EL BUEN PASTOR

29 septiembre, 2023

Un modelo de liderazgo

Por Walter Alaña

La mayoría de los esfuerzos por identificar un modelo bíblico de liderazgo se han orientado hacia el modelo de liderazgo de servicio. Múltiples autores han concluido que el modelo de liderazgo de servicio, modelado por Jesús, es la mayor contribución que la Biblia hace sobre este tema. Sin embargo, existen otros estudios que sugieren que el lenguaje metafórico del cuidado pastoral, que aparece a lo largo de toda la Biblia, apunta a un modelo de liderazgo pastoral que alcanza su clímax en la encarnación de Cristo, “el buen pastor” (Juan 10:14), en ocasión de su primera venida, y logrará su consumación definitiva con el establecimiento escatológico del Reino de Dios (Miq. 5:4).

En este artículo se abordan siete postulados que se sugieren, como punto de partida: lo que bien podríamos llamar “Liderazgo del buen Pastor”.

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Dios es el divino Pastor de su pueblo

Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, las Escrituras declaran de manera recurrente que Dios es el Pastor su pueblo. Aunque los pastores humanos pueden fracasar, el Pastor divino no lo hará.

En Génesis 48:15, Jacob reconoce que Dios ha sido su pastor, con las siguientes palabras: “El Dios delante de quien anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que ha sido mi pastor toda mi vida hasta este día” (LBLA). Posteriormente, al repasar las aflicciones de José, Jacob reconoce que fue el Pastor divino el que sostuvo la vida de José en medio de la adversidad (Gén. 49:23, 24). En los Salmos, encontramos múltiples referencias a Dios como el Pastor de su pueblo. Entre las numerosas menciones, destaca: 28:9; 79:13; 80:1 y 100:3. Pero, sin duda, es el Salmo 23 donde la descripción del cuidado pastoral de Dios resalta con mayor claridad. En el Salmo 23:1, David declara confiadamente: “Jehová es mi pastor, nada me faltará”. Esto es una clara alusión al cuidado pastoral que Dios manifestó por su pueblo durante su peregrinaje por el desierto (Deut. 2:7). Años más tarde, es probablemente el profeta Isaías quien expresa de mejor manera el tierno cuidado pastoral que Dios tiene por pueblo. Escribe: “Como pastor apacentará su rebaño: con su brazo levantará a los corderos y en su seno los llevará; pastoreará con ternura a las recién paridas” (Isa. 40:11).

Esta mirada de Dios como el fiel pastor de su pueblo se mantendrá de manera transversal a lo largo del Nuevo Testamento, hasta llegar al libro de Apocalipsis. Allí, en tres pasajes: 2:27, 12:5 y 19:15, se señala que al final de la historia Jesucristo “regirá (a las naciones) con vara de hierro”. La palabra que se traduce como “regir” es el griego poimano, que también puede traducirse como pastorear. Es decir, ese será el momento en que se cumplirá de manera definitiva lo señalado por Jesús, el buen Pastor, en Juan 10:16: “También tengo otras ovejas que no son de este redil. A esas también tengo que traer. Ellas también oirán mi voz; y habrá un rebaño y un pastor”.

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El Pastor divino pastorea a su pueblo mediante pastores humanos

A lo largo de la historia sagrada, podemos observar que Dios escogió instrumentos humanos para que guiaran a su pueblo. Quienes fueron escogidos por Dios practicaron un estilo distintivo de liderazgo que la Biblia califica como pastoral (Sal. 77:20; 78:70-72; Jer. 23; Isa. 44:28; Eze. 34; Juan 10:11; 21:15-17; Hech. 20:28; Heb. 13:7). En una obra reciente, Timothy S. Laniak concluye que “una de las principales metáforas con las que los autores bíblicos conceptualizaron el liderazgo es el pastoreo. Esto es bastante consistente a lo largo de todo el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento”. Aunque estos personajes desempeñaron distintas funciones, todos tenían el deber de ejercer un liderazgo de carácter pastoral. Es decir, debían actuar como pastores humanos, en representación del Pastor divino (Gén. 49:24; 1 Cor. 17:6; Sal. 23:1; Isa. 44:28; 1 Ped. 2:25; 5:4). En el Antiguo Testamento, las personas llamadas por Dios para compartir el cuidado pastoral de su pueblo cumplían generalmente el oficio de profeta, sacerdote o rey.

