Claves para iniciar el año con una renovación espiritual.
Continuamente deberíamos estar mirando a Jesús, el Autor y el Consumador de la fe. Al contemplarlo, seremos transformados a su imagen, y nuestro carácter llegará a ser semejante al suyo. […]
En la medida en que aprendamos en la escuela de Cristo, y al ir asimilando su espíritu y su mente, seremos santificados y llegaremos a ser partícipes de la naturaleza divina. “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18).
Es imposible que uno cambie como resultado de sus propias facultades y esfuerzo. Solo por el Consolador, el Espíritu Santo, que Jesús prometió enviar al mundo, puede producirse la transformación del carácter a la imagen de Cristo; y al lograrse este cambio, como en un espejo reflejaremos la gloria del Señor.
La persona que observa el carácter del que contempla a Jesús ve la misma semejanza como si estuviera viéndolo a él en un espejo. Imperceptiblemente para nosotros, nuestra manera de ser y actuar diariamente es transformada a la imagen del amoroso carácter de Cristo. De este modo es como crecemos en Jesús e inconscientemente reflejamos su carácter.
Los cristianos profesos se mantienen muy cerca de los niveles más bajos de la Tierra. Sus ojos están acostumbrados a mirar solo cosas comunes; y sus mentes, a reflexionar en lo que los ojos se habitúan a contemplar. Generalmente su experiencia religiosa es superficial e insatisfactoria, y sus palabras son livianas y sin valor. ¿Cómo pueden en esas condiciones reflejar la imagen de Cristo? ¿Cómo podrán difundir los brillantes rayos del Sol de Justicia en los lugares oscuros de la Tierra? Ser cristiano es ser semejante a Cristo. […]
El poder transformador de Dios debe estar sobre nuestros corazones. Debemos estudiar la vida de Cristo e imitar el Modelo divino. Debemos meditar en la perfección de su carácter y ser transformados a su imagen. Nadie entrará en el Reino de Dios a menos que sus pasiones sean sometidas, a menos que su voluntad sea llevada cautiva a la voluntad de Cristo.
El cielo está libre de todo pecado, de toda contaminación e impureza; y si deseamos vivir en su atmósfera, si deseamos contemplar la gloria de Cristo, debemos ser puros de corazón, perfectos en carácter mediante su gracia y su justicia. No debemos dejarnos llevar por el placer y la diversión, sino prepararnos para las gloriosas mansiones que Cristo ha ido a preparar para nosotros. Si somos fieles, procurando bendecir a los demás, y si somos pacientes en hacer el bien, en su venida Cristo nos coronará de gloria, honor e inmortalidad.
La profecía revela el hecho de que nos estamos acercando al fin de todas las cosas, y el pueblo de Dios debe ser la luz del mundo. En carácter y vida debemos manifestar el requerimiento de Dios en la humanidad; y para hacer esto, debemos recoger los rayos de la luz divina de la Biblia y dejarlos brillar para los que están en tinieblas. Cristo debe habitar en nuestros corazones por fe, para que conozcamos y enseñemos el camino al cielo…
Cristo vendrá pronto en gloria, y cuando su majestad sea revelada, el mundo deseará tener su favor. En ese momento, todos desearemos un lugar en las mansiones del cielo; pero los que no confiesan a Cristo ahora en palabra, en vida, en carácter, no pueden esperar que él los confiese entonces ante su Padre y los santos ángeles.
¡Oh, cuán felices serán todos los que se han preparado para la cena de las bodas del Cordero, que están vestidos con la justicia de Cristo y reflejan su hermosa imagen! Tendrán ropa de lino blanco puro, que es la justicia de los santos, y Cristo los conducirá junto a las aguas vivas; Dios enjugará todas las lágrimas de sus ojos y tendrán la vida que corre paralela a la vida de Dios.
Texto extraído de Review and Herald, 2 de enero de 1913.
0 comentarios