LA APARIENCIA DEL CRISTIANO

Mucho más que una cuestión de imagen.

En la mayoría de los casos, la aceptación de los requisitos del evangelio incluye un cambio decidido en la apariencia. La verdadera conversión del corazón producirá cambios maravillosos en el aspecto exterior.

No se debe descuidar la vestimenta. Enseñen a los jóvenes conversos que el vestido es un talento. Por amor a Cristo, de quien somos propiedad, debemos procurar que nuestra apariencia sea la mejor posible. En el servicio del Tabernáculo, Dios especificó cada detalle concerniente a las vestiduras de los que ministraban ante él. Así se nos enseña que el Señor tiene preferencia en cuanto a la vestimenta de los que lo sirven. En todas las cosas, debemos ser representantes de Cristo.

El buen gusto debe ejercitarse en la selección de los colores apropiados. Nuestra ropa debe estar limpia y ser de la talla apropiada. El cabello debe estar cuidadosamente arreglado. Nuestra apariencia, en todos los aspectos, debe caracterizarse por la pulcritud, la modestia y la pureza. Pero la Palabra de Dios no nos autoriza a hacer cambios en nuestra vestimenta meramente por moda, para parecernos al mundo. Cuando el deseo de ostentación en el vestir absorbe la mente, se manifiesta la vanidad. Todo esto debe desecharse.

Se debe prestar atención a las palabras de la Escritura acerca de la apariencia externa. El Espíritu Santo, por medio del apóstol Pedro, nos da la siguiente instrucción: “Que el adorno de ustedes no sea externo, con peinados ostentosos, atavíos de oro o vestidos lujosos, sino interno, del corazón, en incorruptible belleza de un espíritu manso y tranquilo, que es de gran valor ante Dios” (1 Ped. 3:3, 4).

Los cristianos no deben utilizar adornos caros u ornamentos costosos. Todo este despliegue no imparte ningún valor al carácter. El Señor desea que todas las personas convertidas abandonen la idea de que vestirse como se visten los mundanos dará valor a su influencia. La ornamentación de la persona con joyas y cosas lujosas es una especie de idolatría. Esta exhibición innecesaria revela que se posee un corazón desprovisto del adorno interior. Los vestidos caros y los adornos de joyas dan una representación incorrecta de la verdad que siempre debe ser representada como del más alto valor. Una persona excesivamente vestida y adornada exteriormente lleva el signo de la pobreza interior. Se revela una falta de espiritualidad.

Satanás ha tendido una trampa para cautivar a las almas incautas, induciéndolas a prestar más atención a su adorno exterior que a la belleza interior, que revela el amor a la verdad y a la justicia.

Muchos se obsesionan con su apariencia. Derrochan su dinero y son tan insensatos como Esaú, que vendió su primogenitura por un plato de potaje. Muchos impiden que su propia alma entre por la puerta recta, porque no pueden satisfacer su amor por la ostentación y al mismo tiempo creer en Cristo y seguir sus huellas.

“Si alguno quiere venir en pos de mí –dijo Cristo–, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mar. 8:34). La abnegación y el autosacrificio marcarán la vida del cristiano. La evidencia de que el gusto está realmente convertido se verá en la vestimenta de todos los que caminan por la senda estrecha de la santidad, la senda trazada para que caminen los redimidos del Señor.


Texto extraído y adaptado de Elena de White, “The Dress of the Christian”, Bible Training School, 1º de mayo de 1908, pp. 193, 194.

  • Mensajera del Señor, escritora y predicadora, Elena de White (1827-1915) fue una de las organizadoras de la Iglesia Adventista. Entre sus muchos escritos se encuentran cientos de valiosas cartas.

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