SANANDO EL ALMA

La iglesia como comunidad terapéutica

Por Eric E. Richter

“¿Para qué voy a ir al culto?”, se preguntaba María. Luego de la Pandemia, ella prefería conectarse a Internet y observar alguna predicación por plataformas de streaming cada sábado. “Me siento mejor aquí, en mi casa. De todas maneras, nadie se preocupa por mí en la iglesia”. Este no es un sentimiento único, sino que es compartido de una u otra manera por muchos miembros. “Hoy no quiero ir a la iglesia”, le dijo Ian a su madre. Se sentía desanimado luego de cortar con su novia y pelearse con sus amigos. “Nadie se preocupó por mí cuando estuve dos semanas enferma en cama”, le dijo Analía al pastor cuando él notó que ya no asistía a los cultos.

¿Has escuchado alguna vez que los miembros de tu iglesia dijeran frases similares? Seguramente, sí. La realidad es que la iglesia está conformada por seres humanos, personas que en ocasiones sufren de diferentes problemas que afectan su bienestar espiritual, emocional y psíquico. Después de todo, la mente humana no fue creada por Dios para experimentar el mal. Dios creó a la humanidad en un mundo paradisíaco, donde todo era “bueno en gran manera” (Gén. 1:31). Sin embargo, cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios, el pecado se introdujo en este mundo provocando consecuencias negativas en los niveles espiritual y emocional (Gén. 3:9, 10, 23, 24); mental y físico (Gén. 3:17, 19, 20); y relacional y social (Gén. 3:16; 4:1-8). Nadie está exento de los resultados del pecado en la naturaleza humana (Rom. 3:9, 19, 23), y el ser humano no puede encontrar una solución para este problema por sí mismo (Rom. 7:18-23; 8:3). Por lo tanto, la única manera en que la humanidad pueda encontrar paz y restaurar su bienestar espiritual y emocional es mediante una intervención externa a ella. La Escritura muestra que solo mediante la actuación divina el ser humano puede encontrar una solución definitiva al pecado y sus consecuencias negativas. Este acto divino de redención se desarrolla en tres niveles: (1) personal, (2) ministerial y (3) comunitario.

El nivel personal se desarrolla cuando alguien acepta de manera individual a Jesús como su Salvador y Señor. Esta relación entre Dios y el creyente, mediada por la obra del Espíritu Santo, se desarrolla de manera personal. El Espíritu instruye a las personas acerca de cómo vivir una vida correcta (Juan 14:26); muestra cuáles actos y pensamientos son pecaminosos (Juan 16:7, 8); proporciona el poder para resistir las tentaciones y las fuerzas para continuar adelante a pesar de las dificultades que enfrentemos (Rom. 8:10, 11, 26, 27); y transmite alegría, paz y esperanza en la vida cotidiana (Rom. 15:13).

El segundo nivel, el ministerial, sucede cuando el Espíritu Santo elige y capacita a personas específicas para que se dediquen a desempeñar una función espiritual, que consiste en cuidar pastoralmente a la iglesia (1 Cor. 12:28; Efe. 4:11, 12). Mientras que en el pasado sacerdotes, profetas y apóstoles fueron utilizados por Dios como sus instrumentos, hoy pastores y ancianos, entre otros, suelen cumplir este rol. Generalmente, en la actualidad se espera que estos líderes eclesiásticos asuman la función de proporcionar apoyo espiritual a los miembros de la iglesia. Eso está bien, pues la Biblia indica que los dirigentes deben velar por el bienestar de los creyentes (Hech. 20:28; Heb. 13:17; 1 Ped. 5:2). Pero esto no debería hacernos olvidar el tercer nivel en el que Dios actúa: el nivel comunitario. La iglesia, como cuerpo de creyentes, tiene una función vital y esencial en el apoyo espiritual al creyente.

¿Por qué la iglesia desempeña un rol tan importante en el apoyo espiritual? La respuesta que la Biblia da es clara: ¡porque es un instrumento de Dios en este mundo!

