TEMPORADA DE BATALLAS

El Salmo 144 y la paz para nuestras ansiedades cotidianas.

La historia les reserva un sitial de honor a héroes impensados, como Lucio Sicio Dentato (muerto en 449 a.C.). Este soldado del Imperio Romano está considerado como uno de los más valientes de todos los tiempos. De origen plebeyo, inició su carrera militar a los 17 años, y durante sus más de 40 años de servicio participó en 120 batallas y fue herido 45 veces. Paradójicamente, perdió la vida en una emboscada producida por 25 hombres de su propio ejército que le tenían envidia.

Otro soldado para recordar fue, sin dudas, Adrian Carton de Wiart (1880-1963), un oficial del Ejército Británico nacido en Bruselas. Él ostenta el extraño privilegio de ser (hasta donde se tenga registro) el único soldado que participó activamente tanto en la Primera (1914-1918) como en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Conocido como “el inmortal”, sufrió heridas en la cabeza, el estómago, las piernas, las costillas y la cadera. Sobrevivió a dos accidentes aéreos, perdió un ojo, cavó un túnel para escapar de un campo de prisioneros y se arrancó sus propios dedos cuando el médico se negó a amputárselos. Los últimos años de su vida los dedicó a la pesca. Falleció pacíficamente a los 83 años, habiendo sobrevivido a más peligros que los que la mayoría de las personas podrían imaginar.

La historia también le da su lugar a David, un héroe que no estaba en el guion como personaje central. Ni el sabio profeta Samuel alcanzó a ver su potencial. Ser un humilde pastorcito de campo y el menor de ocho hermanos no era precisamente el mejor currículo para ser un gran rey de Israel. Pero Dios lo eligió. Desde 1 Samuel 16, empieza el vertiginoso periplo de David: osos, leones, gigantes, traiciones, exilios, amenazas… y milagros de protección y providencia divinos.

Los especialistas creen que David compuso el Salmo 144 cuando fue reconocido como rey de todas las tribus de Israel, y estos versos expresan el profundo anhelo del corazón de David por la nación tanto en la guerra como en la paz.

Así, este capítulo de la Biblia se convierte en un extraordinario manual de instrucciones para enfrentar nuestras crisis de todos los días. Veamos.

1-Consagración total.

“¡Alabado sea el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para la batalla y mis dedos para la guerra! Él es mi amante Dios y mi castillo, mi fortaleza y mi libertador; escudo mío, en quien me refugio, el que somete a los pueblos ante mí” (Sal. 144:1, 2).

David fue un guerrero extraordinario, un soldado de élite con todas las letras. David mató a muchos hombres en combate cuerpo a cuerpo (1 Sam. 17:48-50; 18:26, 27). El adiestramiento es una parte esencial del éxito como soldado, pero David entendía que era Jehová quien había preparado sus manos para la batalla. David sabía la importancia de sus manos. Desde joven estaba familiarizado con el garfio del pastor y el arpa del músico. Ahora, sus manos estaban acostumbradas a la espada del guerrero y la honda del soldado. Sea como sea, todo estaba consagrado a Dios.

Es nuestro privilegio entregar a Dios todos nuestros talentos y utilizar bien nuestras “armas espirituales”: la oración, el estudio de la Biblia y la testificación. ¿Estás entrenando diariamente con estas herramientas?

2-Alabanza adecuada.

“Señor, ¿qué es el hombre para que lo reconozcas, o el hijo del hombre para que te preocupes de él? […] Extiende tu mano desde lo alto; redímeme y sácame de las muchas aguas, de mano de los extraños, cuya boca habla vanidad y cuya diestra es diestra de mentira. Dios, cantaré canción nueva, con arpa de diez cuerdas te cantaré” (Sal. 144:3-9).

Las pruebas, las experiencias y las dificultades le mostraron a David quién era el único ser digno de adoración. Así, desecha la falsa adoración para poner en práctica la verdadera. Hastiado de los hombres engañadores y mentirosos, se vuelve hacia Dios con un cántico nuevo. Su lengua acompañará a sus dedos y también será consagrada al Creador. ¿Está siendo tu alabanza dirigida a quien corresponde?

3-Oración sabia.

“Tú, que das a los reyes la victoria, que redimes a David tu siervo de maligna espada, líbrame, y sálvame de mano de los extraños, cuya boca habla vanidad y cuya diestra es diestra de mentira. Sean nuestros hijos en su juventud como plantas bien crecidas, […] nuestros graneros estén llenos de todo grano, […] nuestros bueyes sean fuertes para el trabajo, no tengamos brechas ni salidas, ni grito de alarma en nuestras plazas. ¡Feliz el pueblo que tiene estas bendiciones! ¡Feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor!” (Sal. 144:10-15).

La palabra “victoria” es casi sinónimo del nombre David. Él venció como humilde pastor, como desechado fugitivo y como poderoso monarca. Sin importar su condición (y no sin errores atroces), él se aferraba a Dios y suplicaba por fortaleza para vencer. La puntillosa lista de prosperidades que solicita es el equivalente a la felicidad en aquellos días. No obstante, la oración desemboca en la Fuente absoluta de la paz que ha visualizado. Porque, mientras atesora dones, reserva su bienaventuranza final, que es la base para todos ellos: ser el pueblo que conoce a Jehová como su Señor y su Líder. Dios te llama hoy a ser un héroe inesperado. Cuando termines la batalla con la que luchas, seguramente vendrá una más grande. No importa. Lee el Salmo 144 mientras te consagras totalmente, alabas correctamente y oras sabiamente.

  • Es Licenciado en Teología y en Comunicación Social. Además, tiene una maestría en Escritura creativa. Es autor de los libros “¿Iguales o diferentes?”, “1 clic” y “Un día histórico”. Actualmente es editor de libros, redactor de la Revista Adventista y director de las revistas Conexión 2.0 y Vida Feliz, en la Asociación Casa Editora Sudamericana.

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