“Los años arrugan la piel, pero renunciar al entusiasmo arruga el alma” (Albert Schweitzer).
Durante los doce meses del año pasado estuvimos desarrollando los rasgos de diferentes virtudes del carácter, con el propósito de promover su desarrollo. Como dijo Elena de White, lo único que vamos a llevar de esta Tierra al Cielo será nuestro carácter. Cultivarlo debería ser nuestro principal interés y el mayor esfuerzo. La dirección de la RA ha considerado que sería bueno continuar este año con el plan de proponer nuevas fortalezas de carácter para impulsar, siguiendo con el plan de focalizarnos cada mes en algún valor, para buscar integrarlo a nuestra personalidad.
Por eso me pareció oportuno iniciar este año 2023 con una cualidad tan valiosa y fecunda como el entusiasmo. Dijo el escritor, filósofo y poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson: “Nada grande se ha conseguido sin entusiasmo”. Es cierto. El peor enemigo es la pérdida del entusiasmo; cuando este falta, se pierde la consistencia, se produce la pasividad y se espera con indolencia. El entusiasmo es fe en el porvenir, confianza en la eficacia del esfuerzo. Es lo que nutre toda acción con energía y propósito.
El entusiasmo es una acción en la que uno se siente arrastrado por una fuerza interior. La etimología de la palabra “entusiasmo” deriva del griego enthousiasmós, una palabra compuesta por la preposición en y el sustantivo theós, dios. Los antiguos griegos creían que, cuando nos dejamos llevar por el entusiasmo, un dios entra en la persona y se actúa bajo el influjo de esa fuerza sobrenatural. Así explicaban lo que sucedía con poetas, profetas y enamorados.
No siempre el entusiasmo es una fuerza positiva, ya que puede ser movida por la excitación y un fervor desmedido. Es importante conocer si el entusiasmo es inspirado por Dios o es pura fogosidad y exaltación desmedida. Elena de White se refirió a esto en De la ciudad al campo: Muchos “discursos ardientes e impulsivos, los cuales despiertan un entusiasmo que no está de acuerdo con la voluntad de Dios [deben vencerse] para que una victoria que es esencial que se obtenga no se convierta en derrota por falta de moderación adecuada” (p. 38).
Por eso, el verdadero entusiasmo es muy útil para emprender acciones nobles y elevadas; la misma inspiración que Elena de White recomienda que sea movida por el entusiasmo cuando se aborda tareas como el colportaje, por ejemplo: “Entre el pueblo que profesa la Verdad Presente no existe un espíritu misionero que corresponde con nuestra fe. El temple de oro puro falta en el carácter. La vida cristiana es más de lo que ellos piensan. No consiste en mera gentileza, paciencia, mansedumbre y bondad.
“Esas virtudes son esenciales; pero hacen falta también el valor, la fuerza, la energía y la perseverancia. Muchos que hacen la obra del colportaje son débiles. No tienen valor, carecen de espíritu y se desaniman con facilidad. No tienen empuje. No poseen los rasgos positivos de carácter que infunden al hombre el poder de hacer algo: el espíritu y la energía que encienden el entusiasmo. La obra del colportor es una tarea honorable, y no debería actuar como si se avergonzara de ella. Si desea que sus esfuerzos tengan éxito, debe tener valor y confianza” (El colportor evangélico, p. 65).
El entusiasmo es una noble virtud, que insufla afecto y fuerza a la hora de realizar las actividades. Es un amor que realiza nuestras posibilidades, que nos acerca a quienes compartimos la vida. El entusiasmo es el camino para acceder a los objetivos, un punto de ebullición que nos alista y realiza.
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