La iglesia como morada e instrumento de Dios

En el tiempo de los antiguos israelitas, Dios habitaba en el tabernáculo que Moisés erigió bajo órdenes divinas: “Haz que los israelitas me construyan un santuario para que yo habite en medio de ellos” (Éxo. 25:8). Posteriormente, la presencia de Dios se manifestó en el templo que estaba en Jerusalén (1 Rey. 8:8-13). Sin embargo, luego de la muerte de Cristo en la cruz y el establecimiento del Nuevo Pacto, la presencia divina ya no se encuentra circunscrita a un edificio o lugar físico. Jesús prometió: “Donde se reúnen dos o tres en mi nombre, yo estoy allí entre ellos” (Mat. 18:20); y también aseguró: “Estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos” (Mat. 28:20). Ahora la presencia divina se manifiesta en la iglesia, en la comunidad de creyentes.

El apóstol Pablo lo expresó claramente al escribirle a la iglesia de Corinto: “Todos ustedes juntos son el templo de Dios” (1 Cor. 3:16). Por supuesto, es verdad que el Espíritu Santo habita en cada creyente. Sin embargo, nótese que el énfasis está en el aspecto plural y comunitario de la iglesia, más que en el individual. Es decir, la iglesia como una comunidad o conjunto de creyentes es el “templo del Espíritu” (Rom. 8:9) o “esa morada donde Dios vive mediante su Espíritu” (Efe. 2:22; ver también 1 Cor. 6:19, 20; Sant. 4:5).

¿Por qué es tan importante recordar este concepto? Cuando comprendemos que Dios habita en la iglesia –no en un edificio, sino en la comunidad de creyentes–, dos lecciones surgen naturalmente. En primer lugar, queda clara la importancia y la santidad del cuerpo de creyentes. Como lo expresa el apóstol Pablo, “el templo de Dios es santo, y ustedes son este templo” (1 Cor. 3:17, énfasis añadido). Dado que el Espíritu Santo habita en la iglesia, la santidad que poseía el Santuario ahora es trasladada al cuerpo de creyentes. Este no es un punto menor. Al comprender la importancia y la santidad de la iglesia como cuerpo de creyentes, entendemos que su bienestar debe ser prioritario. Atender las necesidades psíquicas y espirituales de la iglesia es una tarea sagrada. Esto nos lleva al segundo punto: Dado que el Espíritu habita en la iglesia, esta se convierte en un instrumento divino para trabajar en pos de la restauración de otros seres humanos. Además, dado que la iglesia está compuesta por seres humanos, esto implica que los creyentes también deben realizar un trabajo mutuo de apoyo espiritual.

Generalmente, la tarea de apoyar, aconsejar y trabajar en pos del bienestar espiritual se deja a ministros y líderes eclesiásticos. Esto no está mal de por sí. Dios efectivamente elige y capacita con dones a diferentes personas para que sirvan a la iglesia y la edifiquen (Efe. 4:11-13). Sin embargo, esto no debiera hacernos olvidar el hecho de que todos los creyentes son ministros. “Ustedes”, dijo el apóstol Pedro dirigiéndose a los cristianos, “son un pueblo elegido. Son sacerdotes del Rey, una nación santa” (1 Ped. 2:9). Esto implica que todos los creyentes tienen una responsabilidad mutua por el bienestar espiritual de sus hermanos en la fe.

¿Cómo puede la iglesia trabajar para ofrecer apoyo espiritual y cumplir con esta importante responsabilidad? La Escritura nos proporciona varias relevantes instrucciones.

La iglesia como comunidad terapéutica

Antes de abordar las maneras en que la iglesia puede ofrecer apoyo espiritual a sus miembros, es necesario tener en claro tres puntos esenciales.

En primer lugar, el apoyo espiritual debe llevarse a cabo desde una perspectiva integral. Es decir, enfocarse en el bienestar y la salud completos de la persona. Debe recordarse que la Escritura enseña un concepto monista del ser humano. Es decir, cada aspecto del ser humano no es independiente ni autónomo de los demás, sino que está indivisiblemente unido en una naturaleza integral. Esta unidad holística de la vida y la personalidad humanas implica que cualquier factor externo o interno que afecte alguna de sus dimensiones también afectará directa o indirectamente a las demás.

Todo esto tiene un gran impacto en la manera en que se concibe el apoyo espiritual. Un problema de índole familiar, físico o relacional también terminará afectando la espiritualidad de la persona, y viceversa. Así, el apoyo espiritual debe tener en vista todos los aspectos del ser humano para lograr satisfactoriamente su objetivo. Esto se debe a que, probablemente, el aconsejado sufrirá no solo de necesidades espirituales, sino posiblemente también de necesidades emocionales, físicas, familiares, económicas, etc. Para ayudar realmente a la persona, se debe apoyarla en cada aspecto que necesite.

