UN OLIVO ANTE LA INJUSTICIA: CLAMORES DESESPERADOS Y ASEVERACIONES DE FE, EN EL SALMO 52

15 marzo, 2024

La historia de la humanidad es una historia que sangra. Nuestro desgastado mundo ha vivido más períodos belicosos que de paz. Los 1900 no solo han cosechado dos atroces guerras mundiales, sino también han dejado genocidios extremos. Lo ocurrido en la Alemania nazi tiene –tal vez– más difusión
y más películas y series, pero no debemos olvidar las horrorosas matanzas en Ruanda, Camboya, China, Armenia, y las producidas por Stalin, entre otras. Al decir del escritor Marcos de Benedicto, “si el siglo XVIII fue filosófico y el XIX fue histórico, el siglo XX fue bélico y el XXI puede ser apocalíptico”.

La historia bíblica también es una historia que sangra desde Génesis 4, con el ingreso del pecado. Lo narrado en los libros de Samuel y de Reyes no escapa a este extraño privilegio. Lo que allí se cuenta pareciera echar por tierra aquel viejo adagio que decía que en la época de los jueces no había rey en Israel y que cada uno hacía lo que bien le parecía (Juec. 21:15). Desde luego, se descontaba que, con la llegada de la monarquía, esto se
terminaría y que el pueblo de Dios gozaría de una paz y de una prosperidad casi ilimitadas. No fue así.

El relato de 1 Samuel 21 y 22 es mortalmente trágico y terriblemente inhumano. Un emisario/espía de Saúl, llamado Doeg, da aviso al alto rey de que el sacerdote Ahimélec ayudó a David. Por esta causa, Saúl le indica asesinar impunemente a 85 sacerdotes y sus familias. El detestable sicario obedece la
malvada y paranoica orden de Saúl (orden que la guardia real había rehusado cumplir), y provoca una matanza inútil y vengativa.

Desconsolado y abatido, David recurre a una de las mejores terapias para intentar mitigar algo de su dolor: escribir. Inspirado por Dios, redacta los versos del Salmo 52. Solo en este contexto podemos quizá entender mejor una porción de la Biblia que expresa frases como “¿por qué te jactas de maldad?”
(vers. 1); “agravios maquina tu lengua, como navaja afilada practica el engaño” (vers. 2); “amas el mal más que el bien, la mentira más que la rectitud” (vers. 3) y “lengua engañosa, amaste toda suerte de palabras destructoras” (vers. 4). Por eso también el veredicto es tan tajante y aparentemente sin misericordia: “Por tanto, Dios te destruirá para siempre. Te asolará y te arrancará de tu morada, te desarraigará de la tierra de los vivientes” (vers. 5).

Pero David, sabio y equilibrado, sabe que la masacre sacerdotal va más allá de una contienda regia y desproporcionada entre él y Saúl. No se trata de qué ser humano ocupe el trono de una nación. Se trata de un conflicto cósmico entre el bien y el mal que abarca todo el universo. Analicemos,
para ello, estos 9 versículos:

El contraste entre actitudes y poderes (Sal. 52:1-4). Doeg se jacta por la información que traspasó y todas las reacciones que ella provocó. Aquí, el pensamiento hebreo indica una especie de autosuficiencia por esta maligna acción. Muchos comentadores sostienen que cuando David afirma que Doeg
es poderoso se está refiriendo más bien a una ironía, ya que asesinar a 85 personas religiosas que no tenían armas y no estaban preparadas para la lucha no implicaría poder ni superioridad, sino bajeza y cobardía. En el otro extremo encontramos a Dios, cuyas misericordia y bondad son para siempre. Él es el verdaderamente poderoso y tiene un carácter que rebosa de amor.

El contraste entre el final de unos y de otros (Sal. 52:5-9). Si bien en el “aquí y el ahora” Doeg se alzó como vencedor y los 85 sacerdotes perdieron la vida como mártires, el cierre de esta historia no es la derrota del mal a merced del bien. Todo lo contario. El veredicto final es: “Dios te destruirá para
siempre. Te asolará y te arrancará de tu morada, te desarraigará de la tierra de los vivientes” (vers. 5). El secreto que le permitiría a David conservar la paz en este momento de zozobra sería el mismo de siempre: permanecer en comunión con Dios en su casa, como un olivo verde (vers. 8). El olivo es un
árbol pequeño, pero longevo y resistente. Su madera es flexible, pero sólida. No hay mejor metáfora para describir a los fieles de Dios que sobrellevan –no sin llanto y angustia– todo tipo de calamidades, difamaciones e incomprensiones.

Cada día nos desgarra de temor, en este mundo donde a lo malo se lo llama bueno; y a lo bueno, malo (Isa. 5:20), y donde abundan los Doegs y escasean Florencias Nightingales. Emerge, entonces, el desafío de cargar a cuestas las injusticias con las fuerzas divinas y de esperar por fe en el nombre de Dios, porque él es bueno (vers. 9).

 

  • Pablo Ale

    Es Licenciado en Teología y en Comunicación Social. Además, tiene una maestría en Escritura creativa. Es autor de los libros “¿Iguales o diferentes?”, “1 clic” y “Un día histórico”. Actualmente es editor de libros, redactor de la Revista Adventista y director de las revistas Conexión 2.0 y Vida Feliz, en la Asociación Casa Editora Sudamericana.

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