CAMBIANDO IRA POR PAZ

18 octubre, 2019

“Deja la ira, y desecha el enojo; no te excites en manera alguna a hacer lo malo” (Sal. 37:8).

“Todo lo que comienza con ira termina en vergüenza”, escribió Benjamin Franklin. Por su parte, Horacio, poeta romano que falleció ocho años antes del nacimiento de Cristo, decía que la ira es una “locura breve”. Esta expresión de Horacio se refleja claramente al observar cómo personas han arruinado su vida por un momento de “locura”, de rabia desmedida, con resultados sin retorno.

La ira es motivo de estudio debido a sus consecuencias en las personas. Desde el daño que produce sobre la salud, principalmente, en el sistema cardiovascular,1 hasta las lesiones visibles e invisibles producidas en una familia en que haya maltrato, va dejando sus marcas en cada ser humano y en el entorno de aquel que no puede controlarla.

No todas las personas reaccionan igual frente a la ira. Hay factores genéticos, familiares y ambientales que afectan la manera de resolver situaciones complejas. Pero, no podemos usar esto como una excusa para dar rienda suelta a nuestra ira, porque lo único que logramos es una respuesta con más ira, agresión y daño.

Hay algunos elementos que modifican nuestra reacción: la interpretación de lo que está sucediendo; depende de nuestras experiencias vividas la forma en que vamos a actuar frente a una agresión. La rumiación, o el pensamiento recurrente, es cuando fomentamos ideas que aumentan el enojo inicial. En gran porcentaje, la ira va creciendo alimentada solo por nuestros pensamientos a partir de una situación, y terminamos reaccionando en forma desmedida frente a algo pequeño. Opuestamente, se encuentra nuestra capacidad de controlar para frenar o limitar las ideas que llevarán a más agresión. Ese control se puede lograr de varias formas: minimizando la agresión; descargando nuestra ira hacia algo que no produzca daño, como salir a caminar o correr; o escuchando música suave, relajante. Justamente, el ejercicio es un muy buen método para reducir los pensamientos recurrentes.

Si nuestro enojo es por algo que nos han hecho, es importante hablar con respeto y sin ira. Expresar qué es lo que nos está afectando a fin de que no se repita ayuda a las relaciones; aunque puede ocurrir que el diálogo esté tan quebrado que ya no sea saludable hablar sobre ese tema porque se hace más daño, y en esos casos el silencio es más útil.

Si sentimos recurrentemente que nuestros pensamientos vuelven a recordar el daño que nos han hecho o la situación que estamos viviendo, y eso nos llena de angustia y enojo, es necesario buscar ayuda. Es muy positivo recurrir a un psicólogo que nos guíe para enfrentar lo sucedido o asistir a un grupo de autoayuda; pero, agregando a esta terapia una más profunda relación con Dios, más oración, con fervor, donde de rodillas le pedimos al Señor que nos llene de su Santo Espíritu, porque el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, templanza, fe, bondad. Todos, elementos opuestos a la ira. Tenemos la promesa del Padre de que nos dará su Santo Espíritu si lo pedimos (Luc. 11:13).

Aunque nuestro enojo sea contra el pecado o contra errores que observamos en algún miembro de la iglesia, no podemos expresarlo en forma agresiva, porque Dios es amor y, aun recibiendo todo el mal en la Cruz, Jesús no permitió que su ira lo dominara.

“Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Sant. 3:14-18). RA


Referencias

1 T. Smith, K. Glazer, “Hostility, anger, aggressiveness, and coronary heart disease: an interpersonal perspective on personality, emotion, and health”, Journal of Personality 72(6) (dic., 2004), pp. 1.217-1.270.

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