Los acontecimientos mundiales han despertado la sensibilidad espiritual en muchos corazones dormidos que necesitan regresar a casa.
El capítulo 15 del libro de Lucas es considerado el capítulo de los perdidos y los encontrados. Allí, Jesús presenta tres parábolas que revelan a un Dios apasionado por rescatar a sus hijos. Entre ellas, la parábola del hijo pródigo es la que más me impresiona, ya que muestra el regreso de alguien que se fue y sufrió, pero que llegó a saber que estaba perdido, y regresó. La historia destaca la gracia divina, que tiene un objetivo: “El amor de Dios aún anhela al que ha elegido separarse de él, y pone en acción influencias para traerlo de vuelta a la casa del Padre” (Elena de White, Palabras de vida del gran Maestro, p. 159).
Lamentablemente, seguimos perdiendo a nuestros hijos. Tenemos otra iglesia fuera de la iglesia. Personas que nos dejaron por conflictos, divisiones, falta de motivación o falta de apoyo. “La gente no se despierta por la mañana y decide que ya no creerá o que las enseñanzas de su iglesia ya no importan”, resaltó el teólogo Jon Paulien en su libro Deus No Mundo Real [Dios en el mundo real] (pp. 65, 66). “En general, ocurre de forma gradual, durante un período de meses o de años”. Según él, este proceso consta de seis pasos:
- El descuido de la oración privada: En este punto comienza la distancia con Dios. Los momentos de comunión personal desaparecen y la oración ocurre solo en público, lo que revela la pérdida de la intimidad con Dios.
- El decaimiento del estudio personal de la Biblia: Después de perder el interés en la oración, surge el desánimo al leer la Palabra de Dios y otros materiales espirituales.
- La relativización de las normas de estilo de vida personal: “El cambio en la apariencia externa es a menudo el primer signo público de un declive de la vida espiritual”, afirma Paulien (ibíd., p. 67); quien también menciona un cambio en los hábitos alimenticios, los negocios, la honestidad, el uso del dinero y otros hitos del estilo de vida bíblico-adventista.
- La asistencia irregular a la iglesia: Discretamente empiezan a aparecer justificaciones para no ir a las reuniones: servicios virtuales, cansancio, sábado al aire libre, malestar en el templo y otros motivos que parecen inocentes, pero que contribuyen a apartar las brasas del fuego.
- El surgimiento de dudas sobre la Biblia: Las personas comienzan a cuestionar lo aprendido, e incluso los sermones son escuchados “más con oído crítico que con corazón receptivo” (ibíd., p. 69).
- Creciente desconfianza en las instituciones de la iglesia: “El último paso en el camino hacia el secularismo es la desconfianza en todas las instituciones religiosas” (ibíd., p. 70).
Sin embargo, si hay arrepentimiento y regreso, como el padre de la parábola, Dios recibirá al pecador con los brazos abiertos y habrá una fiesta en el cielo.
Eso es exactamente lo que planificamos para el proyecto Un nuevo comienzo, que tendrá lugar entre el 22 y el 27 de noviembre. Para eso, integraremos la televisión, la radio e Internet a fin de abrir los brazos y llegar al corazón sincero de aquellos que se fueron. Los días 28 y 29, el encuentro será presencial en cada iglesia donde se habiliten las reuniones, y tendremos decisiones y bautismos.
Estos días de pandemia han despertado muchos corazones dormidos, y necesitamos un plan especial para que regresen a casa. Después de todo, entre las personas bautizadas entre enero y agosto de 2019, el 13,4 % correspondió a hermanos que regresaban a la iglesia. A principios de este año, el índice de bautismos de exmiembros que volvieron a la iglesia aumentó al 16,7 %. El consejo es claro: “No debemos jamás dejar de trabajar por un alma mientras quede un rayo de esperanza” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 125).
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