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El pastor humano tiene tres funciones bíblicas

Los instrumentos humanos a quienes Dios escogía para velar por su pueblo cumplían con tres tareas fundamentales: (1) cuidar y proteger al rebaño, de sus enemigos (Eze. 34:4-8); (2) apacentar con el alimento adecuado, es decir, con la Palabra de Dios, que era atesorada en sus corazones (Jer. 23:1-4, Ose. 4:6-9); y (3) liderar al pueblo en el cumplimiento de los propósitos del Pastor divino (Sal. 77:20). Estas tareas requerían tanto de cualidades de carácter como de competencias adecuadas.

En este sentido, el Salmo 78:72 afirma: “Y los apacentó con la integridad de su corazón, y los pastoreó (literalmente, la palabra en hebreo es “lideró”) con la pericia de sus manos”. Adicionalmente, una lectura cuidadosa del Antiguo Testamento en relación con este tema sugiere que Moisés (Éxo. 2:15-31; 14:30, 31; 32:11, 12; 33:11-23; Sal. 77:20; Isa. 63:11), y posteriormente David (Sal. 78:70-72; 1 Sam. 16:7, 11, 12; 2 Sam. 5:2; 1 Rey. 9:4; 14:8; 15:5), fueron dirigentes ejemplares en el cumplimiento de las funciones pastorales. Moisés fue el pastor usado por Dios para liberar a su pueblo y conducirlo a través del desierto rumbo a Canaán. Esta idea puede ser observada en una declaración del profeta Isaías al referirse a la gran liberación por medio del Éxodo comandada por Moisés: “Entonces se acordó de los días antiguos, de Moisés y de su pueblo, y preguntó: “¿Dónde está el que los llevó a través del mar con el pastor de su rebaño? ¿Dónde, el que puso en medio de ellos su Espíritu Santo, el que con su glorioso brazo marchó al lado de Moisés, el que dividió las aguas ante ellos, creándose perpetuo renombre, el que los condujo sin tropiezo por los abismos, como un caballo por el desierto? El Espíritu del Señor los pastoreó; como al ganado que desciende al valle, así pastoreaste a tu pueblo, para dar a conocer tu glorioso nombre” (Isa. 63:11-14).

Por su parte, David fue el pastor que más se acercó al ideal bíblico de monarca trazado en Deuteronomio 17:14 al 20. Walter Brueggemann (1990) explica que el término pastor es una metáfora convencional que se usa en el mundo antiguo para referirse al rey. Además, subraya la responsabilidad que tenía el monarca de cuidar, alimentar, nutrir y proteger la comunidad a la cual presidía. Con el uso de esta metáfora, es posible ver cómo toda la narració acerca de David progresa desde que es un niño pastor (1 Sam. 16:11) hasta que llega a ser el pastor rey.

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 El pastor humano puede fracasar (y reiteradas veces)

El Antiguo Testamento concluye con las denuncias que profetas como Micaías (1 Rey. 22:17), Isaías (Isa. 50:6), Jeremías (Jer. 23:1-3), Ezequiel (Eze. 34) y Zacarías (Zac. 10:2) realizan en contra de los pastores infieles y las terribles consecuencias que resultarían de este lamentable proceder. Tremper Longman III (2008) afirma que el error de los líderes encargados de pastorear (principalmente reyes, sacerdotes y profetas) fue no cumplir con su deber de guiar al pueblo.

En vista del reiterado fracaso de los encargados de pastorear al pueblo de Israel, los profetas pre y postexílicos anunciaron la llegada del Pastor ideal, el Rey mesiánico del linaje de David, quien gobernaría y apacentaría al pueblo con justicia. Él sería el encargado de garantizar que el pueblo de Dios avanzara por el camino de la obediencia a los mandatos del Señor, y así pudiera recibir todas las bendiciones del Pacto (Jer. 3:15; 23:1-6; Eze. 34:1-31; Miq. 5:1-9; Zac. 11:4-13:9).

