TÚ VALES, A PESAR DEL BULLYING

04/05/2020

Las agresiones, ya sean físicas, verbales o psicológicas, pueden aparecer en todos los ámbitos de nuestra vida. Incluso, en la iglesia.

Poco antes de dar su vida en la cruz, Jesucristo dijo a sus discípulos: “Les doy este mandamiento nuevo: Que se amen los unos a los otros. Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros. Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos” (Juan 13:35).

Cierto sábado, me encontré con un amigo de hace muchos años en la iglesia a la que asisto. Al preguntarle qué hacía allí, me respondió que abandonó su congregación. “Tuve problemas con algunos hermanos y sufrí ataques a través de Facebook. Fue un año muy duro, ya que la demostración de descontento se extendió hacia mi familia”, fue su triste relato.

El concepto de bullying es muy usado en el ámbito escolar y se realizan cientos de campañas fomentando la creación de proyectos de convivencia en cada colegio. La agresividad ha crecido no solamente en los jóvenes; ahora también se habla de violencia infantil.

Por eso, el psiquiatra chileno Sergio Canals asegura que hoy la violencia está presente en el núcleo familiar. Nacemos en violencia, despertamos en violencia, comemos en violencia, descansamos en violencia, miramos violencia y nos divierte. Salimos a la calle y nos violenta el chofer del colectivo que no nos abre la puerta, o algún compañero de trabajo que nos insulta, o cuando alguien se salta la fila del banco. Vivimos en una sociedad agresiva, que minuto a minuto nos violenta y produce en nosotros violencia.

Es importante, entonces, definir algunos conceptos:

1. Bullying: Es el acoso y cualquier maltrato físico, verbal o psicológico, que se produce entre alumnos de las escuelas, o en el ámbito social general, reiteradamente y durante un período prolongado de tiempo.

2. Violencia: Es un comportamiento deliberado que puede provocar daños físicos o psíquicos al prójimo.

Es importante tomar en cuenta que, más allá de la agresión física, la violencia puede ser emocional, mediante ofensas o amenazas. Por eso, la violencia puede causar tanto secuelas físicas como psicológicas.

¿Qué te pasa a cuando atacas a alguien?

Según la neurología, tienes una respuesta primitiva de agresión, sumada a una emoción ligada a la supervivencia y la frustración. Las emociones evolutivas son el miedo, la ira, la alegría y la pena. En palabras simples, primeramente, es una reacción neurológica básica y primitiva de agresión a otra persona. A esto se le suma una emoción relacionada con la supervivencia, de autoprotección, frente a un supuesto peligro.

Además, es una reacción psicológica. La atacas porque esa persona tiene algo que tú quieres: es como tú quisieras ser, es como tú no quieres ser; o tiene algo que a ti no te dieron y que debieron darte.

Para aclarar lo dicho hasta ahora, te contaré la fábula de la luciérnaga y la serpiente. Cuenta la leyenda que, una vez, una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga. Aunque esta trataba de alejarse de su perseguidora, no tenía manera de deshacerse de ella. Huyó durante dos días, pero la serpiente no dejaba de seguirla. Finalmente, al tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga se detuvo y le dijo a la serpiente:

–¿Puedo hacerte tres preguntas?
–No acostumbro dar explicaciones a nadie, pero como te voy a devorar, puedes preguntar lo que quieras –contestó la serpiente.
–¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
–No.
–¿Alguna vez te hice algún mal?
–No.
–Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo?
–¡Porque no soporto verte brillar!

¿Por qué la serpiente deseaba la luz de la luciérnaga? Piensa en eso un momento. Muchas personas en la sociedad, y también en nuestra iglesia, crecen con vacíos emocionales que van determinando su conducta y su vida. Entonces, ¿qué hacen para saciar su hambre emocional? La respuesta es: atacar a alguien más. Al atacar, agredir y violentar al prójimo, erróneamente creen que sacian aquella hambre emocional que arrastran desde su infancia.

Si sus acciones hablaran, dirían: “Te agredo porque tienes una familia que no tuve”; “Te agredo porque ayudas en la iglesia, cuando yo quisiera estar en tu lugar”; “Te agredo porque predicas mejor que yo”; “Te agredo, porque así se me olvida por un momento lo mucho que me odio”; “Te agredo porque sonríes cada sábado al llegar a la iglesia y me recuerdas que soy incapaz de sonreír”.