En segundo lugar, debe comprenderse que el apoyo espiritual mutuo no es algo optativo por parte de los miembros, ni tampoco un ministerio exclusivo de algunos pocos. El apóstol Pablo escribió: “Ayúdense a llevar los unos las cargas de los otros, y obedezcan de esa manera la ley de Cristo” (Gál. 6:2). El apoyo espiritual mutuo es un deber universal de cada cristiano. Sin embargo, este mandato bíblico también tiene un límite, que el propio apóstol menciona unos versículos más adelante: “Cada cual llevará su propia carga” (vers. 5). ¿Cómo podemos “llevar los unos las cargas de los otros” (vers. 2), si “cada cual” debe llevar “su propia carga” (vers. 5)? ¿No es esto contradictorio? El texto griego utiliza dos palabras diferentes en este pasaje: baros (vers. 2) y fortion (vers. 5). El término baros se refiere a “toda clase de cargas físicas, emocionales, morales o espirituales: por ejemplo, cargas financieras, las consecuencias del cáncer o los resultados del divorcio […], cargas que aplastan a los hermanos cristianos”.1 Es un deber de cada creyente el de ayudar y apoyar a quienes se enfrentan con estas cargas imposibles de sobrellevar por uno mismo. Pero, al mismo tiempo, el versículo 5 explica que cada creyente tiene “cargas” o “responsabilidades” (fortion) que debe cumplir por sí mismo. “La palabra que se utiliza aquí designaba el bulto que generalmente llevaba el soldado cuando estaba en marcha, y Cristo la utilizó para referirse a la carga que deposita sobre cada uno de sus discípulos”.2 No es el deber de la iglesia ocuparse de cada problema o inconveniente de la vida del creyente, pero sí de apoyarlo en aquellas luchas y cargas que no pueda sobrellevar por sí mismo.

Por último, debe tenerse en cuenta que no es el talento, la capacidad, la disposición o las acciones humanas lo que permite apoyar espiritualmente con éxito al hermano o la hermana en la fe. Es el Espíritu Santo quien capacita a las personas para cumplir esta función espiritual (1 Cor. 12:4-12). Quien atiende pastoralmente a otra persona actúa como un instrumento por el cual Dios puede atender las necesidades espirituales y psíquicas de sus hijos.

Mantener en mente estos tres conceptos te ayudará a servir eficientemente a los demás y atender sus necesidades espirituales. Ahora, ¿de qué maneras puede un creyente apoyar espiritualmente y atender pastoralmente a sus hermanos y hermanas en la fe? La Biblia muestra varias herramientas útiles para cumplir con esta responsabilidad.

Compañerismo cristiano (mostrar empatía)

Este es un tema recurrente a lo largo de la Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento. Pero quizá la mejor definición de compañerismo la proporcione Pablo en el segundo capítulo de su carta a los Filipenses. El apóstol pregunta: “¿Tenemos en conjunto alguna comunión en el Espíritu? ¿Tienen ustedes un corazón tierno y compasivo?” (vers. 1). La verdadera unidad y el compañerismo legítimo nacen de una relación profunda con Dios y la sumisión a la guía del Espíritu Santo. Esto causa que cada creyente tenga un “corazón tierno y compasivo”. En palabras actuales: una actitud empática.

Pablo insta a los creyentes a “amarse unos a otros” y mantener “un mismo pensamiento y un mismo propósito” (vers. 2). A pesar de las diferencias individuales, ya sea en carácter, personalidad o mentalidad, cada creyente puede acercarse, escuchar y buscar entender a sus hermanos y hermanas en la fe. Es importante que, al ayudar a una persona, esta sienta que tiene la libertad de expresar sus pensamientos, sentimientos y necesidades sin ser juzgada, criticada o censurada. Esto no significa que apoyar espiritualmente a otro implique aprobar ciegamente sus ideas o sentimientos (especialmente si en algún momento son contrarias a las enseñanzas bíblicas). Pero sí que la persona pueda expresar lo que siente y lo que necesita sin que sus palabras sean reprendidas; sus motivos, juzgados; y sus necesidades, minimizadas. “Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran”, nos recomienda la Biblia (Rom. 12:15). La empatía implica hacer el esfuerzo de entender por lo que otra persona está pasando, y buscar su bienestar por encima de nuestra manera de ver la situación.

Esto nos lleva a la siguiente idea. El apóstol les pide a los creyentes: “No sean egoístas […], [sino] sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes” (vers. 3). Es de vital importancia recordar que ayudar a otra persona no nos coloca en un plano de superioridad por sobre ella. La atención pastoral hacia un hermano o hermana en la fe no debe consistir en un trato autoritario o jerárquico. La ayuda espiritual debe caracterizarse por la humildad, la abnegación y el servicio desinteresado (Mat. 20:26; Mar. 10:43-45). Al ayudar a otro, debemos recordar que nosotros también hemos estado en la posición de necesitar ayuda, o que en el futuro también seremos nosotros quienes necesitaremos de otra persona que nos ayude.

Por último, Pablo exhorta: “No se ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás” (vers. 4). El compañerismo cristiano no es pasivo, sino activo. Consiste en estar atentos a los demás, preocuparnos por su situación y buscar su bienestar. En resumen, consiste en tener “la misma actitud que tuvo Cristo Jesús” (vers. 5).

Exhortación (brindar ánimo)

La palabra “exhortación”, que utilizan varias versiones bíblicas, suele dar una impresión negativa. Se cree que se refiere a “sermonear”, “retar” o “criticar”. Sin embargo, esta no es la idea bíblica. “Exhortar” suele ser la traducción del verbo griego parakaleō, cuyo significado básico es “consolar”.3 ¿Se puede consolar a una persona con palabras duras? ¡Por supuesto que no! Para consolar a una persona, es necesario escucharla, darle palabras de ánimo y ofrecerle contención emocional. Y en eso consiste la exhortación bíblica.

El apóstol Pablo lo deja en claro cuando invita a los creyentes: “Que el mensaje de Cristo, con toda su riqueza, llene sus vidas. Enséñense y aconséjense unos a otros con toda la sabiduría que él da” (Col. 3:16). Al aconsejar o enseñar, debemos basarnos en la sabiduría que Cristo proporciona. Su vida, su ejemplo y sus enseñanzas son la base de la exhortación cristiana.

Existen varias maneras de exhortar a otros. La orden bíblica “anímense unos a otros” (2 Cor. 13:11) se cumple de varias maneras, y una de ellas es proporcionando esperanza. Por ejemplo, ante la tristeza de la pérdida de seres queridos, el apóstol Pablo habló de la esperanza de la resurrección y aconsejó: “Anímense unos a otros con estas palabras” (1 Tes. 4:18). Ante las dificultades sociales y económicas, Santiago les recordó a los cristianos de su tiempo que Jesús volvería de nuevo para poner fin al dolor y la maldad: “Anímense, porque la venida del Señor está cerca”, les aconsejó (Sant. 5:8). Exhortar consiste en dar consuelo, pero también esperanza.

Otro punto importante se manifiesta en la Carta a los Hebreos. Allí se nos alienta a “animarnos unos a otros”, especialmente cuando una persona deja “de congregarse”; es decir, cuando comienza a alejarse de la comunidad cristiana (Heb. 10:25). Una persona que sufre problemas puede enfriarse espiritualmente y alejarse de la hermandad cristiana. Es especialmente en estos momentos que la exhortación –es decir, dar ánimo– es de vital importancia. Ofrecer consuelo, brindar aliento, transmitir palabras de ánimo y contagiar esperanza no solo es la definición de exhortación, sino también la mejor manera de apoyar a quien se está alejando de la iglesia.

Por último, la exhortación implica aconsejar hacer lo bueno y alejarse de lo malo. La Carta a los Hebreos también nos invita a que “pensemos en maneras de motivarnos unos a otros a realizar actos de amor y buenas acciones” (Heb. 10:24). Al mismo tiempo, también nos insta: “Adviértanse unos a otros todos los días […] para que ninguno sea engañado por el pecado y se endurezca contra Dios” (Heb. 3:13). Parte de cuidar pastoralmente a un hermano en la fe implica ayudarlo cuando se aparta de los caminos de Dios. Mostrarle a otra persona que está siguiendo una senda equivocada es un acto de amor y que debe ser llevado a cabo con amor. Además, debe realizarse con humildad, pues el día de mañana puede ser que seamos nosotros los que necesitemos de este tipo de exhortación (1 Cor. 9:27).

