La gloria de Dios revelada en su misericordia.
Un sábado en una sinagoga, Jesús liberó de un mal espíritu a una mujer que andaba encorvada (Luc. 13:10-13). El corazón compasivo de Cristo se conmovió al ver a esta mujer sufriente, y deberíamos suponer que todo ser humano que la mirara se habría regocijado de que hubiera sido liberada de su esclavitud y curada de una aflicción que la había doblegado durante dieciocho años.
Sin embargo, Jesús percibió, por el semblante abatido y enojado de los sacerdotes y los maestros de la Ley, que no sentían ninguna alegría por su liberación. El principal de la sinagoga se enojó por este milagro de Jesús. Si este hombre hubiera tenido realmente escrúpulos de conciencia con respecto a la verdadera observancia del sábado, habría discernido la naturaleza y el carácter de la obra que Cristo había realizado, ya que estaba en armonía con la santificación del día de reposo.
En la obra de misericordia que Cristo había realizado, resplandecía su poder divino y daba testimonio de que sus recursos se encontraban en el único Dios vivo y verdadero. Muchos obtenían un conocimiento correcto de Dios y, por la fe en Cristo, conocían mejor el Camino, la Verdad y la Vida. A la airada reprensión del jefe de la sinagoga, Jesús respondió con dignidad y autoridad. En distintas expresiones se oyó la voz de Cristo que decía: “¡Hipócrita! Cada uno de ustedes, ¿no desata en sábado su buey o su asno y lo lleva a beber? Y a esta hija de Abraham, que hacía dieciocho años que Satanás la tenía atada, ¿no fue bueno desatarla de esta ligadura en sábado?” (Luc. 13: 15, 16).
Habían condenado a Cristo por aliviar a una mujer que sufría, que había estado bajo aflicción, cuando ellos mismos no tenían escrúpulos en aliviar la sed de una bestia en el día de reposo. No dejaban a su buey o a su asno atados en el establo cuando necesitaban agua, sino que los llevaban a donde se pudiera obtener agua. Jesús señaló su incoherencia (Luc. 13:19).
Los maestros de la Ley habían enseñado al pueblo que todos los que eran de origen judío eran santos y especialmente favorecidos por el Cielo. ¿Por qué no alzaron su voz en agradecimiento a Dios porque esta sufrida hija de Abraham había sido liberada de su larga esclavitud?
El Señor había permitido que Satanás ejerciera su voluntad trayendo la enfermedad sobre ella, porque Dios estaba demostrando el carácter de su reino ante todo el universo del Cielo. Debía dársele esta oportunidad para revelar el carácter de la apostasía. Los habitantes de los mundos no caídos podían ver en este caso los atributos de Satanás y el carácter de Dios. La Ley de Dios es un trasunto de su carácter. El caudillo rebelde se oponía a la Ley de Dios, y revelaba que sus principios eran los que animaban a quien es inicuo, desobediente, impío, acusador, mentiroso y homicida.
El verdadero carácter del jefe de la sinagoga quedó al descubierto, y se puso de manifiesto que estaba del lado del gran rebelde, aunque santurronamente profesaba ser muy puntilloso en cuanto a la Ley de Dios. Desconocía el principio del amor que subyace en los mandamientos, y prefería que la mujer sufriera a que Jesús obrara un milagro para curarla, contrarrestando así su obra de tergiversación.
Aunque la reprensión de Jesús trajo reproches a su adversario, y aunque el pueblo se regocijó por todas las cosas gloriosas que se habían hecho, el gobernante nunca perdonó a Cristo por haberse apartado de las máximas, costumbres y mandamientos de los hombres, con los que los rabinos habían cargado la Ley de Dios y oscurecido su significado espiritual.
Extraído y adaptado de “The Glory of God Revealed in Mercy”, Signs of the Times, 23 de abril de 1896.
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