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Jesús, el Restaurador del liderazgo pastoral

Las referencias al liderazgo pastoral también son evidentes desde el inicio del Nuevo Testamento. Los evangelios señalan que Jesús de Nazaret representó el cumplimiento de las profecías veterotestamentarias que anunciaban la sustitución de los pastores infieles del pueblo de Israel por el Pastor ideal, el Mesías prometido que vendría del linaje de David.

Es en el Evangelio de Juan donde se destaca con mayor claridad la identidad de Jesús como el Pastor ideal. De modo directo, el Evangelio declara que Jesús es el buen Pastor (Juan 10:14). Mientras que los dirigentes judíos (pastores humanos) expulsan del Templo a un hombre ciego que había sido sanado, Jesús presenta, luego de sanarlo, el contraste entre el buen Pastor y los falsos pastores que se aprovechaban del rebaño de Dios (Juan 10; 11). Sin duda, uno de los aspectos más destacados de Juan 10 es que Jesús es presentado como el buen Pastor/Rey ejemplar, cuya muerte es interpretada como un sacrificio completo por las ovejas (Juan 10:11). Este pasaje establece un claro contraste entre Jesús y, según Bruce Vawter (1968), “los falsos pastores de Israel representados por los fariseos, quienes han rechazado, en lugar de haber salvado, al hombre que había recibido la vista”.

Juan 21:1 al 19 es otro pasaje clave en el desarrollo de la comprensión neotestamentaria de la función pastoral. En un nuevo avance en el desarrollo de la comprensión de la función pastoral, Jesús, el buen Pastor por excelencia, comparte con sus apóstoles la función pastoral. En este sentido, Elena de White comenta: “La manera en que el Salvador trató con Pedro tenía una lección para él y sus hermanos. Aunque Pedro había negado a su Señor, el amor que Jesús tenía hacia él nunca vaciló. Y, al aceptar el apóstol la responsabilidad de ministrar la palabra a otros, debía reprender al transgresor con paciencia, simpatía y amor perdonador. Recordando su propia debilidad y fracaso, debía tratar a las ovejas y los corderos encomendados a su cuidado con tanta ternura como Cristo le había tratado a él” (Los hechos de los apóstoles, p. 425).

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 El liderazgo pastoral apostólico: Comisionados para cumplir

El libro de Hechos relata que, luego de la ascensión de Cristo, los apóstoles asumieron la comisión de liderar pastoralmente a la naciente iglesia que les fuera encargada por Jesús (Juan 21:1-19).

Previamente, en Juan 20:19 al 22, Jesús había definido la tarea de sus discípulos como eminentemente misionera: “Como me envió el Padre, también los envío yo” (vers. 21). A través de estas palabras, Jesús deseaba enfatizar que él enviaba a sus discípulos de la misma manera que él había sido enviado en obediencia al Padre y con el poder del Espíritu Santo para proclamar el mensaje de salvación. Este debía ser un aspecto central del ministerio pastoral apostólico: las congregaciones de los discípulos de Jesús llegaron a ser comunidades misioneras que fueron fortalecidas por el Espíritu de Dios para llevar el mensaje de Jesucristo hasta los confines de la Tierra.

Por otra parte, en Hechos se deja en claro la centralidad de la Palabra (del griego logos) para el ministerio pastoral apostólico. Las Escrituras debían ser el fundamento tanto de su predicación como de todo su accionar. De las 134 veces que logos aparece en el Nuevo Testamento, 33 corresponden al libro de Hechos. Son los que reciben la Palabra los que son bautizados (2:41); los discursos de Pedro en Hechos 2 y 3 son una proclamación de la Palabra; son los que oyen la palabra los que creen (4:40), y se requiere valor para proclamarla (4:29,31).

