¿Qué harías si estuvieses al borde de la muerte?
Espero que tengas una experiencia cercana a la muerte en los próximos veinte minutos. Yo sé que nunca olvidaré la mía. El sol brillaba con fuerza ese día, y el cielo estaba azul. Parecía demasiado perfecto y pintoresco para encerrar algún peligro real. El viento soplaba fuerte y formaba olas espumosas, y estas combinaban con las nubes algodonadas que sobrevolaban velozmente sobre el lago Míchigan. Los huskies siberianos de mi papá corrían airosos a lo largo de la costa, atrapaban discos voladores y esquivaban las olas.
Era el final de mi último verano antes de empezar la vida adulta. Acababa de graduarme, y tenía por delante un trabajo como pastor de jóvenes en Colorado, así que, estaba disfrutando mucho de un día tranquilo en la playa con mi padre y tres amigos.
Qué marcado contraste con la segunda mitad de esa tarde. En toda mi vida nunca me sentí tan desesperado o tan cerca de la muerte.
A veces, los Grandes Lagos1 pueden levantar olas de unos dos o tres metros de alto, lo que atrae a surfistas de la zona, incluyendo Chicago. A veces, las corrientes de retorno pueden arrastrar con violencia a los novatos hacia aguas profundas. El agua helada puede agotar las fuerzas de un nadador, y las olas pueden azotarlo contra los malecones o contra las piedras de la costa.
El viento soplaba en ráfagas y las olas se encrespaban como nunca lo había visto. Después de dejar a los perros correr por la playa, nos dirigimos al faro. A cada lado del muelle de cemento había un malecón de paredes metálicas con una pendiente casi vertical de tres metros. Mientras caminábamos, vimos a algunos adolescentes que subían y bajaban en el increíble oleaje. Las olas de un metro y medio chocaban con el malecón y volvían a surgir como en una enorme piscina de olas en un parque acuático. Parecía muy entretenido; me daban ganas de saltar al agua y unirme a ellos. Uno de los adolescentes, un muchacho corpulento, nos saludó con la mano. No teníamos idea del increíble peligro al que sería arrastrado.
Después de sacar fotos en el faro, comenzamos a caminar de regreso. Cuando todavía estábamos en la parte del agua profunda, comencé a escuchar un grito apagado: “¡Socorro! ¡Socorro!” Miré por sobre el borde del malecón y vi que las aguas agitadas sacudían al fornido muchacho. Así que, me arranqué las sandalias y salté.
La corriente lo había arrastrado a unos ciento cuarenta metros de la orilla, y las aguas gélidas lo estaban dejando sin fuerzas. Al salir a la superficie, me encontré con el adolescente de unos cien kilos. En ese momento estaba muy letárgico y le faltaba el aire. Me sumergí e intenté empujarlo hacia arriba, para que pudiera respirar un poco, pero solo logré que saliera del agua la parte superior de su cabeza. El agua era muy profunda y las olas no dejaban de caernos encima. Cada vez que trataba de empujarlo hacia arriba, no subía lo suficiente como para dar un respiro completo. Al mismo tiempo, él estaba entrando en shock y trataba de aferrarme de los brazos. Me estaba tirado hacia abajo, y ni siquiera yo conseguía tomar suficiente aire. El muchacho estaba tan letárgico que apenas podía mantenerse a flote.
Levanté la vista hacia el oscuro y enorme malecón que se erguía a tres metros por encima de nosotros, y no pude ver una escalera en ninguna dirección. Las olas estaban aumentando, y parecía que en cualquier momento nos azotarían contra las paredes metálicas del musgoso malecón. Era mi mayor miedo. No podía sacarme la idea de que ni yo ni este chico lograríamos salir vivos del agua.
¿Has estado allí?
¿Alguna vez has tenido un susto como el mío? ¿Has tenido un roce con la muerte? El resultado de un examen llega con un signo de pregunta; un estudio de laboratorio levanta una señal de alarma; un tumor despierta el terror; un camión pasa un semáforo en rojo; la tierra tiembla; los rayos caen. Tu corazón se detiene por un momento, y de repente ves ante ti tu mortalidad como nunca. ¿Y si te quedaran veinte minutos de vida?
