Un grito desesperado culmina en una fe renovada.
El cuento “Funes, el memorioso”, de Jorge Luis Borges, es la historia fantástica de un hombre que no podía olvidar. “En efecto, Funes no solo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras”, relata el escritor argentino.
Recordar puede ser un grato ejercicio o una pesada carga. Asaf lo sabía muy bien. Estamos hablando de uno de los personajes más talentosos y serviciales del Antiguo Testamento. Asaf era cantante y ejecutante de címbalos (1 Crón. 15:19). También era uno de los levitas que David puso como encargado de la adoración vocal e instrumental en el Templo, “para que recordasen y confesasen y loasen a Jehová Dios de Israel” (1 Crón. 16:4-6). Además, era vidente (2 Crón. 29:30).
Como si todo esto no bastara, es el autor de varios capítulos de la Biblia. Se le atribuyen a Asaf doce salmos: el 50 y del 73 al 83. Es preciso destacar que Salmos tiene varios autores además de David, como Moisés (Sal. 90), Salomón (Sal. 72 y 127), los hijos de Coré (Sal. 42-49, 84, 85, 87), Hemán (Sal. 88) y Etán (Sal. 89).
Más allá de su impresionante currículum espiritual, Asaf es un creyente con dudas e incertidumbres. Su fe vacila ante la injusta realidad: “En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies […] porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos” (Sal. 73:2, 3). El salmo 77 se inicia en el mismo sentido. Asaf siente que Dios lo abandonó; por eso, pide intensamente en medio de su noche de angustia (Sal. 77:1-4). La crisis circundante desemboca en cinco preguntas poéticamente desgarradoras: “¿Desechará el Señor para siempre y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa? ¿Ha olvidado Dios el tener misericordia? ¿Ha encerrado con ira sus piedades? (Sal. 77:7-9.)
De inmediato, Asaf reconoce que el problema reside en él mismo (Sal. 77:10), y que la solución está al alcance de su mano: “Traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo. Me acordaré de las obras de JAH. Sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas. Meditaré en todas tus obras y hablaré de tus hechos” (Sal. 77:11, 12). La solución reside en una palabra, que es una decisión: Recordar.
La palabra hebrea que Asaf usa en el versículo 11 cuando dice “me acordaré” es zakar, que implica una memoria consciente e intencional. No se trata meramente de una memoria que retiene datos, sino de una que refresca constantemente la pretérita historia sagrada a fin de usarla como trampolín para abonar la fe en el futuro. Así como los hijos de Israel decidieron deliberadamente no recordar a Dios y sus liberaciones victoriosas en Jueces 8:34 (donde también aparece zakar), Asaf decide hacer este reconfortante inventario.
Por eso, el final del Salmo 77 es un canto de esperanza. Los versículos 13 al 20 resaltan la grandeza, el poder y la santidad de Dios. Él es quien hace milagros (es decir, maravillas) y él es quien redime (es decir, rescata). Él no solo es el Creador del Universo, sino también nuestro Guía, que quiere conducirnos como un pastor a sus ovejas (Sal. 77:20).
Quizás hoy los recuerdos te aplasten, la depresión te oprima y el pecado te asfixie. Quizá tus pies ya hayan resbalado porque a los malos les va bien y a los buenos les va mal. Sé como Asaf, y haz esa sana mirada retrospectiva. Con la ayuda de Dios, tu pasado desastroso está camino a convertirse en un futuro glorioso.
Funes recordaba cosas sin sentido, pero John Andrews memorizó todo el Nuevo Testamento y casi todo el Antiguo. No es casualidad que los grandes hombres de Dios hayan sido grandes lectores de su Palabra. Para permanecer firmes en la venidera crisis final, debemos guardar y recordar todo lo que dice la Biblia, porque “cuando la Ley de Dios está escrita en el corazón, se manifiesta mediante una vida pura y santa” (Elena de White, Cada día con Dios, p. 144).
0 comentarios