¿CÓMO TENER DOMINIO PROPIO?

2 noviembre, 2023

CUATRO CLAVES PARA DISFRUTAR LA VIDA MÁS PLENAMENTE

Vivimos en un mundo acelerado, donde pareciera que se rinde culto a la velocidad y a la ansiedad. No se trata solo de no saber practicar el oficio de esperar, sino también –simplemente– somos presa de una vorágine que nos fagocita las fuerzas (físicas y psicológicas), altera constantemente nuestras prioridades, y nos hace perder la calma y el dominio propio.

Para ayudarnos a lograr una victoria en este aspecto, presentamos en esta nota de tapa cuatro textos que nos darán herramientas (desde los aspectos alimenticio, familiar y espiritual) a fin de aprender a ganar la batalla más difícil de todas: la batalla contra nosotros mismos.

Así, en este cuarteto de artículos, brindaremos respuesta al desafío del título general de cómo tener dominio propio:

  1. Alimentándonos correctamente.
  2. Organizándonos individual y familiarmente.
  3. Concientizándonos sobre nuestras elecciones.
  4. Consagrándonos completamente a Dios.

UNA TRAVESÍA HACIA LA VIDA SANA

Por DeWitt S. Williams

Nací en una familia adventista del séptimo día justo cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial. En ese entonces, no conocíamos todos los principios de salud que conozco ahora, pero practicábamos diligentemente los que conocíamos. Comíamos muchas frutas y verduras, bebíamos mucha agua y hacíamos ejercicio al trabajar duro. No consumíamos carnes impuras, pero sí carnes limpias en casi todas las comidas. Nunca tomamos alcohol ni cafeína (tampoco he fumado ni he consumido drogas). Estoy agradecido de haber sido criado para conocer estos principios de salud y seguir estos hábitos saludables.

Lo que yo no sabía

Pero, entre varias cosas que mi familia no sabía, era lo perjudicial que es comer mucha azúcar. Una de las primeras cosas que recuerdo es a mi padre preparando jugo para nuestras comidas. Aún puedo ver bajo su brazo el paquete de dos kilos de azúcar, mientras lo dejaba caer en la gran olla llena de agua y hielo, y mezclaba hasta conseguir una deliciosa bebida helada. Tomábamos dos o tres vasos de ese jugo con las comidas. Para desayunar, me devoraba los copos azucarados. Desconocíamos que nos estábamos haciendo mucho daño.

En nuestra iglesia local había una persona que era vegetariana total: la hermana McCloud. Hacía riquísimos helados de soja en los calurosos días de verano. La hermana McCloud podría tener la edad de mi abuela, pero estaba llena de energía. Una vez, cuando mi padre subía los cuatro pisos desde el sótano de la iglesia hasta el altillo, la hermana McCloud pasó zumbando a su lado y se quedó esperándolo allá arriba. Fue su energía lo que convenció a mi padre de convertirse en vegetariano. Por mi parte, tardé décadas para llegar a serlo. Me encantaba la carne. Hasta que un día empecé a leer El ministerio de curación, de Elena de White. Mientras recorría sus páginas en oración, me convencí de que debía hacerme vegetariano. Tenía cuarenta y pocos años. Al principio tuve dificultades, y me preguntaba si tenía suficiente dominio propio. El texto que me daba vueltas en la cabeza era: “Hermanos, por la tierna misericordia de Dios, les ruego que presenten su cuerpo en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es el culto espiritual de ustedes” (Rom. 12:1). Decidí que ser agradable a Dios sería mi mayor prioridad.

Victorias mediante Cristo

Poco después de tomar la decisión de ser vegetariano, me invitaron a hablar en una reunión campestre. Allí expuse sobre mis experiencias en África como misionero. Cuando por fin llegué a donde debía comer, supe que estaba en apuros. La carne asada olía muy bien. Los invitados la estaban comiendo con mucho gusto y entusiasmo. Fui al baño a lavarme las manos, y oré fervientemente para tener el dominio propio necesario para resistirme. Debí haber estado allí un buen rato, porque mi esposa llamó a la puerta y me preguntó por qué tardaba tanto. Le conté sobre mi dilema y le pregunté si quería orar conmigo y por mí. No sé qué pasó, pero cuando terminó la oración ya no deseaba comer carne.

