Cómo ser vencedores en el gran conflicto entre el bien y el mal.
Sin duda, un versículo desafiante es Efesios 6:13: “Por tanto, vístanse de toda la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y, habiendo acabado todo, quedar firmes”. La lucha entre el bien y el mal se presenta en la Biblia desde Génesis hasta Apocalipsis. No aparece como una dualidad de fuerzas equilibradas; sino como un conflicto cósmico entre el bien y el mal, entre la voluntad de Dios y la oposición a su voluntad.
El mal se originó en el Cielo con la rebelión de una de las criaturas de Dios, un ángel llamado Lucifer, quien (lleno de orgullo) se rebeló contra su Creador y fue expulsado del Cielo a la Tierra (Isa. 14:12-15; Eze. 28:12-19). Lucifer cuestionó tres cosas acerca de Dios:
- Que su gobierno no era justo.
- Que su carácter no era amoroso.
Habiendo sido creado perfecto, por su propia elección se convirtió en Satanás, el adversario de Dios y de la humanidad.
El mal entró en el jardín del Edén a través de la desobediencia de Adán y Eva. Ellos tomaron la decisión equivocada y se embarcaron en un camino de dolor y muerte en la Tierra. Así, la lucha contra el mal no es contra carne y sangre, “sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de este mundo de tinieblas, contra malos espíritus de los aires” (Efe. 6:12). El diablo es descrito como un león rugiente que anda buscando a quien devorar (1 Ped. 5:8).
Por eso, fue necesaria la encarnación de Jesús, el segundo Adán. Él fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Heb. 4:15), y venció al pecado y la muerte mediante su sacrificio en la cruz y su resurrección. Jesús venció y nos salvó de la condenación del pecado. El pecado nos condena a la muerte, pero la muerte de Cristo nos lleva a la vida. Él es la máxima expresión del bien.
La historia culmina con la creación de un nuevo cielo y una nueva Tierra, donde ya no habrá maldad, dolor ni muerte (Apoc. 21:1-4). En un futuro próximo, cuando el Señor venga a establecer su Reino, la victoria será definitiva. El Señor nos salvará de la presencia del pecado, y Satanás y sus seguidores serán derrotados para siempre (Apoc. 20:10). Nunca más habrá pecado ni sus consecuencias, porque el mal no se levantará dos veces (Nah. 1:9). Las primeras cosas habrán pasado para siempre, y todas las cosas se harán nuevas.
La lucha entre el bien y el mal es un conflicto con victoria garantizada. La gran pregunta es qué decisión y qué posición tomaremos nosotros hoy. Todos queremos ser vencedores; ahora bien, ¿cómo podemos vencer?
- Manteniendo una relación con Dios.
“Acerquémonos al trono de la gracia con
confianza, para recibir misericordia y
hallar gracia para el oportuno socorro”
(Heb. 4:16). - Manteniendo la fe en Cristo para resistir
las tentaciones del mal. “Esta es la victoria
que vence al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4).
Jesús nos hace victoriosos y nos libera
de la culpa y del poder del pecado. Cuando
nos arrepentimos y confesamos nuestras
faltas, experimentamos la paz del perdón y
la victoria sobre el mal, buscando la justicia y
la misericordia, y fortaleciendo la comunión
con Dios a través de su Palabra, la oración
y el testimonio.
Elena de White nos insta: “En cada alma luchan activamente dos poderes en procura de la victoria. La incredulidad ordena sus fuerzas, guiada por Satanás, para separarnos de la Fuente de nuestra fortaleza. La fe ordena las suyas, dirigidas por Cristo, el Autor y Consumador de nuestra fe. El conflicto continúa hora a hora ante la vista del universo celestial. Esta es una batalla cuerpo a cuerpo, y el gran interrogante es: ¿Quién obtendrá el dominio? Cada uno debe decidir por sí mismo este asunto. Todos deben tomar parte en esta lucha, peleando en un bando o en el otro. En este conflicto no hay tregua… Se nos urge a prepararnos para esta acción” (Hijos e hijas de Dios, p. 330).
¡Podemos ser vencedores! “Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro
Señor Jesucristo” (1 Cor. 15:57).



0 comentarios