están a la vuelta de la esquina. En la mayor parte de los casos, la solución para este problema reside en un tratamiento psicológico.

Sin embargo, hay una clase de dismorfia a la que podríamos llamar “espiritual”, que es mucho más peligrosa. A diferencia de la otra, es real y mortal. David la padecía en Salmo 32: 3: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día”. Pero en el Salmo 51 no podía dejar de pensar en su pecado. Su corazón estaba manchado. El fugaz placer de una relación sexual prohibida con Betsabé ya no existía. Lo que sí existían eran los restos mortales del fiel soldado Urías y del inocente niño fruto de aquella adúltera conexión. Todos los pecados dejan consecuencias; pero las de algunos son más complicadas de sobrellevar que las de otros.

Acorralado por la culpa que conduce al arrepentimiento, David escribe el catártico Salmo 51. Este registro confesional ha sostenido y animado a miles de cristianos a lo largo de la historia que también han descendido a las profundidades del pecado y, desde allí, han sido rescatados por la gracia divina. Analicemos estos esperanzadores 19 versículos.

1-Pecado confesado, pecado perdonado (vers. 1-6). Pocas veces en la Biblia se registra una oración tan sincera y poética. No son solo bellas palabras; también lo son las súplicas de un pecador que busca el verdadero arrepentimiento con una confesión directa y clara, sin autojustificación ni excusas. Él no les echa la culpa a las circunstancias, ni a su temperamento ni a las presiones de la sociedad. Solo exclama: “Dios, ten compasión de mí, conforme a tu amante bondad” (Sal. 51:1).

El perdón no opera por algún mérito humano si no por la misericordia de Dios. Gracias a él puede extirparse este maligno horror con una triple acción: “borra mis transgresiones”, “lávame… de mi maldad” y “límpiame de mi pecado” (Sal. 51:1, 2). “Borrar” (en hebreo) es la misma palabra –usada a modo de petición– para borrar la escritura de un libro (Éxo. 32:32; Núm. 5:23).

2-Pecado confesado, restauración iniciada (vers. 7-12). David suplicó para que Dios hiciera una obra de limpieza total en virtud del sacrificio expiatorio de un sustituto. El hisopo es una clara referencia al Santuario y se usaba para aplicar la sangre del cordero pascual (Éxo. 12:22) y para rociar el agua purificadora del sacerdote (Núm. 19:18). Ni por un momento David pensó que podría limpiarse él solo. Así, inicia el camino de la pureza (de la que Dios nos llama a ser ejemplo en 1 Timoteo 4:12) con el mayor tesoro que un ser humano puede tener: un corazón renovado (sobre el cual se cimentan la felicidad y la santidad, según Mateo 5:8 y Salmo 51:8 y 12). La oración de David debería ser la nuestra: “Señor, crea en mí un corazón limpio” (Sal. 51: 10).

3-Pecado confesado, misión en marcha (vers. 13-19). Las transformaciones de Dios son asombrosas. La amarga experiencia de una categórica derrota espiritual ahora podría ser convertida en una oportunidad de testificación. David estaba feliz de enseñar a otros a través de su vivencia a fin de que los pecadores regresen al buen camino. Quien había ejercido una fe sólida para derrotar a Goliat y un dominio propio asombroso para solo cortar el manto de Saúl ahora había fracasado como hombre, esposo, padre y líder. Pero Dios le concedería otra oportunidad.

¿Por qué? Porque, cuando Jesús nos mira, ejerce una especie de “dismorfia”, ya que no nos ve como somos, sino como podemos llegar a ser. Sin miedos, podemos humillar nuestra alma solicitando el perdón para luego levantar nuestra cabeza y contar las grandes cosas que Dios ha hecho por nosotros.

  • Pablo Ale

    Es Licenciado en Teología y en Comunicación Social. Además, tiene una maestría en Escritura creativa. Es autor de los libros “¿Iguales o diferentes?”, “1 clic” y “Un día histórico”. Actualmente es editor de libros, redactor de la Revista Adventista y director de las revistas Conexión 2.0 y Vida Feliz, en la Asociación Casa Editora Sudamericana.

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