Poco me imaginaba que el Señor me llevaría a otro reajuste de salud. Cuando cumplí 76 años, pesaba casi 90 kilos y tenía diabetes. Entonces me encontré con varias declaraciones de Elena de White que aconsejaban comer dos comidas al día. Como en mi experiencia con la carne, oré pidiendo fuerzas para hacer lo que creía que Dios quería que hiciera. Empecé a comer dos veces al día en vez de tres. No siempre fue fácil, pero Dios me ayudó, y en poco tiempo me acostumbré. También le pedí una fuerza especial para dejar de comer azúcar, mi gran debilidad. Sustituí las galletas y las tortas por dátiles, pasas de uva y otros dulces saludables. En poco tiempo perdí diez kilos. Lo más increíble fue que ya no tenía diabetes. Bajo la supervisión de mi médico, pude dejar de tomar los medicamentos para la tensión arterial, el colesterol y el estrés que había estado tomando durante años. Para mí, fue un milagro.

Necesitamos conocimiento, pero el conocimiento no es suficiente. Pedro nos aconseja que le agreguemos a nuestro conocimiento el dominio propio (2 Ped. 1:5, 6). La temperancia, o dominio propio, es un fruto del Espíritu y un don de Dios (Gál. 5:23). Él está dispuesto a darnos este don si se lo pedimos. Necesitamos un poder que venga de lo Alto para ayudarnos a poner en práctica nuestro conocimiento. Afortunadamente, “no nos ha dado Dios espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7).

DeWitt S. Williams, ha sido pastor, misionero y director de Salud de la División Norteamericana. Actualmente está jubilado y vive en Maryland, Estados Unidos.

EL REGALO QUE NO TIENE PRECIO

Por Amie Hubbard

¡Ir de compras con niños es toda una odisea! Uno de los niños pide ir al baño cuando estamos en la mitad de la tienda, ¡y cuando ya habíamos ido al sanitario antes de ingresar! Luego, el bebé llora porque tiene hambre. Seguidamente, el de dos años se quiere bajar del carrito. Y el de cuatro se cansa de caminar y quiere volver a casa.

Entonces, todos se unen al bebé en la sinfonía del llanto, alzando juntos sus voces en su amargura unificada. ¡Es hora del dominio propio!

Enseñarles dominio propio a nuestros hijos es uno de los mejores regalos que podemos hacerles. Sin embargo, esto es algo que tiene que comenzar con nosotros mismos. El dominio propio es una batalla contra uno mismo, una batalla entre hacer lo que a uno le da la gana y hacer lo que es correcto. Elena de White escribe: “La guerra contra el yo es la batalla más grande que jamás hayamos peleado. Rendir el yo, al entregar todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha; pero para que el alma sea renovada en santidad, antes debe someterse a Dios” (El camino a Cristo, cap. 5, p. 44).

El dominio propio tal vez no sea tan desafiante cuando la vida es fácil o las cosas van como queremos. Este se vuelve especialmente difícil cuando estamos cansados, tenemos hambre, o estamos desanimados o frustrados. El dominio propio comienza con una mentalidad, una comprensión de que este momento pasará, pero la victoria que obtendremos al elegir pensar lo correcto, hablar lo correcto, actuar lo correcto, durará para siempre. ¡Dios quiere que tanto nosotros como nuestros hijos tengamos la victoria!

La primera lección

Una vez más, leemos: “La madre, al contemplar al hijo que ha sido entregado a su cuidado, bien podría preguntarse con profunda ansiedad: ¿Cuál es el gran blanco y objetivo de su educación? ¿Consiste en capacitarlo para la vida y sus deberes, en calificarlo para ocupar una posición honrosa en el mundo, para hacer el bien, para beneficiar a sus semejantes, y para ganar finalmente la recompensa de los justos?

