Una de las indicaciones más frecuentes de los médicos cuando el paciente está enfermo es hacer reposo. Por supuesto que muchas veces es un consejo muy válido, más cuando se está agobiado por las responsabilidades y el cuerpo y la mente necesitan un descanso.
Elena de White habla de la importancia del descanso, pero agrega una contra propuesta frente a la enfermedad, que es la actividad física y mental.
En 1865, Jaime White, agotado por la carga excesiva de trabajo como pionero y dirigente de la iglesia, sufrió una descompensación que puso en grave peligro su vida. Su esposa, Elena, decidió que se trasladaran, junto con Guillermo, su hijo de once años, a Wright, a unos 125 km de Battle Creek, hasta que la salud de Jaime se hubiera restaurado.
Ella describió más adelante: “Durante el viaje, William trató de poner el bocado del freno en la boca de uno de los caballos, pero no pudo hacerlo. Le dije a mi esposo: ‘Apóyate en mi hombro, y ven a poner el bocado’. Dijo que no sabía cómo podría hacerlo. ‘Sí, puedes hacerlo –repliqué–. Levántate y ven’. Así lo hizo, y finalmente logró colocar el bocado del freno. En ese momento se dio cuenta de que tendría que volver a hacerlo la próxima vez.
“Mantuve a mi esposo constantemente ocupado en esas cositas sencillas. No le permitía quedarse quieto, sino que procuraba mantenerlo en actividad. Tal es el plan que deberían seguir los médicos y los asistentes en los sanatorios. Deberían conducir a los pacientes paso a paso, y mantener sus mentes lo suficientemente ocupadas como para que no tengan tiempo de amargarse por su condición” (Mensajes Selectos, t. 2, p. 380).
Durante 18 meses la familia White vivió en Wright, con la alegría de poder volver luego con la salud de Jaime restaurada, y con una nueva posibilidad de seguir sirviendo a Dios por varios años más.
Aunque fue indispensable el alejamiento de Jaime de su trabajo y del estrés, el período de descanso no fue de pasividad total sino de movimiento activo, con caminatas diarias., y con la dedicación permanente de Elena, quien se preocupó por organizar las actividades y luchar para que Jaime, que estaba totalmente rendido, cumpliera con el tratamiento. No hay dudas de que su perseverancia y amor dieron buenos frutos, y lograron la curación del paciente.
La ciencia actual avala dicho tratamiento. Cada vez que una persona enferma cumple con una actividad física está colaborando, en forma natural, con su salud. Aunque el malestar propio de la enfermedad nos predispone a estar acostados, debemos sobreponernos y tomar fuerzas para vencer la debilidad.
Hacer ejercicio ayuda a reducir la depresión y la ansiedad, y coadyuva tanto en la prevención como en el tratamiento. En personas con depresión mayor, el ejercicio ha cumplido una parte esencial en la recuperación, y se ha podido observar una mejor respuesta a la terapéutica habitual en comparación con aquellos que no hacían ejercicio. Esta mejoría se debe a varios elementos. Uno de ellos es que, al realizar ejercicio, se libera una proteína llamada Factor neurotrófico derivado del cerebro, también llamada BDNF, por sus siglas en inglés.
Mantuve a mi esposo constantemente ocupado en esas cositas sencillas. No le permitía quedarse quieto, sino que procuraba mantenerlo en actividad”.
Esta sustancia ha sido motivo de estudio hace ya varios años. Lo que se ha descubierto es que el BDNF promueve la neuroplasticidad; es decir, aumenta la capacidad de adaptación del sistema nervioso. Estos cambios no son solamente funcionales sino también físicos, pues favorecen la formación de nuevas neuronas en el adulto, y aumentan los puntos de conexión, o sinapsis, entre las neuronas. Se producen así cambios favorables en las extensiones de las neuronas, necesarias para la comunicación entre ellas, y aumentan los vasos sanguíneos a su alrededor, para asegurarse de que estén bien oxigenadas y nutridas.
El BDNF también mejora la calidad del sueño, siendo el insomnio un problema importante en la ansiedad y la depresión.
Pero el ejercicio también libera otros elementos que son antiinflamatorios. La enfermedad tiene una relación permanente con la inflamación a nivel celular. Esto afecta el equilibrio y la salud de las neuronas. Las interleuquinas y las citoquinas antiinflamatorias favorecen que el proceso de curación sea más efectivo.
No es solamente con relación al sistema nervioso el efecto curativo del ejercicio. En estudios realizados en laboratorio se demostró que en una infección aguda como la neumonía por pseudomonas (un germen complejo y de difícil tratamiento), el ejercicio reduce la inflamación pulmonar y colabora para evitar que los gérmenes sigan colonizando el pulmón. A esto se suma el efecto positivo de la actividad física sobre las defensas inmunitarias, siendo de gran beneficio para aquellos que sufren de resfríos o deben tomar antibióticos en forma frecuente.
Hay elementos que responden al ejercicio y que modifican la expresión genética a nivel de más de doscientos genes protectores de la célula. Esto significa que en nuestro ADN existen herramientas que protegen y ayudan a la salud, pero necesitan ser activadas para lograr obtener sus beneficios.
Al analizar cuánta actividad física es necesario realizar para lograr resultados, se observó que siempre ayuda realizar algún tipo de ejercicio, pero la frecuencia y la continuidad son claves para “despertar” una mayor cantidad de genes protectores. Los fitoquímicos, antioxidantes naturales propios de las frutas, las verduras y las semillas, también activan estos mismos elementos. Si hacemos ejercicio y en nuestra dieta incluimos abundantes frutas, verduras, semillas y cereales integrales, se potencian mutuamente para lograr mayores beneficios.
El apóstol Pablo, después de describir a un grupo de “héroes” que, por su fe, tienen la victoria asegurada por la eternidad al lado de Cristo, nos hace un llamado: “Por tanto, […] despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Heb. 12:1, 2).
Dios nos llama a liberarnos de todo lo que pueda entorpecer nuestra obra como misioneros y predicadores del evangelio. Así como Jaime White, que con la ayuda de Dios y de su esposa pudo fortalecerse para continuar trabajando para la misión, nosotros también tenemos elementos para protegernos y no debilitarnos frente a las vicisitudes de la vida. Mientras estemos aquí, en la Tierra, debemos continuar esta carrera y no rendirnos. Al decir “corramos”, Pablo no se refería a hacer ejercicio. Parafraseando, podríamos agregar: corramos por alcanzar la meta eterna, por las almas que necesitan conocer de Dios; corramos para estar listos cuando Cristo vuelva. Corramos para que nuestro cuerpo sea más apto para “la carrera” que Dios nos ofrece, y que no sea nuestra salud causa de tropiezo. RA
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