¿Cuánto demoraban las personas en viajar en los tiempos bíblicos?
Entre la ciudad de Santiago de Chile y San Pablo (Brasil), hay tres mil quientos kilómetros. La duración del vuelo entre ambos lugares es aproximadamente de cuatro horas, un tiempo que para algunos puede parecer excesivo. Lo que muchos desconocen es que, para las normas del mundo del Nuevo Testamento, atravesar esa distancia durante ese lapso era algo inconcebible.
Los viajes más veloces efectuados en el pasado eran de naturaleza individual, y eran de carácter oficial. Quienes realizaban estos viajes eran mensajeros, cuya rapidez estaba condicionada a la infraestructura necesaria para realizarlos. Por ejemplo, el envío de una carta imperial requería menos tiempo que una misiva de los plebeyos. El recorrido que llevaba el mensaje oficial podría haber sido en promedio de ochenta kilómetros diarios. Esto implicaba que el cartero debía cambiar constantemente de caballos y tener acceso libre a las carreteras oficiales de Roma. Incluso, si el mensaje era de suma urgencia, la rapidez del viaje podría haber excedido los doscientos cuarenta o incluso los trescientos veinte kilómetros al día. Por supuesto, la velocidad de este envío era excepcionalmente rápida, y no solo se basaba en la cantidad de caballos empleados durante la corrida, sino también en que los mensajeros circularan de día y de noche.
En circunstancias habituales, y cuando el ciudadano común necesitaba desplazarse, la rapidez del viaje era indudablemente inferior. Si el desplazamiento se llevaba a cabo caminando, en carruaje o en caravanas, un individuo podría hacer unos treinta kilómetros diarios. Si los pasajeros optaban por hacerlo en barco, este vehículo podría haberse movido a nueve kilómetros por hora. En este último escenario, lo ideal era que las personas podían descansar físicamente, aunque lo placentero del viaje dependía de las circunstancias climáticas.
Lo dicho anteriormente no solo nos hace más agradecidos por el avance moderno del transporte, sino también conscientes de que las distancias sugeridas en el texto bíblico tomaban más tiempo de lo que creíamos. Esto implica imaginar la duración de los viajes, así como el lapso de espera que había entre la entrega de una carta y otra.
Aunque el cine y la televisión condensan los sucesos de la Biblia por motivos prácticos y retóricos, no podemos dejar de sorprendernos cuando olvidamos considerar que el trayecto que María hizo para ser censada con su marido (Luc. 2:1-5) –desde Nazaret hasta Belén– debió de haber durado más de un día. La separación entre ambas urbes es de cerca de ciento cincuenta kilómetros, y no podemos pasar por alto que María se encontraba embarazada. En el caso de Pablo, se cree que la distancia que él cubrió en su ministerio fue alrededor de catorce mil kilómetros. Cierra los ojos e imagina por un momento viajar toda esa distancia a pie o en barco.
Las epístolas que Pablo redactó y envió a las distintas iglesias esparcidas por el Imperio Romano posiblemente fueron llevadas a cabo por integrantes del equipo pastoral del apóstol o por fieles que viajaban para dichas comunidades. Es posible que los nombres de algunos de estos carteros no oficiales hayan sido los siguientes: Epafrodito (Fil. 2:25, 26), Tíquico (Efe. 6:21, 22; Col. 4:6, 7) y Onésimo (Col. 4:7-9; File. 1:8-16). Pablo mismo, en compañía de Bernabé, Judas y Silas, fueron los elegidos para transportar una carta con las resoluciones de la recién formada iglesia cristiana respecto de la disputa sobre si los gentiles debían o no ser circuncidados (Hech. 15:12-29).
Esto implica que, debido a que las cartas enviadas por Pablo fueron entregadas por ciudadanos comunes, estas demoraron en llegar a su destino. Por ejemplo, la distancia entre Roma y Filipos (en Grecia) es de alrededor de mil trescientos kilómetros. Sin duda, Epafrodito –el portador de la carta– habría tardado algunos meses en entregarla. Este cálculo se basa principalmente en las pausas efectuadas para descansar, la cantidad de dinero necesaria para cubrir sus despensas y si él viajaba solo o en caravanas.
En un período en el que tal vez nos sintamos molestos cuando alguien no contesta nuestros mensajes digitales de inmediato, considera un poco lo que Pablo tuvo que aguardar para determinar si sus cartas inspiradas tuvieron el resultado esperado. Más allá de esto, ellas hoy llegan a nuestra vida cuando abrimos la Palabra de Dios y las leemos. Hagamos de esto una experiencia diaria para escuchar el mensaje divino.
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