El perdón divino está disponible para todos.
A causa de la naturaleza humana pecaminosa y los estragos que el pecado ha provocado en la humanidad, “maldad” y “pecado” son temas recurrentes en la Biblia. El libro de Daniel no es la excepción. Considerando el interés del libro en los eventos finales, estas descripciones son presentadas de diferentes maneras y abarcan tanto al pueblo de Dios como a los poderes de este mundo que oprimen a los santos.
Dado el trasfondo del Gran Conflicto, que evidencia la lucha entre el bien y el mal, vemos en Daniel que el mal ha afectado a toda la humanidad. Veamos algunos términos en hebreo. En primer lugar, encontramos que el rey de Babilonia ha cometido pecados (hatai) e iniquidades (‘avayah ), según se lee en Daniel 4:27. Lo curioso es que el mismo profeta declara, en el capítulo 9, que él y su pueblo han pecado (hata’, Dan. 9:5, 8, 11, 15), poniéndolos en la misma condición pecaminosa que el rey Nabucodonosor.
Quizás el pasaje que describe con mayor amplitud la condición del pueblo de Dios sea Daniel 9:5, donde se declara lo siguiente: “hemos pecado [hata’], hemos cometido iniquidad [’avah], hemos actuado impíamente [rasha’], hemos sido rebeldes [marad] y nos hemos apartado [sur] de tus mandamientos y de tus ordenanzas”. Todos los verbos aquí mencionados evidencian aspectos de lo que la maldad y el pecado provocan en el ser humano cuando no se siguen los lineamientos divinos. El pueblo de Israel llegó a la cautividad a causa de su desobediencia al pacto con Dios.
No obstante, el pueblo babilonio no presenta una condición diferente de la del pueblo de Dios. Como se dijo anteriormente, el rey Nabucodonosor cometió pecados e iniquidades (Dan. 4:27). Los magos y los astrólogos de Babilonia fueron acusados de actuar de manera perversa y mentirosa, cuando no supieron responder al rey siendo, supuestamente, capaces de conocer los misterios de los dioses (Dan. 2:9). Los príncipes de Persia que intentaron hacer caer a Daniel actuaron con maldad (Dan. 6:24). Finalmente, el libro describe que los malvados, o impíos (rasha’), permanecerán en impiedad y son comparados con los entendidos (mashkilim), que son los redimidos.
Ahora, si tanto el pueblo de Dios como los babilonios tienen el mismo problema llamado pecado, ¿cuál es la diferencia entre ellos? La respuesta puede hallarse en el perdón y la misericordia de Dios, que están a disposición del ser humano. Leímos, en Daniel 9, que la confesión de Daniel desnuda la naturaleza pecaminosa del ser humano. Sin embargo, presenta también la bondad de Dios, pues el texto dice: “No elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias. ¡Oye, Señor! ¡Señor, perdona!” (Dan. 9:18, 19).
He aquí la diferencia: el perdón divino. Nabucodonosor también pasó por esta experiencia, Dios se le reveló y, finalmente, el rey reconoció a Dios y se arrepintió de su maldad (Dan. 4:27, 37). Por el contrario, el rey Belsasar, a pesar de conocer la experiencia de Nabucodonosor, no se arrepintió. Así que, la cuestión no es solo el pecado cometido sino la aceptación del perdón divino.
Hay un aspecto más, que no es de menor importancia en el libro de Daniel. El pueblo de Dios, que ha aceptado al Señor y se ha arrepentido, es puesto a prueba en medio del Gran Conflicto. Así, el cuerno pequeño de Daniel 8 ejerce dominio sobre el mundo, causará ruinas y tratará de destruir a los santos (Dan. 8:24). Es importante notar que la palabra destruirá se traduce del vocablo hebreo shahat, que significa “podrir, arruinar, destruir”.
En el texto hebreo, la voz usada es llamada hifil, que indica una acción causativa. Es decir, el sujeto de la acción provoca la acción sobre otros; en este caso, sobre el pueblo de los santos. Esto nos indica que los poderes de este mundo muchas veces ejercen acciones para corromper al pueblo de Dios y arruinar su vida.
Sin embargo, los santos se mantienen fieles a Dios, tal como Daniel (Dan. 6) y sus amigos (Dan. 3) se mantuvieron leales al Pacto, en medio de las presiones corruptoras de los malvados. Seamos como ellos, sin importarnos las presiones corruptas de este mundo. Aceptemos el perdón de Dios y decidamos mantenernos firmes, en medio de tanta maldad.
¡Maranatha!
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