ACENTOS DIVERSOS

5 febrero, 2024

Escuchando y entendiendo al otro.

Tal vez nunca hayas meditado en el hecho de que los personajes bíblicos hablaban con un acento distinto del nuestro, y que en muchos casos se comunicaban entre ellos con entonaciones fonéticas dispares. Hasta los idiomas empleados eran diferentes; algo que queda en evidencia al notar que cuando los discípulos hablan en lenguas para la multitud que visitaba Jerusalén, estos dicen escuchar el mensaje en el idioma en el que habían nacido (Hech. 2:8).

La existencia de rasgos fonéticos peculiares en el Nuevo Testamento no es algo tan difícil de percibir. El incidente de Pedro en el patio del sumo  sacerdote, momentos antes de negar a Jesús, ejemplifica aquello (Mat. 26:59-75; Mar. 14:66-72). Los que cuestionan a Pedro sobre si él es un discípulo  de Jesús piensan que él es galileo porque su forma de hablar así lo sugiere (Mat. 26:73; Mar. 14:70).

Otra manera de examinar la existencia de diferencias lingüísticas comprende observar que Pablo, así como sus asociados, viajaban o ministraban en diferentes partes del Imperio Romano. Si bien Pablo había nacido en Tarso, capital de la provincia romana de Cilicia, él había crecido, o sido educado, en Jerusalén (Hech. 22:3). Sin embargo, Pablo ejerció su ministerio en sectores tan variados como Asia, Grecia, Galacia y Roma. En las regiones de Galacia, aunque las personas hablaban en griego, también empleaban otros dialectos para comunicarse. Los habitantes de Listra, por ejemplo, hablaban en lengua licaónica (Hech. 14:11). En el caso de los habitantes de Roma, el idioma hablado era el latín. Es posible que Pablo les hablara a todos ellos en griego (Hech. 21:37), aunque con un acento distinto del que estaban acostumbrados.

Pablo, en sus cartas, menciona a las personas que están junto a él, así como también envía saludos a un variado número de personajes. En Colosenses, un documento escrito en Roma, Pablo dice que con él están, entre otros, Marcos y Epafras (Col. 4:10, 12). El primero es el pariente de Bernabé (Col.
4:10) y, como sabemos, hijo de María, habitante de Jerusalén (Hech. 12:12). El segundo, Epafras, era ciudadano de Colosas, y además
era el predicador que habría introducido el evangelio en aquella ciudad (Efe. 1:7; 4:12). Ambos, como puede verse, habían nacido en
lugares geográficamente distantes, y ahora ministraban junto a Pablo en Roma.

Lo anterior también se observa en las salutaciones finales que Pablo hace en la Epístola a los Romanos, al saludar a personas  que, si bien vivían en Roma, habían nacido, y aparentemente crecido, en otras localidades. Epeneto, el primer fruto de Cristo en Asia (Rom. 16:5), y Andrónico y Junia, a quien Pablo describe como sus parientes (Rom. 16:7), son una muestra clara de este desplazamiento geográfico. La presencia de Priscila y Aquila en Roma (Rom. 16:3) también apuntaría en la misma dirección, en particular al notar que Aquila era un judío cristiano oriundo del Ponto (Hech. 18:2, 26), una región situada en el Asia Menor.

¿Te has puesto a pensar en el acento que Pablo tenía al conversar con los romanos, o en el acento de Timoteo (oriundo de la región de Galacia según Hech. 16:1), al predicar a los miembros de la iglesia de Éfeso, en Asia menor (1 Tim. 1:3)? En cada uno de estos casos, la entonación fonética usada al exponer las verdades del evangelio varía, mostrando la diversidad étnica, así como la riqueza fonológica, que exhibían las comunidades
cristianas del primer siglo.

Esta diversidad de acentos, y de razas, debe hacernos recordar que tú y yo, aunque hablemos distinto, somos hermanos, no por la entonación, sino porque en Cristo somos uno (Efe. 4:2-6).

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