“Si es así, entonces la primera lección que debe enseñársele es la del dominio propio; porque ninguna persona indisciplinada y testaruda puede esperar tener éxito en este mundo o recompensa en el venidero” (Conducción del niño, p. 84). Podemos estar tentados a solo cambiar el mal comportamiento por buen comportamiento, en lugar de recordar que tenemos una labor mayor: la de llegar al corazón de nuestros hijos. Les enseñamos a someterse a Dios con nuestro propio ejemplo. Cuando elegimos hablar con amabilidad, cuando elegimos detenernos y orar antes de actuar precipitadamente, cuando elegimos enseñar a nuestros hijos de forma sistemática a valorar el dominio propio y celebrar las victorias ganadas cada día, por pequeñas que sean, ¡el Señor bendecirá nuestros esfuerzos!

Recuerda: el propósito de la disciplina no es castigar el mal comportamiento, sino enseñar la rectitud, atraer los corazones a Jesús.

Jesús ha prometido estar con nosotros. Ha prometido darnos sabiduría, valor y victoria. Él ha vencido al mundo. Él anhela impartirnos ese fruto del Espíritu a nosotros y a nuestros hijos, para que nuestros hogares sean una muestra del Cielo aquí, en la Tierra. Sigan adelante, queridos padres, madres e hijos, porque la victoria es nuestra mediante Jesús.

Amie Hubbard, directora del Ministerio de la Familia en la Asociación de Míchigan (EE. UU.). Es esposa de pastor y madre de cinco hijos adultos, y abuela.

DISEÑADOS PARA EL ÉXITO

Por Vicki Griffin

En agosto de 2017, el huracán Harvey azotó Texas con tal violencia que puso bajo el agua un gran porcentaje de la ciudad de Houston. El huracán Irma le siguió poco después, aplastando las islas del Caribe, golpeando Florida y causando estragos en las islas circundantes. Aparte de las indescriptibles pérdidas humanas y de bienes particulares, estos huracanes causaron más de 200.000 millones de dólares en daños.

Las ciudades devastadas por las tormentas se enfrentan a grandes retos. Las infraestructuras dañadas, como los sistemas de comunicación y transporte, interrumpen su funcionamiento normal. El resultado son unos sistemas de defensa debilitados, que hacen a la ciudad vulnerable a la violencia y el vandalismo. La ciudad entra en modo de supervivencia. Necesita renovación, recuperación y restauración integrales. ¿Alguna vez has estado en “modo supervivencia”?

La Biblia ofrece esta gran comparación: “Como ciudad derribada y sin muralla es el hombre sin dominio propio” (Prov. 25:28). Esta ciudad quebrantada ilustra poderosamente nuestro cerebro quebrantado con el tiempo por el estrés crónico, la depresión, un estilo de vida poco saludable y las adicciones. La batalla es por el cerebro –la sede de nuestros pensamientos, emociones y acciones–, y ahí es donde comienza la recuperación. Un cerebro sano y que funciona bien puede tomar mejores decisiones y escuchar con más claridad la voz de Dios, que nos guía.

Tres aspectos afectan el cerebro

1-Los genes. No se puede cambiar la estructura de los genes, pero su función y su actividad pueden ser muy influenciadas por la dieta, el estilo de vida, el ejercicio, e incluso la forma de pensar.

2-El entorno. Tu entorno interno es cómo piensas. Tu entorno externo es lo que te rodea. Dios tiene un maravilloso plan de restauración para tu vida. ¡Él tiene el poder de cambiar tu cerebro, tus emociones, tus deseos, tus acciones, tu ambiente, y tu vida!

3-El poder de elección. Cada elección que haces, en mayor o menor grado, afecta tu salud emocional, mental y física. Cada día se te presentan oportunidades de tomar decisiones que influirán sobre los sistemas cerebro-cuerpo, e incluso en la actividad de tus genes.

Dios tiene un plan para la renovación física, mental, emocional y espiritual. La gran noticia es que, según el investigador John Ratey (en su libro El cerebro: manual de instrucciones), “las experiencias, los pensamientos, las acciones y las emociones nos cambian realmente la estructura del cerebro”. Reconstruir una “ciudad rota” requiere un plan. En este sentido, hay que destacar que el cerebro se remodela constantemente en función de lo que aprende. Esto se llama “plasticidad”. Los científicos saben ahora que “el cerebro es un sistema mucho más abierto de lo que nunca imaginamos, y la naturaleza nos ha dado un cerebro que sobrevive en un mundo cambiante cambiándose a sí mismo” (véase, Norman Doidge, El cerebro se cambia a sí mismo).

