E.P.P. ESPIRITUAL

4 junio, 2020

El uso de EPP está en aumento. La sigla (casi desconocida hasta ahora) comienza a formar parte de nuestro vocabulario. ¿Qué significa? Se refiere a “equipos de protección personal”, para resguardar a los trabajadores en situaciones de riesgo frente a la amenaza de la COVID-19. Normalmente, se trata de barbijos, guantes, alcohol en gel, gafas, máscaras faciales y otros equipamientos.

Si en una pandemia usamos equipamientos especiales de protección, ¿qué deberíamos hacer cuando enfrentamos una batalla en contra de las potestades del mal (Efe. 6:12)? Si enfrentamos esto sin el “EPP” correcto, terminaremos destruidos.

Pablo describe nuestro EPP espiritual como la “armadura de Dios” (6:12-17), basándose en la vestimenta de los soldados romanos que lo vigilaban en la prisión. Sus piezas cubrían todo el cuerpo, pues una cobertura parcial ciertamente llevaría a la derrota. Por eso, el apóstol nos llama a usar “toda la armadura”, cuidando de cada pieza del EPP espiritual.

El cinturón de la verdad. Era usado para inmovilizar la túnica de los soldados, evitando que esta causara dificultad durante los movimientos rápidos. Se lo presenta como un símbolo de la verdad encarnada, aquella que nos motiva a permanecer firmes y dejar todo lo que estorba en la lucha contra el mal. Es un llamado a la integridad, a hacer lo que es correcto, y no lo que es fácil, porque “el verdadero cristiano permanecerá firme como una roca, con su fe más fuerte y su esperanza más radiante” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 660).

La coraza de la justicia de Cristo. Estaba hecha de cuero, y se usaba sobre el pecho, para proteger los órganos vitales. Es una invitación a guardar el corazón, pues, según Elena de White, “el poder de Satanás hoy para tentar y engañar es diez veces mayor que en los días de los apóstoles” (Elena de White, Spiritual Gifts [Dones espirituales], t. 2, p. 277). “Las tentaciones nos rodearán mientras vivamos. Satanás nos tentará de una forma, y si no nos vence nos tentará de otra. Así, sus esfuerzos nunca cesarán” (Elena de White, Sermons and Talks [Sermones y discursos], t. 1, p. 154). Para resistir, se nos invita cada día a cambiar nuestra propia coraza por el manto de la justicia de Cristo. Únicamente este es invulnerable.

Los calzados del evangelio de la paz. Los soldados romanos usaban sandalias que tenían clavos como tapones en las suelas, que servían para afirmarse en el suelo durante el combate. Esto es un recordatorio de nuestro llamado a salir, compartir el evangelio y conquistar a quienes el Señor ya ha preparado. Pablo mismo reconoció la belleza de los pies de aquellos que “anuncian buenas nuevas” (Rom. 10:15). Involucrarse en la misión aumenta la protección, pues “si se entregan al servicio de Dios, el que tiene todo poder en el cielo y la Tierra proveerá para vuestras necesidades” (Elena de White, El discurso maestro de Jesucristo, p. 92).

El escudo de la fe. Pablo se refería a un gran escudo, capaz de proteger todo el cuerpo de las flechas incendiarias, una de las armas más peligrosas de la época. Hoy, la fe “detiene los dardos de la tentación antes de que lleguen a ser pecados” (Comentario bíblico adventista, t. 6, p. 1.044). El escudo también era un elemento de ataque. Cuando los soldados formaban un batallón, un murallón, rodeados completamente de escudos, tenían grandes posibilidades de vencer. Lo mismo sucede con la iglesia cuando está unida; se vuelve más poderosa en las actitudes defensivas y mucho más eficiente en las acciones ofensivas.

El yelmo de la salvación. Era un casco que protegía la cabeza. La mente humana también es el blanco central del Gran Conflicto. Es el centro de la voluntad, y por eso debe estar rodeada de lo que es puro (Fil. 4:8). “Los que no quieren ser víctimas de las trampas de Satanás deben guardar bien las avenidas del alma; deben evitar leer, mirar u oír lo que puede sugerir pensamientos impuros” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 427).

La espada del Espíritu. Era el arma más importante de un soldado en la batalla, así como la Palabra de Dios es más poderosa que las armas de Satanás. Puede ser usada defensivamente, de modo de protegernos de los ataques del enemigo, y ofensivamente, a fin de destruir las estrategias del mal. Pero, si acumula polvo, la vida terminará sucia. No es posible pasar horas en Internet y después leer la Biblia durante algunos minutos, esperando recibir fuerzas para la batalla. “La lucha por encontrar tiempo para leer la Palabra es la lucha por nuestra vida”, recuerda el teólogo británico Martyn Lloyd-Jones.

Pablo concluye con la tan esperada “vacuna” contra el virus del mal: “Orando en todo tiempo con toda oración” (Efe. 6:18). En esta batalla, “nadie puede estar seguro un solo día o una sola hora si no ora” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 585).RA

  • Erton Köhler

    Pastor y presidente de la División Sudamericana entre 2006 y 2021. Ahora se desempeña como secretario ejecutivo de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

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