UNO PARA TODOS

05/11/2020

“Muchos de nosotros somos más capaces que algunos de nosotros; pero ninguno de nosotros es tan capaz como todos nosotros juntos”.

Tom Wilson

En la novela Los tres mosqueteros, el rey Luis XIII de Francia está bien protegido. El monarca, que reinó entre 1610 y 1643, tenía, en la ficción, a un grupo de fieles soldados para su cuidado y servicio. Entre ellos, se destacaba la singular triada conformada por Athos, Porthos y Aramis, amigos inseparables que viven bajo el lema “Uno para todos y todos para uno”. A ellos se les une D’Artagnan, un joven aspirante a mosquetero que se enfrenta separadamente a cada uno de ellos. La destreza y la valentía del aprendiz contribuyeron a que reconocieran en él a un digno portador del honor supremo de defender al rey. Así, rinden lealtad a la Corona y se enfrentan al primer ministro, el cardenal Richelieu, y a sus agentes: Milady de Winter y el conde de Rochefort. 

En el libro bíblico de 2 Samuel, el rey David de Israel está bien protegido. El monarca, que reinó entre 1.006 y 966 a.C., tenía en la realidad a un grupo de fieles soldados para su cuidado y servicio. Estos guerreros comprometidos, a quienes se conoce como “Los valientes de David”, no eran tres, sino treinta. Ellos eran hombres que rebosaban de coraje, que estaban dispuestos a dar su vida por su rey y que fueron protagonistas de épicas hazañas.

Entre ellos, encontramos a un tal Joseb-basebet, el principal de los capitanes, que mató a ochocientos hombres en una ocasión (2 Sam. 23:8). También está Eleazar, uno de los tres valientes que estaban con David cuando desafiaron a los filisteos. Él “se levantó e hirió a los filisteos hasta que su mano se cansó, y quedó pegada su mano a la espada. Aquel día Jehová dio una gran victoria” (2 Sam. 23:10). Y ¿qué decir de Sama, quien defendió un pequeño terreno lleno de lentejas venciendo solo a muchos filisteos, ya que Jehová le concedió una gran victoria? (2 Sam. 23:11). 

Párrafo aparte merece el relato de la cueva de Adulam. Tres integrantes del cuerpo de élite de David penetraron las líneas filisteas a fin de sacar un poco de agua de un pozo que estaba junto a la puerta de Belén.

La lista es larga. Solo queda espacio para refrescar en nuestra memoria las conquistas de Abisai, quien alzó su lanza contra trescientos hombres (2 Sam. 23:18), y las de Benaía, un varón esforzado y grande en proezas, quién mató a un león en un foso cuando estaba nevando y a un egipcio de gran estatura. El enemigo tenía una lanza, y Benaía solo un palo. Pero él le arrebato la lanza y lo eliminó con su propia arma (2 Sam. 23: 20, 21).

Todos necesitamos un equipo. Aquel David que con la fuerza de su juventud despedazó osos y leones y que, mediante una destacada pericia atlética, hizo caer al guerrero de Gat no era el mismo cuando tuvo que cargar sobre sí decenas de almanaques. Ni el más notable de los gladiadores puede contra el implacable paso del tiempo. En cierta ocasión, peleó contra otro hombre de gran estatura, pero su cuerpo no respondió. El categórico relato bíblico es: “Y David se cansó” (2 Sam. 21:15). El gigante Isbi-benob frotó sus manos con una sonrisa de inexorable satisfacción pensando en vengar la muerte de Goliat. Cuando estaba a punto de lograr su objetivo, apareció Abisai, quien “llegó en su ayuda, e hirió al filisteo y lo mató” (2 Sam. 21:17). Desde entonces, los valientes de David tomaron una decisión: “Nunca más de aquí en adelante saldrás con nosotros a la batalla, no sea que apagues la lámpara de Israel” (2 Sam. 21:17).

Nadie lidera solo. Los grandes hombres de Dios tuvieron un equipo. Moisés tuvo un equipo (Éxo. 18:17-26). Gedeón tuvo un equipo (Juec. 7:1-7). Nehemías tuvo un equipo (Neh. 3:1-32). Pablo tuvo un equipo (Col. 4:7-17). Jesús tuvo un equipo (Mar. 3:13-19). Nadie cumple su misión en esta Tierra solo, y nadie llegará al cielo solo.

El trabajo en equipo nos protege de nuestro natural orgullo, nos resguarda de nuestra acariciada suficiencia propia y nos libera del riesgo de un inminente fracaso ante la miopía individual.

No estamos en la iglesia para el lucimiento estéril de nuestras capacidades personales. Estamos para servir y para terminar la misión de llevar el distintivo mensaje adventista a cada rincón del globo. Todos juntos. Todos para uno y uno para todos.

  • Es Licenciado en Teología y en Comunicación Social. Además, tiene una maestría en Escritura creativa. Es autor de los libros “¿Iguales o diferentes?”, “1 clic” y “Un día histórico”. Actualmente es editor de libros, redactor de la Revista Adventista y director de las revistas Conexión 2.0 y Vida Feliz, en la Asociación Casa Editora Sudamericana.

    Ver todas las entradas

Artículos relacionados

LA ORACIÓN QUE NO HAY QUE HACER

LA ORACIÓN QUE NO HAY QUE HACER

 Un ejercicio con potencial destructor y transformador a la vez. Si quieres una vida tranquila, sin sorpresas ni sobresaltos, entonces hay una oración que no tienes que hacer. Es una oración que Dios siempre contesta con un rotundo “sí” y cuyos efectos se manifiestan...

LA MARCHA DE LA VICTORIA

LA MARCHA DE LA VICTORIA

El Salmo 68 nos anima a seguir adelante más allá de las crisis. La vida nos coloca de manera impensada frente a innobles circunstancias injustas que alteran nuestro caminar. Bien lo sabe Vanderlei de Lima, un exatleta brasileño especializado en carreras de larga...

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *