“Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos” (Apoc. 2:20).
Los banquetes religiosos celebrados en honor de las deidades del paganismo estaban indisolublemente ligados a los más diversos excesos e inmoralidades.
Ejemplos bíblicos de ello son la fiesta del rey babilonio Belsasar (Dan. 5) y, tal vez, la del persa Asuero (Est. 1:10-12), quien, bajo los efectos del alcohol, habría exigido en tal ocasión que la reina Vasti compareciera (desnuda, según una antigua tradición del judaísmo) ante la audiencia a fin de exhibir así su belleza ante los invitados. Ya en la época patriarcal, las culturas de la Mesopotamia asiática (en lo que hoy es Irak) incluían en tales eventos ciertas prácticas como la micción, la defecación y la regurgitación “sagradas” a imagen y semejanza de la conducta de los dioses, según las mitologías de entonces (Isa. 28:8 podría estar aludiendo a algunas de esas prácticas, adoptadas por el pueblo de Dios en estado de profunda apostasía idolátrica).
La asociación entre la ingestión de lo ofrecido previamente en el altar y el desenfreno sexual fue una constante a lo largo de la historia del paganismo, como también lo demostraba el culto a Afrodita en su templo de la acrópolis de Corinto, donde “prostitutas del templo, sacaban alegremente a los mercaderes viajeros los beneficios obtenidos en las jornadas de negocios” (Véase René Krause, La vida privada y pública de Sócrates [Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1966]).
El alimento y la bebida consumidos en tales eventos cúlticos no solo eran insalubres (sustancias psicoactivas, grasa, sangre, carnes inconvenientes, etc.), sino también su consagración previa a la deidad honrada hacía que quienes los ingerían se declararan por ello mismo y públicamente sus devotos. La ingestión de parte del animal representante de la deidad era vista, además, como una forma de apropiarse y participar de los atributos divinos. Todo ello explica la negativa de Daniel y de sus tres amigos a “contaminarse” con la comida y la bebida idolátricas del programa de “babilonización” preparado para los cautivos hebreos (Dan. 1: 8).
Seis siglos después, los cristianos conversos del paganismo en algunas iglesias a las que fue dirigido originalmente el Apocalipsis enfrentaban un desafío semejante. Cada oficio o profesión tenía sus dioses patronos, que velaban por el sustento y la prosperidad de sus fieles, lo que requería la realización de banquetes religiosos regulares en los respectivos templos.
La ausencia de los otrora paganos, ahora cristianos, a dichas prácticas los hacía objeto de una gran presión social, resuelta por algunos líderes cristianos “moderados” o “conciliadores” como “Balaam” en Pérgano (Apoc. 2:14) y “Jezabel” en Tiatira (Apoc. 2:20).
Una dos décadas después de escrito el Apocalipsis, Plinio el Joven, gobernador de la región del Ponto y Bitinia, al norte de Asia Menor, la provincia romana donde estaban las siete iglesias, daba cuenta al emperador Trajano de la escasa concurrencia de los paganos a los servicios religiosos idolátricos en los años previos debido al éxito del cristianismo: “Los templos [paganos] que habían estado casi desiertos comienzan ahora a ser frecuentados; y los festivales sagrados, tras un prolongado intervalo, han revivido, como también la demanda general de animales para los sacrificios, que por algún tiempo habían contado con pocos compradores”.
Parece que las cartas de Juan habían surtido efecto en la región; un efecto que, sin embargo, no logró persistir demasiado tras su muerte a fines siglo primero.
Woooo! Daniel ha Sido considerado por su vegerianismo… Pero ahora sé su negativa a comer de la comida del rey. Gracias por esclarecer más.