En una gran encuesta, los dos mayores temores de los consultados fueron: (1) hablar en público y (2) la muerte. Hay que señalar que esos dos temores fueron las principales formas en que la iglesia cristiana creció tan rápidamente al principio. Era la predicación de los apóstoles y la sangre de los mártires. Tertuliano escribió que “la sangre de los cristianos es semilla” (Apología 50:13). Un cristiano moría valientemente en el Coliseo, y tres o cuatro conversos brotaban en su lugar, asombrados de una fe que podía mirar a la muerte a la cara y sonreír.
Dios quiere que afrontemos la muerte de lleno y temprano en la vida, para que podamos vivir la vida sabiamente. La Biblia dice que nuestra vida es un vapor. “Porque, ¿qué es su vida? Apenas un vapor que aparece por poco tiempo y pronto se desvanece” (Sant. 4:14).2 Hoy la tenemos, mañana ya no está más. Ahora está, y en un momento se fue.
En todo el mundo mueren cada año unas 19,1 millones de personas por enfermedades cardiovasculares;3 aproximadamente 1,18 millones de personas mueren cada año en accidentes de tránsito.4 Solo con esos números tenemos casi 40 muertes por segundo.
¿Y si te quedaran veinte minutos de vida? ¿Y si no tuvieras tiempo para hacer nada más, ni siquiera para dejar esta revista y hacer una llamada? ¿Qué cabos dejarías sueltos? Cuando respondas esas preguntas, probablemente encuentres las prioridades que han caído a los puestos más bajos.
Imaginarse el final
Aunque parece morboso, David dijo que es una bendición maravillosa contemplar la brevedad de la vida. En el Salmo 90, escribió: “Enséñanos a contar nuestros días de modo que nuestro corazón adquiera sabiduría” (vers. 12). O como lo expresa la Biblia La Palabra de Dios para todos: “Haznos entender que la vida es corta, para así vivirla con sabiduría”. Tu respiración es valiosa, pero es pasajera. Nuestro tiempo en esta Tierra se va segundo a segundo, y es cada vez más breve.
Hace un tiempo, durante una semana dije en voz alta cada mañana: “¡Este puede ser mi último día!” Casi volví loca a mi esposa. ¡Pero tuve una excelente semana! Las cosas triviales que normalmente me enojaban o me ponían criticón se convirtieron en nada. Después de todo, era mi último día sobre la Tierra; ¿por qué querría dejar que lo arruinara un conductor pésimo o un pequeño infortunio? Y ¿por qué querría criticar a mi familia y mis amigos, cuando este era mi último día para hablar con ellos? Así, al pasar un ajetreado día de trabajo y ministerio, noté que ya no tenía los típicos y absurdos resentimientos y quejas. Era mi último día para marcar una diferencia para el Reino. ¿Por qué querría pasarlo lamiéndome las heridas o lloriqueando por no tener codornices?
Hay algo en la muerte que achica lo trivial y agranda lo importante. Hace que se destilen nuestras prioridades. Una amiga de nuestra familia descubrió, poco antes de su boda, que su esposo tenía una enfermedad terminal. Esta pareja sabía que tenía muy poco tiempo para estar juntos; entonces, cortaron con todas esas típicas discusiones tontas sobre la pasta dental y el papel higiénico en las que se atascan los recién casados (e incluso los casados hace décadas). Sabían que el tiempo era poco, por lo que aprovecharon cada momento y lo llenaron de amor hasta rebosar. Los cinco años que estuvieron juntos tuvieron el equivalente de cincuenta años de memorias y romance.
Jesús fue así. Él aprovechó al máximo su breve vida en esta Tierra. Parecía ser el tipo de persona que se reía con fuerza con el sano humor, lloraba por el dolor de los demás, celebraba en los casamientos, trabajaba intensamente, oraba intensamente, y le sacaba a cada día hasta la última gota de gloria. Casi que podemos escuchar a alguien preguntar a Jesús: “Y ¿qué hiciste esta semana?” Jesús, siendo humilde, responde: “Oh, ya sabes… lo mismo de siempre”. Y uno de sus discípulos interrumpe: “Claro, acaba de caminar sobre el agua, detener un huracán, sanar a un leproso, pasarla fenómeno en una fiesta de bodas, subir una montaña, predicar un sermón, orar con un soldado, ir de pesca, navegar, dormirse una larga siesta en el bote, y orar de madrugada y al anochecer todos los días”.