Lo que marca la diferencia

Las elecciones de comportamiento y estilo de vida mejoran el cerebro, los hábitos, la salud y la vida… ¡para siempre! Aquí hay algunas claves:

1-Entorno. Tanto el interno (cómo piensas) y el externo (cómo te rodeas) son críticos con el fin de lograr y mantener un cambio positivo. Repetir las promesas de Dios sustituye a los monólogos internos erróneos. Su Palabra es viva, poderosa y verdadera. “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). Céntrate en lo que puedes cambiar de tu entorno; céntrate en las soluciones y en el poder de Dios para guiarte, no en los problemas y los obstáculos.

2-Estilo de vida. Sin duda afecta en gran medida la salud física, mental y espiritual. El citado John Ratey afirma lo siguiente: “El ejercicio físico y el mental, una nutrición adecuada y dormir lo suficiente le vendrán bien a cualquiera para tener una mayor claridad cognoscitiva y una mayor estabilidad emocional”. La nicotina, la cafeína, el alcohol y el azúcar refinado debilitan la salud inmunitaria, avivan el fuego de la inflamación y favorecen el estrés, las adicciones y la depresión. La comida es medicina. Sustituir las calorías vacías, las comidas rápidas poco saludables y los productos animales altos en grasas por verduras y frutas frescas, legumbres, cereales integrales y frutos secos ricos en nutrientes crea fuerza real, reduce las hormonas del estrés y la inflamación, y aumenta la energía mental y física. Elecciones modestas y positivas allanan el camino para romper con los malos hábitos mayores. El ejercicio diario mejora la circulación y todos los niveles de la función cerebral, incluidos el aprendizaje, la resolución de problemas, la creatividad y el estado de ánimo.

3-Conexiones. Tus relaciones e intereses influyen profundamente sobre tus valores y objetivos. Dedica tiempo a relacionarte con los demás. Conectarte con Dios mediante la oración y pasar tiempo reflexionando en la Biblia nos da poder, dirección y coraje para la travesía de nuestra vida. La promesa es: “Te haré entender, te enseñaré el camino en que debes andar, sobre ti fijaré mis ojos” (Sal. 32:8).

4-Gestión del estrés. Necesitas estrategias prácticas a las que recurrir cuando te enfrentas a desafíos y al estrés. Un estilo de vida saludable reduce la actividad de las hormonas del estrés, protege el cerebro y el cuerpo de los daños que este provoca y mejora la capacidad de resolver problemas.

5-Evaluación. Siempre es importante colaborar estrechamente con tu médico o profesional de la salud. Los cambios en el estilo de vida pueden reducir o eliminar con el tiempo la necesidad de ciertos medicamentos, aunque algunos medicamentos o procedimientos médicos pueden ser esenciales. Dios se preocupa por tu bienestar. Él tiene un plan y el poder para renovar tu corazón, hacerte recuperar la salud quebrantada y restaurar tu fortaleza emocional y mental a medida que practicas el dominio propio en estas áreas. Recibirás gracia y fortaleza para cada prueba. Aquellos que confían en él y le entregan su vida tienen asegurada la promesa del Cielo y de una Tierra Nueva en la que no habrá más dolor, sufrimiento o enfermedad (ver Apoc. 21:4). La restauración y la esperanza comienzan ahora. ¿Elegirás el plan de Dios? Él está esperando para ayudarte y bendecirte.

Vicki Griffin, nutricionista y exdirectora de Lifestyle Matters.

NO SE HAGA MI VOLUNTAD, SINO LA SUYA

Por John Peckham

Pronto crucificarían a Jesús. Al acercarse el día, Jesús se sintió profundamente angustiado y se retiró con sus discípulos al Getsemaní para orar. Les ordenó a Pedro, Santiago y Juan que también oraran y velaran. Sin embargo, mientras oraba, ellos dormían. Al verlos dormidos, Jesús se lamentó: “¿No han podido velar conmigo ni una hora? Velen y oren, para que no entren en tentación. El espíritu está presto, pero la carne es débil” (Mat. 26:40, 41).