A través del libro de Hechos, también se observa que el ministerio pastoral de los apóstoles es una extensión del ministerio de Jesús. Gracias al poder del Espíritu Santo, ellos también predican (capítulos 2; 3), enseñan (15:35; 20:20) y sanan y expulsan demonios (3:1-10; 9:32-35; 9:36-43; 5:16; 8:7; 16:16-24, etc.).

En Hechos, Lucas (caps. 1-6; 10-12) destaca el apostolado de Pablo (caps. 9, 13-28) junto con el apostolado de Pedro. La mayoría de estos pasajes se presentan en forma de narraciones históricas que describen paradigmáticamente la vida y el trabajo misionero de la iglesia primitiva, encabezada por los apóstoles.

El apostolado de Pablo debe ser estudiado con atención, pues pareciera representar el avance final en el desarrollo de la enseñanza bíblica sobre la función pastoral. Para Pablo, Cristo es el supremo Apóstol y Sumo Sacerdote (Heb. 3:1), quien en el Santuario celestial continúa ejerciendo como el “gran Pastor de las ovejas” (Heb. 13:20). Así, su obra sumosacerdotal es parte de su ministerio pastoral, que tiene el propósito de equipar a los creyentes para “toda obra buena”; para hacer “su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo” (Heb. 13:21). Así, el trabajo de Dios hace posible el trabajo del hombre.

Desde esta perspectiva se podría afirmar que, a través del ministerio apostólico pastoral de Pablo, Dios proveyó a su naciente iglesia de un paradigma pastoral con un claro eje misional comunitario alineado con un fuerte sentido escatológico.

Es decir, los esfuerzos evangelizadores del apóstol no estaban limitados a la conversión de nuevos creyentes, sino que apuntaban al establecimiento de nuevas comunidades de fe. Estas nacientes iglesias estaban ubicadas en centros urbanos estratégicos, y luego de la partida del apóstol eran dirigidas por ancianos locales, que eran cuidadosamente designados (Hech. 20:17, 28; Tit. 1:5).

Este enfoque contribuyó de manera directa a la preservación de los nuevos creyentes y a la rápida propagación del evangelio por todo el mundo conocido, como antesala del inminente retorno del Señor Jesús, suceso que era esperado en su generación (1 Tes. 1:9, 10; 4:15; 1 Cor. 15:51; Rom. 13:12).

Esta estrategia de instituir iglesias misionales le permitió declarar con confianza que todo lo había llenado con el evangelio de Cristo (Rom. 15:19; Col. 1:23; 1 Tes. 1:8), y a idear llevar el evangelio a España, que para entonces representaba el extremo occidental del mundo conocido (Rom. 15:23, 24).

Por lo tanto, es posible afirmar que al definir los objetivos misioneros se debe apuntar no solamente a la conversión de los individuos sino además a la conformación de comunidades misionales (iglesias) que aseguren la permanencia de los nuevos creyentes y los comprometan con el cumplimiento de la misión en nuevos territorios no alcanzados, con miras a completar la predicación del evangelio a todo el mundo.

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 Las raíces apostólicas del ministerio pastoral adventista

Una mirada atenta a los escritos de Elena de White y de los pioneros sugiere que el ministerio pastoral apostólico en general, y el de Pablo en particular, sirvieron como paradigma del ministerio pastoral adventista en sus inicios. En una declaración que identifica claramente el ministerio pastoral adventista con el apostolado paulino, comentando el mensaje de 2 Corintios 3:2 al 4, Elena de White señala: “La conversión de los pecadores y su santificación por la verdad es la prueba más poderosa que un ministro puede tener de que Dios lo ha llamado al ministerio. La evidencia de su apostolado está escrita en los corazones de sus conversos y atestiguada por sus vidas renovadas. Cristo se forma en ellos como la esperanza de gloria. Un ministro es fortalecido grandemente por estas pruebas de su ministerio” (Los hechos de los apóstoles, p. 270).