Juan dijo que si alguno tratara de escribir todo lo que hizo Jesús, no cabrían en el mundo entero todos los libros escritos (Juan 21:25). Pero, aunque el reloj iba avanzando, Jesús nunca parecía estar apurado. (Un mentor espiritual dijo cierta vez que la única tarea para crecer espiritualmente es “eliminar inexorablemente la prisa de tu vida”.)5 Con una vida corta, una agenda ajetreada, la empresa emergente más importante y el trabajo más importante de toda la historia, Jesús nunca estuvo demasiado ocupado para orar. Quizá por eso logró todos sus objetivos. Él sabía por qué estaba aquí. Sabía dónde estaba el poder verdadero. Sabía que la vida es muy corta para desperdiciar un momento sin Dios el Padre.
Dios quiere que tengas cosas increíbles de las que hablar cuando se terminen tus días, y quiere que no te arrepientas de nada. ¿Qué prioridades quieres tener en el centro de tu vida? Si solo tuvieras veinte minutos de vida, ¿cómo terminarías estas frases?
Necesito agradecer a __________ . (“Uno de [los leprosos], al verse sanado, volvió alabando a Dios a gran voz. Además, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias” [Luc. 17:15, 16]).
Necesito perdonar a __________ . (“De la manera que Cristo los perdonó, así también perdónense mutuamente ustedes” [Col. 3:13]).
Necesito hacer las paces con __________. (“No se ponga el sol mientras están enojados” [Efe. 4:26]).
Necesito hacer algo amable por __________. (“Les aseguro, cuanto hicieron a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí me lo hicieron” [Mat. 25:40]).
Necesito compartir el amor de Dios y mi fe con __________. (“Oren para que pueda proclamar [a Cristo] con la claridad que debo hacerlo. […] Aprovechen al máximo cada oportunidad” [Col. 4:4-6, NTV]).
Cómo terminó la historia
Ahora volvamos a la escena inicial en el agua. Ese enorme muchacho que estaba en aguas profundas con olas que rompían sobre él realmente necesitaba un nadador olímpico aquel día. Pero, en vez de eso, vino alguien con la contextura de un jugador de ping-pong. Yo temí que ninguno de los dos sobreviviría.
¿Alguna vez te diste cuenta de que las emergencias te hacen eliminar toda la parafernalia en las oraciones? Yo comencé a orar: “¡JESÚS, JESÚS, ven a ayudarnos! ¡Ven, Jesús, ven!” Y con eso, sentí en mí un brote de fuerza y energía. Empujé al muchacho contra la pared del malecón, esperando que pudiera aferrarse de allí. Lo impulsé hacia arriba, pero sus manos se resbalaban en el escurridizo metal. Las olas nos empujaban para adelante y para atrás, y yo esperaba que no nos estrellaran contra la pared. Miré hacia arriba y vi a mi amiga arriba del malecón, y le pregunté dónde estaba la escalera más próxima. Me señaló hacia la parte más profunda, así que, seguí empujándolo y le grité que empezara a patalear. Avanzamos chapoteando, pataleando e impulsándonos contra las olas, hasta que encontramos la escalera y nos pusimos a salvo en el muelle.
Aunque cada año mueren varias personas en ese lugar, pudimos salir vivos. Cuando me puse de pie sobre la pasarela, él se acercó y me dio las gracias. “Me salvaste la vida”, dijo. Me miraba como si no pudiera creer que yo lo hubiera socorrido. Con los ojos rojos de tanto esfuerzo, le dije algo así como: “Amigo, no fui yo quien lo hizo. Mira mis bíceps. Estos bracitos son un hilo dental. Tú eres importante para Jesús, y él quería que vivieras; así que, nos salvó”.
Unos minutos más tarde, el chico vino corriendo hacia mí y me dijo: “Oye, ¿a qué iglesia vas?” Estuve feliz de decírselo; y un par de semanas más tarde, cuando predicaba mi último sermón en el Estado de Illinois, estuvo allí, recibiendo su invitación a una vida que nunca termina.
Este adolescente y yo sobrevivimos aquel roce con la muerte, así como tú has sobrevivido estos veinte minutos. Ya sea que te queden veinte minutos o veinte años de vida, la pregunta para todos es: “¿Qué haremos con el tiempo que nos resta?” Porque nunca sabes cuándo terminará.