Oración (hablar con Dios)

Finalmente, no podemos ser una comunidad terapéutica si como iglesia no pedimos al Cielo el poder restaurador del Espíritu Santo.

Existen tres maneras en que la oración desempeña un rol fundamental para el apoyo espiritual mutuo en la iglesia. En primer lugar, se debe destacar la importancia de orar juntos como un método de apoyo espiritual. Pablo solía orar junto con las iglesias y las congregaciones que visitaba (Hech. 20:36). El apóstol también oraba junto a y por las personas enfermas (Hech. 28:8; ver también Sant. 5:14). En el caso de problemas espirituales, Santiago motiva a que los creyentes confiesen personalmente los pecados unos a otros y luego “oren los unos por los otros” (Sant. 5:16). Incluso Jesús, en su momento de lucha espiritual durante el Getsemaní, les pidió a algunos de sus discípulos que lo acompañaran y oraran junto a él (Mat. 26:36-41; Mar. 14:32-38; Luc. 22:39, 40). Buscar a Dios juntos mediante la oración puede ser un aliciente para el alma afligida.

En segundo lugar, la Biblia muestra la importancia de la oración intercesora como una manera de ayudar a otras personas, al permitir que Dios intervenga en sus vidas. El apóstol Pablo solía pedir frecuentemente en sus cartas que sus lectores oraran por él y sus colaboradores (1 Tes. 5:25), así como él oraba constantemente por ellos (Col. 1:3). También instaba a los creyentes a que “sean persistentes en sus oraciones por todos los creyentes en todas partes” (Efe. 6:18). El objetivo de la oración intercesora es mediar ante Dios pidiendo su intervención en la vida de otra persona. Aunque quizás esta manera de actuar sea invisible para la persona necesitada, sigue siendo una manera de ayudarla en un momento de dificultad espiritual.

En tercer y último lugar, la oración intercesora tiene un plano corporativo que debe ser resaltado. Toda la hermandad puede unirse de manera pública para suplicar al Cielo en favor de alguien. Existen varios casos en la Biblia en los que toda una comunidad de fe se unió en oración para ayudar a alguien, pero uno de los casos más destacados es la liberación de Pedro luego de ser encarcelado por el rey Herodes para ser ejecutado. “Mientras Pedro estaba en la cárcel, la iglesia oraba fervientemente por él”, afirma la Biblia (Hech. 12:5). Luego de ser milagrosamente liberado la noche previa a su ejecución, Pedro “fue a la casa de María, la madre de Juan Marcos, donde muchos se habían reunido para orar” (Hech. 12:12). Este relato muestra la importancia que la iglesia apostólica le daba a la oración intercesora, al quedarse hasta largas horas en la noche para orar por quienes lo necesitaban.

Reflexión final

Un dicho popular afirma que la iglesia no es un museo de santos sino un hospital para pecadores. Metáforas aparte, la iglesia ciertamente es un cuerpo de hermanos y hermanas en la fe que caminan juntos hacia el Cielo. Y, a medida que algunos de sus miembros se encuentran con dificultades que afecten su bienestar espiritual y psíquico, la iglesia puede y debe convertirse en una comunidad que ofrezca contención, apoyo, atención y solaz. Mediante el compañerismo cristiano, la exhortación mutua y la oración, podemos enfrentar las dificultades de la vida hasta que todo juntos lleguemos a aquel lugar donde ya “no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor”, porque “todas esas cosas ya no existirán más” (Apoc. 21:4).


Referencias

1 G. Walter Hansen, Galatians, The IVP New Testament Commentary Series (Downers Grove, IL: IVP Academic, 1993), p. 186.

2 Howard F. Vos, Gálatas: Una llamada a la libertad cristiana (Grand Rapids, MI: Portavoz, 1981), p. 108.

3 L. Coenen, ed. Vocabulario griego del Nuevo Testamento (Salamanca: Sígueme, 2001), p. 137.

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1 Comentario

  1. LUIS BECKER

    Excelente mensaje y muy actual. Dios quiera que podamos ponerlo en practicca. Bendiciones

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