¿Quieres festejar al que hace maravillas en ti?
Otro año se termina. Y las palabras de conclusión de la carta a los Hebreos parecen muy apropiadas para acompañarnos en este momento, cuando nos detenemos a pensar en todo lo que hemos vivido.
“Y el Dios de paz, que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor, el gran Pastor de las ovejas mediante la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para hacer su voluntad, obrando Él en nosotros lo que es agradable delante de Él mediante Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Heb. 13:20, 21, LBLA).
En este texto, todo gira alrededor de Jesús, como poderoso Hijo de Dios y como el único que puede implementar los designios de paz que Dios tiene para la vida de sus hijos. Este año, nos dimos cuenta vez tras vez que esta verdad es esencial si queremos vivir confiados en medio de la complejidad y la creciente sinrazón en nuestro mundo. También vivimos seguros porque hemos experimentado el cuidado de Jesús, el buen Pastor, en muchas ocasiones. Todos hemos visto la mano poderosa de nuestro Jesús dirigiéndonos y guiándonos en medio de las circunstancias que nos han tocado vivir.
Nuestro corazón se emocionó muchas veces al pensar en lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz del Calvario. Allí derramó su sangre y murió para abrirnos una vía de escape de la muerte que merecíamos y para llenarnos de la vida que solo él puede dar.
Con la paz, la seguridad y la esperanza que Jesús nos dio, pudimos sobreponernos a muchos obstáculos y sacar fuerzas ahí donde no parecía haber más. Pero el plan de Dios para cada uno de nosotros no se quedó solo en darnos paz, seguridad y esperanza: con esa base nos fortaleció y nos enseñó que todo lo que hacemos cuando vivimos junto a él es una extensión de su vida, de sus fuerzas y de su sabiduría.
Todo en nuestra vida es creado por él. Con esa base nos hizo capaces de crecer y ser bendición. Todo, para que nuestra vida fuera como un continuo aplauso para el Creador.
Es Jesús el que generó todo lo bueno que hay en nosotros; el que nos motivó a buscarlo en oración, a leer su Palabra y a contar a otros que la vida con él es la que realmente vale la pena.
Es Jesús el que nos impulsó a hacer el bien, el que nos dio buenas ideas, el que abrió puertas, el que creó circunstancias que otros llaman “casualidad” o “suerte”, y el que nos hizo subir al escenario junto a él para que otros nos aplaudieran y dijeran lo bien que habíamos hecho tal o cual cosa.
Es Jesús el que puso paciencia y fortaleza en nuestro corazón para poder sobrellevar lo que creíamos imposible, el que creó en nuestra mente la convicción de que él un día arreglará todo lo que se haya roto en nuestra vida.
Dios no creó solo al principio, cuando la Tierra estaba desordenada y vacía. Él sigue creando hoy, en medio de nuestro mundo desordenado. Él sigue creando lo que llena nuestro vacío.
El rey David escribió: “Muchas son, Señor, Dios mío, las maravillas que tú has hecho y muchos tus designios para con nosotros; nadie hay que se compare contigo; si los anunciara, y hablara de ellos, no podrían ser enumerados” (Sal. 40:5, LBLA).
Estas palabras no salieron de una persona que tenía la vida fácil. Al contrario. Estaba sumido en la angustia y la desesperación. Con todo, en medio de sus pedidos de ayuda, David alabó a su Dios por todo lo maravilloso que había hecho con él y con su pueblo.
Que todos podamos, al terminar este año, alabar a Dios porque Jesús es el Creador de todas las maravillas que vemos en nuestra vida, aun en medio de las circunstancias difíciles que nos esté tocando vivir.
Que, en medio de los festejos de Navidad y Año Nuevo, nuestra mente y nuestra voz se eleven en un largo aplauso para Aquel que habita en nuestra historia y la hace maravillosa.



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