MISILES EN EL CIELO

El gran escudo de defensa del Salmo 91.

El calor de aquella mañana en Jerusalén no era mayor que el fragor de aquel conflicto milenario. Un ataque israelí en la Franja de Gaza trajo como represalia que un palestino con un auto atropellara a varios judíos en las calles de Tel Aviv. Por precaución, nos recomendaron no salir del hotel. Al día siguiente fuimos a recorrer la Ciudad Vieja. Estaba casi desierta. Un clima de tensión se percibía en el ambiente. Sentí un escalofrío cuando vi que un joven con una bandera de Israel comenzó a desfilar frente a los comerciantes árabes de la Puerta de Damasco. Enseguida, ellos empezaron a golpear las vallas metálicas del lugar.

Esto ocurrió solo unas pocas semanas antes de los horribles sucesos del 7 de octubre, cuando el grupo terrorista Hamás invadió y atacó a cientos de israelíes que estaban en una fiesta. Casi 300 personas fueron asesinadas a sangre fría y unas 250 fueron llevadas como rehenes a la Franja de Gaza.

Nadie en esa región vive con paz ni seguridad. De ambos lados hay niños y civiles inocentes que sufren y mueren. Los peligros asechan por doquier. Levantar los ojos al cielo para orar puede lograr también el encuentro con visibles misiles que surcan las nubes. Sin embargo, no es esta la única zona con conflictos bélicos en el mundo. Hay combates en Ucrania, Rusia, Chad, Malí, Burkina Faso, Níger, Somalia, Kenia, Yemen, Etiopía, Eritrea, Sudán y Siria.

Nadie vive en paz en este mundo. Nosotros también somos presa de la violencia urbana y la inseguridad en las grandes ciudades, y somos asaltados por miedos interiores que nos roban la tranquilidad y atentan contra nuestra estabilidad emocional.

Pero, así como Israel tiene el “Domo de hierro”, un sistema de escudo que derriba los misiles enemigos, nosotros contamos con el Salmo 91. Sus maravillosos 16 versos brindan alivio en medio de la crisis. El comienzo de este Salmo establece en dónde radica la clave de la protección: “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: ‘Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré’ ” (Sal. 91:1, 2, RV1960). En estos dos primeros versículos se utilizan cuatro nombres para Dios que describen diferentes aspectos de su protección. Veamos:

1-Altísimo (del hebreo Elyón). Este término implica algo que es elevado, exaltado, excelso o superior. Implica que Dios tiene el control, que ve el fin desde el principio y que  es más grande que cualquier amenaza que nos toque enfrentar. Es “el Dios Altísimo, Creador del cielo y de la tierra [… ] que entregó a tus enemigos en tu mano” (Gén. 14:19, 20). Podemos reposar “en el constante amor del Altísimo” (Sal. 21:7).

2-Omnipotente (del hebreo Shaddái). Esta palabra se traduce como “Todopoderoso”. Aquí se resalta el poder divino para enfrentar y destruir a cualquier enemigo. David lo sabía muy bien, y por eso invocó su nombre ante Goliat: “Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del Señor Todopoderoso, el Dios de los escuadrones de Israel, que tú has provocado” (1 Sam. 17:45).

3-Jehová (del hebreo Yavéh). Este vocablo se refiere al gran “Yo soy”. Es el Eterno, o “el que existe por sí mismo”, y se distingue claramente de los otros dioses (Éxo. 3:13-15). Este nombre aparece 6.823 veces en el Antiguo Testamento e indica que la presencia y la asistencia de Dios son constantes y para siempre. Jehová es un Escudo (Sal. 3:3), es el Sanador (Sal. 6:2), es la Roca, el Castillo y el Libertador (Sal. 18:1, 2), es digno de alabanza y permanece para siempre (Sal. 9:1, 7).

4-Dios (del hebreo Elohim). Esta designación se aplica a un Ser eterno y creador que rige todo el universo. Como en muchas otras partes de la Escritura, aparece con el adjetivo posesivo “mi”. No se trata de un Ser lejano, sino de alguien que quiere tener una relación personal y diaria conmigo. Muchas veces aparece ligado a Jehová, como en el inmenso versículo de Éxodo 15:2 (RV 1960): “Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación. Este es mi Dios, y lo alabaré”. Dios es nuestro amparo y guía por siempre. Por eso, David cantó: “Tú eres mi lámpara, oh Jehová; mi Dios alumbrará mis tinieblas” (2 Sam. 2:29).

Sigamos estudiando la Biblia y confiando en la protección divina. Aguardando con fe el día en que no haya misiles en el cielo, sino en el que aparezca una pequeña nube negra del tamaño de la mitad de una mano, que irá “acercándose y volviéndose cada vez más luminosa, gloriosa y aun más esplendorosa” (Elena de White, Primeros escritos, p. 46) hasta que se convierta en una gran nube blanca con diez mil ángeles cantando: la que traerá al Hijo del hombre de regreso a esta Tierra.

  • Es Licenciado en Teología y en Comunicación Social. Además, tiene una maestría en Escritura creativa. Es autor de los libros “¿Iguales o diferentes?”, “1 clic” y “Un día histórico”. Actualmente es editor de libros, redactor de la Revista Adventista y director de las revistas Conexión 2.0 y Vida Feliz, en la Asociación Casa Editora Sudamericana.

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