Referencias:
1 Un grupo de cinco grandes lagos en América Septentrional situados en la frontera entre Estados Unidos y Canadá.
2 A menos que se indique otra cosa, todos los versículos bíblicos son citados de la Nueva Reina-Valera 2000 Actualizada.
3 American Heart Association, “2022 Heart Disease & Stroke Statistical Update Fact Sheet. Global Burden of Disease” (2022). Disponible en heart.org/-/media/PHD-Files-2/Science-News/2/2022-Heart-and-Stroke-Stat-Update/2022-Stat-Update-factsheet-GIobal-Burden-of-Disease.pdf
4 Organización Mundial de la Salud, “World Report on Road Traffic Injury Prevention” (2004). Disponible en apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/42925/9241591315.pdf
5 John C. Ortberg, “Taking Care of Busyness”, Leadership (otoño de 1998).
Sam McKee, al momento de escribir esto, era el pastor principal de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Sunnyvale, California.
“Haznos entender que la vida es corta”
Nuestro tiempo pertenece a Dios. Cada momento es suyo, y nos hallamos bajo la más solemne obligación de aprovecharlo para su gloria. De ningún otro talento que él nos haya dado requerirá más estricta cuenta que de nuestro tiempo.
El valor del tiempo sobrepuja todo cómputo. Cristo consideraba precioso todo momento, y así debemos considerarlo nosotros. La vida es demasiado corta para desperdiciarla. No tenemos sino unos pocos días de gracia en los cuales prepararnos para la Eternidad. No tenemos tiempo que perder, ni tiempo para dedicarlo a los placeres egoístas ni tiempo para entregarnos al pecado. Es ahora cuando debemos formar caracteres para la vida futura e inmortal. Es ahora cuando debemos prepararnos para el Juicio Investigador.
Apenas la familia humana comienza a vivir, empieza a morir, y la labor incesante del mundo termina en la nada a menos que se obtenga un verdadero conocimiento en lo que se refiere a la vida eterna.
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Se nos amonesta a redimir el tiempo. Pero el tiempo desperdiciado no puede recuperarse jamás. No podemos hacer retroceder ni un solo momento. La única manera en la que podemos redimir nuestro tiempo es aprovechando lo más posible el que nos queda por medio de nuestra colaboración con Dios en su gran plan de redención. En aquel que hace esto se produce una transformación del carácter. Llega a ser un hijo de Dios, miembro de la familia real, hijo del Rey celestial. Está equipado para ser compañero de los ángeles.
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Cada momento está cargado de consecuencias eternas. Debemos ser soldados de emergencia, listos para entrar en acción al instante de recibir el aviso. Puede que jamás tengamos nuevamente la oportunidad que se nos ofrece hoy de hablar a algún alma necesitada de la Palabra de vida. Puede ser que Dios diga a esa persona: “Esta misma noche van a pedirte el alma”, y a causa de nuestra negligencia no se halle lista. En el gran día del Juicio, ¿cómo vamos a rendir cuentas a Dios de eso?
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La vida es demasiado solemne para que sea absorbida en asuntos temporales o terrenos, en un tráfago de afanes y ansiedades por las cosas que no son sino un átomo en comparación con las cosas de interés eterno.
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La Biblia no aprueba la ociosidad. Esta es la mayor maldición que aflige a nuestro mundo. Cada hombre y mujer verdaderamente convertidos serán obreros diligentes.
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El cultivo del intelecto no tiene por qué estar impedido por la pobreza, el origen humilde o el entorno desfavorable. Pero debemos atesorar los momentos. Unos pocos momentos aquí y otros pocos allí, que se desperdician en charlas sin objeto; las horas de la mañana tan a menudo desperdiciadas en la cama; el tiempo que pasamos viajando en tranvías o trenes o esperando en la estación; los momentos en que aguardamos la comida o a quienes llegan tarde a una cita; si se tuviera un libro a mano y se aprovecharan esos fragmentos de tiempo en leer, estudiar o pensar atentamente, ¡cuánto podría lograrse! Un propósito resuelto, una labor persistente y la cuidadosa economía del tiempo capacitarán a los hombres para adquirir conocimiento y disciplina mental, los cuales los calificarán para casi cualquier posición de influencia y utilidad.
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Los padres debieran enseñar a sus hijos el valor y el uso correcto del tiempo. Enséñeseles que vale la pena luchar por hacer algo que honre a Dios y bendiga a la humanidad. Aun en sus tempranos años pueden ser misioneros para Dios.
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Extractos de Elena de White, Palabras de vida del gran Maestro, cap. 25.
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