La lucha

La carne es débil. ¿Has sentido alguna vez como si te enfrentaras a una guerra dentro de tu propia mente? Pablo describe esta lucha: “En mi interior me deleito en la ley de Dios; pero veo en mis miembros otra ley, que lucha contra la ley de mi mente y me somete a la ley del pecado que está en mis miembros” (Rom. 7:22, 23). ¿Por qué a los seres humanos nos cuesta tanto el dominio propio, y qué podemos hacer al respecto?

La respuesta a la primera parte de esta pregunta es sencilla. Desde la caída de la humanidad en el Edén, somos vulnerables a los engaños y los ataques de la serpiente antigua, “el diablo”, quien, “cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Ped. 5:8). Y heredamos una inclinación hacia el pecado, a la que Pablo se refirió como “la ley del pecado que está en mis miembros”. ¿Has experimentado alguna vez dos deseos contradictorios al mismo tiempo?

Cuando nos enfrentamos a tentaciones reales, solo necesitamos más fuerza de voluntad, ¿verdad? Si me esfuerzo lo suficiente, quizá pueda imponer mi mejor voluntad sobre mis inclinaciones menores. Puede ser que logre algún éxito por pura fuerza de voluntad. Sin embargo, tarde o temprano, en la medida en que mis deseos e inclinaciones internas sigan presionándome en la dirección contraria, confiar solo en la fuerza de voluntad es una receta segura para el fracaso.

Lo que necesitamos no es simplemente resistirnos a esas inclinaciones, sino transformarnos en el nivel de nuestros deseos interiores más profundos.

Entonces, ¿qué podemos hacer? Mirar a Jesús, el “autor y perfeccionador de la fe” (Heb. 12:2).

Jesús, nuestro ejemplo perfecto

El gran Maestro de Galilea es nuestro modelo a seguir en relación con el dominio propio. En el Getsemaní, se enfrentó a su mayor prueba. Mientras sus discípulos dormían, oró para que, si fuera posible, el Padre lo librara del sufrimiento y la muerte de Cruz, pero también oró: “Sin embargo, no se haga mi voluntad sino la tuya” (Luc. 22:42). De este modo, renunció a su voluntad para alinearse con la del Padre.

Jesús quería vivir en vez de sufrir y morir. No era un deseo pecaminoso, pero entraba en conflicto con su deseo más profundo de salvar al mundo, según la voluntad del Padre. Él eligió no evitar la Cruz, como deseaba, sino que, “en vista del gozo que le esperaba, sufrió la cruz” (Heb. 12:2). Cuando Cristo se enfrentó a la Cruz, no pudo ver a través de las nubes de oscuridad; pero se apoyó en la verdad de la revelación divina acerca de la voluntad de Dios, aun cuando las circunstancias parecían señalar otra cosa.

Jesús venció orando fervientemente y rindiendo su voluntad a la del Padre. En cambio, sus discípulos fracasaron.

Momentos de preparación

Sin embargo, Jesús no comenzó a orar y a rendirse a la voluntad del Padre en el Getsemaní. Ambas cosas fueron su práctica continua a lo largo de su ministerio. Cuando llegó la prueba severa, ya estaba preparado. Unos años antes, cuando Satanás lo tentó en el desierto, Jesús respondió a cada tentación con la Biblia: “Escrito está” (véase Mat. 4:4, 7, 10).

Si queremos resistir, especialmente durante la crisis final de los últimos días, debemos seguir el ejemplo de Cristo de orar ferviente y continuamente, entregarse totalmente a la voluntad del Padre, e interiorizar y seguir las enseñanzas de las Escrituras, viviendo “de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4). Sin embargo, para ello hace falta algo más que una lectura superficial de la Biblia; incluso el diablo puede citarla, como hizo cuando tentó a Jesús en el desierto. Pero Satanás la citó fuera de contexto, tergiversándola. Nosotros también podemos tergiversarla o recibir las tergiversaciones de otros si descuidamos estudiar cuidadosa y profundamente la Palabra de Dios, si descuidamos entender cada parte de las Escrituras a la luz del conjunto de lo que ellas enseñan.

