LA VIRTUD DEL BUEN HUMOR

17/12/2023

“Estén siempre gozosos” (1 Tes. 5:16).

Las humoradas, las respuestas ingeniosas y, en general, las expresiones jocosas y divertidas que una persona pueda manifestar hablan de su capacidad de humor. El buen humor, como estado de ánimo, puede definirse como un sentimiento de bienestar y una fortaleza del carácter. Se refiere a la habilidad para experimentar o estimular la risa. Constituye un recreo del espíritu, que distiende el ánimo y favorece el contentamiento. El sentido del humor ayuda a vivir de manera positiva y a rodearse de gente que disfruta, y actúa como una suerte de lubricante de las buenas relaciones sociales.

La risa produce una de las sensaciones más placenteras de la experiencia humana, ya que tiene una función atenuadora de las diversas formas de presiones o conflictos socioculturales. El sentido del humor es una actividad lúdica que acrecienta la capacidad para salvar obstáculos y dificultades en la vida. En otras palabras, sugiere aprender a disfrutar a pesar de las desgracias o los infortunios.

A lo largo de todo el año, mes tras mes, hemos estado tratando sobre diversas virtudes, con el propósito de cultivarlas y desarrollarlas para alcanzar un carácter más íntegro, óptimo, lo más excelente posible. En este último mes, cuando la gente está de celebraciones, fiestas y alegrías, nos parece importante distinguir el auténtico sentido del humor de otras manifestaciones que no son saludables (algunas incluso son francamente patológicas).

Por ejemplo, la risa alocada del esquizofrénico, los estados eufóricos del maníaco o la risa chillona de la histérica. Una paciente drogadicta me confesaba que frecuentemente la atacaban accesos de risa. Otro enfermo que sufrió un grave traumatismo de cráneo se reía por cualquier cosa. “Risas hay de Lucifer, / risas preñadas de horror; / como su llanto el placer, / tiene su risa el dolor”, recitaba el poeta. Está la risa del payaso, la risa hueca y forzada, la que suena como moneda falsa, la social, la cómplice, la pícara. Están las formas del humor negro, los chistes grotescos, “verdes” o de doble intención; el reír del necio, del que habla Salomón, que es “como el estrépito de las zarzas bajo la olla” (Ecl. 7:6). Está la risa del alcohólico y la del glotón. Hay risas más intelectuales y agresivas, como la ironía, la burla, el ridículo y la risa sardónica. Otras son más sensoriales o reflejas, como la producida por el cosquilleo o el balanceo del bebé.

Aquí nos referimos al buen humor, la risa como medicina, a ese distrito ameno y sobremanera plácido que tiene resonancias de fiesta, como la alegre luz matinal. Cuando te ríes, se contraen y estiran los músculos de tu cara, se elevan los párpados, vibran las mandíbulas, se expanden los pulmones convulsivamente, se flexiona el tronco, los brazos y las piernas. El corazón y todo el árbol arterial trabajan activamente, la cara se pone roja, las venas del cuello se hinchan, se activan las glándulas lacrimógenas. Y todo el organismo se conmociona, vibra, se agita y estremece desde los labios hasta la planta de los pies.

El humor sano es creativo, desarrolla una geografía lúcida, dichosa y expansiva. Constituye un antídoto eficaz contra las amarguras, los disgustos y la pesadumbre.

Por lo tanto, es importante entregarse al regocijo y el deleite, con jovial sentido del humor, recopilando sonrisas y bienestar. ¿Qué tal si hiciéramos de este diciembre el mes del buen humor y de la risa sana y expansiva?

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