“¡Vean qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!” (Sal. 133:1). Agredir a tu hermano/a es apartarte del mandato divino que se dejó instaurado en la Biblia. Amar no es violentar a tu hermano/a que ha caído. Más bien, amar es ir y levantarlo. Piensa en esto: Dios entregó a su propio Hijo para rescatar a la humanidad, esa misma humanidad que lo rechazó, toma su nombre en vano y asesinó a su propio Hijo; esa humanidad que se empeña en borrar el nombre de Dios de las escuelas. ¿No es verdadero amor el que ama a quien no lo merece? Eso se transforma en misericordia, y ¿no se nos pide ser misericordiosos? Si amáramos más, tendríamos iglesias llenas. Hoy, miles de personas dejarían todo porque alguien las amara.

¿Qué haces tú con la misión que Cristo te encomendó? El próximo sábado, te invito a que ejecutes la misión que Dios te dio: ama a tu prójimo como Jesús nos enseñó.

La ecuación es simple:  amar = respetar

“Así pues, hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes; porque en eso se resumen la ley y los profetas” (Mat. 7:12).

Hace algunos años, atendí a una adolescente que había sufrido de bullying en el colegio. Todo comenzó por las redes sociales (ciberbullying). Fue una tortura para ella, no quiso asistir más al colegio y, lamentablemente, se torturaba leyendo lo que publicaban de ella en Facebook e Instagram. Una noche, agobiada por tantos ataques, pensó en tomar pastillas para no despertar nunca más. Horas más tarde, la encontraron casi muerta en su cuarto. Solo la gracia de Dios la mantuvo con vida hasta que llegaron los paramédicos.

Lucía entendió que no puede vivir preocupada por la opinión de los demás, que el mundo virtual no existe, que los likes no son más que un signo en la computadora o el celular, y que no demuestran su valor como persona. Entendió que la única opinión que debe importar es la de sus seres queridos y que incluso cuando estas opiniones fallan debemos tener la certeza de que la opinión de Dios con respecto a nosotros es una opinión grandiosa. Somos sus hijos, su imagen, y él nos formó con sus dedos y nos coronó de gracia y gloria para conseguir todos nuestros sueños. Que el mundo virtual no te quite tu vida y tu felicidad.

Jesús también amonestó: “Ustedes han oído que a sus antepasados se les dijo: ‘No mates, pues el que mate será condenado’. Pero yo les digo que cualquiera que se enoje con su hermano, será condenado. Al que insulte a su hermano, lo juzgará la Junta Suprema; y el que injurie gravemente a su hermano, se hará merecedor del fuego del infierno” (Mat. 5:21, 22).

Lo que me ayudó para superar el bullying y el ciberbullying:

  • Es más importante lo que te dices que lo que te dicen.
  • Mantén la calma (y aléjate de la red social o bloquéala).
  • No respondas; el acosador busca provocarte.
  • No respondas con la misma moneda (eso alimenta el bullying).
  • Haz capturas de pantallas si crees que debes denunciar el bullying a tus padres y a la policía.
  • Siempre, siempre, convérsalo con tus padres y con adultos de confianza.
  • Bloquea a los acosadores en las redes.
  • Nunca des información privada en las redes.

En cierta ocasión, un paciente me dijo: “Estoy muerto por dentro, mi padre me mató lentamente”. ¿Podemos también “matar” psicológicamente? Creo que sí. Cuántas personas a las que ha motivado el Espíritu Santo llegan a la iglesia buscando vivir otra vez, buscando una esperanza para su vida; y ¿con qué se encuentran en el templo? ¡Qué impactante es para un corazón maltratado por la vida y casi moribundo encontrarse cara a cara con el amor de Dios! Ya nada es igual cuando alguien se enfrenta al amor de Dios. Ese corazón vuelve a la vida y, en ese momento, se produce el milagro. ¡No seamos la pared que separe a un corazón sin esperanza del amor de Dios!

El texto bíblico es enfático: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mat. 22:39). Parecería un poco narcisista. Sin embargo, para que esta frase quede perfecta, falta la maravillosa segunda parte: “Así como yo los amo a ustedes” (Juan 13:35).

Me cuesta trabajo entender por qué Dios nos amó tanto que entregó todo; incluso nos entregó a su propio Hijo.

No seamos un obstáculo para que el amor de Dios se exprese en la humanidad, que tanto lo necesita. Por eso, nuestra segunda misión es que seamos la puerta que se abre para que muchos puedan entrar en la presencia del amor de nuestro Salvador, que los volverá a la vida. No solamente para esta Tierra, sino para la vida eterna.RA

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