El Gran Conflicto es principalmente un conflicto al nivel de nuestras mentes: sobre lo que creemos y queremos, lo que en última instancia define en quién confiamos y a quién amamos. Por eso, Pablo insiste en “llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:5, RVC). Esto no puede lograrse simplemente deseando que desaparezcan los pensamientos corruptos. El discipulado de la mente requiere llenar la mente de cosas buenas, mediante la Biblia y la oración. Esto demanda disciplina y práctica regular, como un atleta que se entrena para una competencia: uno simplemente no se levanta un día y corre una maratón en las Olimpíadas sin antes entrenar duro por mucho tiempo. Sin embargo, la competición a la que se enfrentan los seguidores de Cristo es mucho mayor que cualquier maratón, especialmente en los últimos días.

Empleando la metáfora del entrenamiento para una carrera, Pablo escribe: “Trato severamente a mi cuerpo, y lo someto a disciplina, no sea que, habiendo predicado a otros, yo llegue a ser descalificado” (1 Cor. 9:27). A medida que se acerca el fin, este “entrenamiento” adquiere mayor importancia. A lo largo del Gran Conflicto, el diablo libra una guerra de desinformación, tratando de embriagar a la gente con las enseñanzas y las prácticas de Babilonia (ver Apoc. 12:7-9; 14:8). Antes del fin vendrán sobre el mundo poderosos engaños y pruebas tales que, si fuera posible, harían caer incluso a los elegidos. Elena de White escribió: “La lucha venidera estará señalada por una intensidad terrible cual jamás ha visto el mundo. Las seducciones de Satanás serán más sutiles; sus ataques, más resueltos. Si le fuera posible, engañaría a los mismos escogidos” (El conflicto de los siglos, p. 11).

A medida que se acerca el fin, el dominio propio –particularmente demostrado en rendirse a la voluntad a Dios– será cada vez más contracultural. Incluso ahora, el mundo predica regularmente la autocomplacencia: “Haz y sé lo que quieras, lo que te haga sentir bien”. La Biblia, por el contrario, llama a la abnegación y al dominio propio, buscando conocer y seguir la verdad.

En una época de autocomplacencia, el dominio propio es más crucial que nunca. Como escribió Pedro: “Sean sobrios y velen; porque su adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. Resístanlo firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos por todo el mundo pasan por las mismas aflicciones” (1 Ped. 5:8, 9).

Como hemos visto, Pedro sabía de lo que hablaba. Aunque al principio fue autosuficiente e insistía en que nunca caería como los demás (Mat. 26:33), aprendió que solamente podemos resistir los ataques de Satanás mediante el poder de Dios, y por eso añadió: “El Dios de toda gracia […], después que hayan padecido un poco de tiempo, él mismo los perfeccione, afirme, fortalezca y establezca” (1 Ped. 5:10). Así pues, debemos mirar a Cristo como nuestro ejemplo perfecto.

John Peckham, editor asociado de la Adventist Review y profesor de Investigación de Teología y Filosofía Cristiana en la Universidad Andrews.

 

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3 Comentarios

  1. Leopoldo Yanque Urbina

    Gracias por este artículo,es la primera vez que lo estoy leyendo,y de verdad me llena de mucha información sana y cuán es necesario pedir a Dios su dirección y enseñanzas, muchas bendiciones para todos las personas que laboran estos artículos.

    Responder
  2. carlos ramirez

    buenas tardes mis hermanos desearia conocer mas sobre el dominio propio , lo poco que he leido si me podria enviar por mi correo un poco mas de informacion mas concreta se que en los libros de la Hna White aparecen muchos consejos que aparecen alli sobre este tema que es intersante solo tengo un libro de mente ,cara’cter y personalidad tomo 1,el sobre el tema 2 no lo tengo ,si me lo puede enviar un resumen via correo electronico algunos aspectos importante sobre ese tema ,ya que lo envio por whasatpa a mis conocidos no adventistas si es posible
    Dios les bendiga a sus editores son temas puntuales
    saludos
    carlos Ramirez

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  3. Juan carlo

    Como puedo optener este libro

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