El Salmo 132, un refugio en medio del dolor.
Humanamente es imposible. Racionalmente es ilógico. Cantar en estas circunstancias no es normal. Lo que leemos en la página 117 del libro El conflicto de los siglos, de Elena de White, se resiste al sentido común. Escribiendo acerca de la actitud que tuvieron ante el martirio los fieles reformadores cristianos Juan Hus y Jerónimo de Praga, sostiene: “Sus mismos enemigos se conmovieron frente a tan heroica conducta. Un celoso partidario del Papa, al describir el martirio de Hus y de Jerónimo, que murió poco después, dijo: ‘Ambos se portaron como valientes al aproximarse su última hora. Se prepararon para la hoguera como si estuvieran yendo a una boda. No dejaron oír un grito de dolor. Cuando subieron las llamas, comenzaron a cantar himnos; y apenas podía la vehemencia del fuego acallar sus cantos’ ”.
Lo que leemos en el Salmo 132 se encuadra en esta misma línea. Se trata de un canto de 18 versos que solía entonarse cuando los judíos peregrinaban hacia Jerusalén a celebrar las fiestas anuales. Era un canto de esperanza más allá de condiciones desesperadas, un canto de fe más allá de los problemas, una reafirmación de las promesas divinas más allá de las circunstancias adversas.
David empieza el salmo pidiéndole a Dios que recuerde sus penurias: “Acuérdate, oh Jehová, de David, y de toda su aflicción” (Sal. 132:1, RVR 1960). En el idioma original de este capítulo, la palabra “aflicción” (del hebreo aná) brinda la idea de abatimiento, debilidad, deshonra, opresión, sufrimiento y quebrantamiento.
¿Qué aflicciones padeció David? Lee la lista, porque tal vez tú también eres parte de alguna (¡o varias!) de ellas: fue amenazado de muerte, acusado de traición, atacado por personas despiadadas, exiliado a vivir como fugitivo en las montañas, despreciado por su esposa y criticado en muchas situaciones.
Pero hay una lista de aflicciones todavía peor. Son las crisis que tuvo que soportar como consecuencia de sus malas decisiones: duelo por la muerte de su pequeño hijo, culpa y depresión por mandar a matar a Urías, conflictos y asesinatos entre sus hijos, traición abierta de colaboradores cercanos y golpe de Estado protagonizado por su hijo, seguido de una guerra civil.
¡Todo esto parece demasiado! Aun así, y más allá de sus tropiezos, David canta y confía en las promesas de Dios. Hoy puedes elegir victimizarte y quejarte por los momentos que atraviesas o puedes cantar junto a David las palabras del Salmo 132. Si eliges esta última opción, sigue leyendo.
1-Dios tiene un lugar de perdón y refugio (vers. 1-7). El mayor problema que enfrentó David es el mismo con el que tuvo que lidiar el pueblo de Israel y una réplica del que nosotros tenemos: el pecado. Es asombrosamente maravilloso leer los libros de Éxodo y de Levítico, y aprender allí cómo Dios diseñó el Santuario, o Tabernáculo de reunión, con todos sus muebles. La precisión y los detalles vertidos allí para montar un sistema de símbolos relacionados con la salvación y el perdón revelan el supremo interés de Dios. La invitación para nosotros hoy es la misma de entonces: “¡Vayamos al santuario del Señor! ¡Arrodillémonos ante el estrado de sus pies!” (Sal. 132:7, DHH).
2-Dios actúa en nuestro favor (vers. 8-10)Estas palabras son un eco de las de Moisés cuando el Arca del Pacto era trasladada de un sitio a otro en el desierto: “Levántate, Señor, sean disipados tus enemigos, y huyan de tu presencia los que te aborrecen” (Núm. 10:35). En su peregrinaje hacia la Canaán terrenal, el pueblo contaba con la segura dirección divina. Lo mismo ocurre con nosotros en nuestro camino hacia la Canaán celestial. Pero ellos (como nosotros) necesitaban recordar el versículo 9: “Tus sacerdotes se vistan de justicia”. Las vestiduras puras de los sacerdotes eran símbolos de un carácter santo, propio de los servidores de un Dios santo. El salmista ora para que ese símbolo sea una realidad en la vida de cada uno. Nada llevaremos al Cielo sino nuestro carácter. Solo con la ayuda de Dios y por su gracia podremos lograrlo.
3-Dios es fiel y cumplirá sus promesas (vers. 11-16). Leer estos versículos es un remedio contra la ansiedad. En ellos se promete la venida del Mesías y se establece un pacto de fidelidad entre Dios y su pueblo. En una sociedad cambiante y relativa, nuestra única certeza es la Palabra de Dios. Ella no se modifica, no se marchita, no pasa de moda, no deja de ser.
4-Dios nos dará la victoria final (vers. 17, 18). ¿Recuerdan la lista de infortunios de David? Todo pasa, pero esta promesa permanece: “A sus enemigos vestiré de confusión, pero sobre él florecerá su corona” (vers. 18). ¡Qué augurio sorprendente! Dios nos llama a conquistas poderosas. Y ¿qué significa florecer? En hebreo, el verbo usado aquí para esta acción es tsuts, que significa también “resplandecer” y se usa en Éxodo 28:36 para referirse a la plancha de oro que llevaban los sacerdotes en su mitra. Ella decía: “Santidad a Jehová”. La verdadera victoria en esta vida mundanal es lograr una vida santa en Jesús. Cuando las pavesas de un pasado de gloria espiritual se incineran en la pira de las malas decisiones y solo parecen quedar las cenizas de un paraíso perdido, ten una pequeña chispa de fe. En el peregrinaje de Israel por el desierto abundaban las decepciones, las rebeliones y la impaciencia ante un sueño que no llegaba. Lo mismo ocurrió en la vida de David y puede suceder en la nuestra. El Salmo 132 es un bálsamo que muestra que cualquier circunstancia o lugar pueden convertirse en una fiesta. Incluso, una hoguera.
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