Más adelante, presenta la experiencia ministerial de Pablo como un referente para el ministerio pastoral adventista: “Lo que la iglesia necesita en estos días de peligro es un ejército de obreros que, como Pablo, se hayan educado para ser útiles, tengan una experiencia profunda en las cosas de Dios, y estén llenos de fervor y celo. Se necesitan hombres santificados y abnegados, hombres que no esquiven las pruebas y la responsabilidad; hombres valientes y veraces; hombres en cuyos corazones Cristo constituya la ‘esperanza de gloria’, y quienes, con los labios tocados por el fuego santo, prediquen la Palabra. Por carecer de tales obreros la causa de Dios languidece, y errores fatales, cual veneno mortífero, corrompen la moral y agostan las esperanzas de una gran parte de la raza humana (ibíd. pp. 418, 419).

Este paradigma ministerial apostólico promovido por los escritos de Elena de White fue respaldado por el liderazgo eclesiástico de la época. Artur G. Daniells, por aquel entonces presidente de la Asociación General, fue un firme impulsor de este paradigma ministerial apostólico. En una declaración que resume su postura, afirmó: “En el registro del Nuevo Testamento, encontramos que Jesús abolió el sacerdocio. Con su muerte puso fin al sacerdocio del antiguo Pacto, pero hizo preparativos para esto antes de su muerte, estableciendo el ministerio al seleccionar a los apóstoles. Él escogió y ordenó a los primeros ministros de la nueva dispensación […]. Desde ese tiempo hasta este, hombres han sido escogidos por Dios para suceder a los apóstoles para representar su iglesia, para tomar a cargo la obra de promulgar el evangelio del Reino de Dios en este mundo”.

En un estudio reciente sobre el desarrollo histórico de la comprensión del ministerio pastoral adventista entre 1844 y 1915, el pastor Wellington Barbosa (2015) resume la posición adventista prevaleciente durante los años en que el adventismo pasó de ser un pequeño movimiento local a una iglesia mundial. Sostiene que durante ese período se creía que, de forma general, los ministros deberían adoptar un modelo apostólico de pastorado, estableciendo iglesias, educando a los miembros en asuntos espirituales, desarrollando planes misioneros y manteniendo una línea de supervisión que atendiese a las congregaciones. En cuanto al ancianato, ellos eran considerados como pastores locales, representantes de la iglesia y responsables por el desempeño misionero de la congregación.

Conclusiones

Este artículo procura demostrar que existe suficiente evidencia bíblica para afirmar que la metáfora del cuidado pastoral es la referencia más recurrente de un modelo bíblico de liderazgo que puede ser calificado como liderazgo pastoral. En medio de la gran cantidad de textos bíblicos que abordan este tema, se han identificado siete postulados teológicos que pueden servir de punto de partida de una teología bíblica del liderazgo pastoral.

Dios aparece como el Pastor divino que jamás abandona a su pueblo. Sin embargo, en su soberanía y gracia, Dios decide pastorear a su pueblo a través de pastores humanos que son elegidos directamente por él. Estos seres humanos son llamados para desempeñar tres funciones pastorales esenciales: alimentar, cuidar y conducir al rebaño de su Señor.

Lamentablemente, la historia sagrada registra que, en reiteradas ocasiones, los pastores humanos fueron infieles a su cometido. Jesús aparece como el restaurador del ministerio pastoral. Él es el “buen Pastor”, que se constituye en el Modelo divino que los pastores humanos deben imitar. Él designa a sus apóstoles como los encargados de conducir pastoralmente a la naciente iglesia en el cumplimiento de la misión mundial.

El apóstol Pedro y, posteriormente, el apóstol Pablo se constituyeron en paradigmas de la clase de ministerio que se requiere a fin de cumplir con el propósito de completar la misión mundial de la predicación de evangelio.

Elena de White y los pioneros de la Iglesia Adventista respaldaron e impulsaron decididamente un modelo pastoral de características apostólicas que estuviera totalmente abocado a completar la misión de predicar el evangelio a todo el mundo.

 

Walter Alaña, oriundo de Chile, es pastor y Doctor en Teología. Actualmente es director del Seminario Latinoamericano de Teología de la Universidad Peruana Unión.

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