“Levántate y mide el templo de Dios y el altar y a los que adoran en él” (Apoc. 11:1).
El carácter preponderantemente simbólico del Apocalipsis queda de manifiesto en el capítulo 11 (entre otras cosas) por la orden dada a Juan de medir el Templo, algo imposible literalmente tras la destrucción del edificio a manos de Roma en el año 70 d.C. ¿Cómo debe entenderse ese mandato y a qué templo se refiere?
Puesto que la principal fuente literaria de Juan fue la revelación bíblica previa, y en vista de que la Biblia es su propia intérprete, corresponde buscar en ella la respuesta a ambos interrogantes. En tal sentido, Pablo, el escritor neotestamentario más prolífico, representa consistentemente en sus escritos al pueblo de Dios como un templo (1 Cor. 3:16, 17; 2 Cor. 6:16; Efe. 2:21; 2 Tes. 2:4).
A su vez, la acción metafórica de medir es común en el Antiguo Testamento como símbolo de diferentes cosas: de evaluación disciplinaria para con el pueblo nominal de Dios en estado de apostasía (Amós 7:7, 8; Zac. 2:1, 2; Eze. 9:6; Mal. 3:1-6; 1 Ped. 4:17); de la restauración de aquel tras su arrepentimiento (Eze. 40-47); y del castigo de los enemigos de Israel tras esa restauración o en vísperas de ella (Isa. 34:11; Hab. 3:6; Dan. 5:26; Apoc. 2:27; 12:5; 19:15).
En Apocalipsis 11, la “entrega” del “atrio” a los “gentiles”, o paganos, está en paralelo con el “pisoteo” de la “ciudad santa” por parte de estos durante 42 meses (vers. 2) y favorece el primero de esos sentidos (Dan. 1:1, 2; 7:25; Apoc. 13:5, 7).
Así, se le pide a Juan que, como los profetas de antaño, represente algo que Dios mismo habría de hacer: tomar medidas, disciplinar a los apóstatas de su pueblo entregándolos temporariamente en manos de sus enemigos (Apoc. 13:9, 10; Jer. 15:2, 3; Dan. 1:1, 2; cap. 9). Aunque esta vez es de forma figurada.
Ahora bien, una Babilonia espiritual habría de ejercer su hostilidad y poder moralmente esclavizador sobre el pueblo de Dios durante 42 meses simbólicos. Esto también habría de servir para poner de manifiesto la verdadera situación espiritual de cada integrante de ese pueblo: destacaría –por contraste– la fidelidad de unos pocos, produciría arrepentimiento restaurador en otros y haría que la mayoría confirmara su apostasía (Dan. 3; Rom. 2:28, 29; Apoc. 2:9; 3:9).
Esta dimensión disciplinaria de la imagen de la medición del Templo se ve reforzada por la mención de la “caña de medir semejante a una vara” (rabdos, en griego)”; la misma palabra que se usa en la versión griega antigua (Septuaginta) del Salmo 23:4 para referirse al instrumento con el que Jehová pastorea a su rebaño. Desde luego, este instrumento está asociado en 1 Corintios 4:21 con disciplina y en Hebreos 1:8 designa el cetro monárquico, símbolo de autoridad y poder regios (Apoc. 2:27; 12:5; 19:15).
Puesto que en Apocalipsis 11:1 el objeto de la acción de “medir” con “vara/cetro/bastón” no son los enemigos del pueblo de Dios (“el atrio” como representación de los “gentiles”, quienes no formaban parte de Israel), la escena parece tener que ver aquí con disciplina divina aplicada al pueblo de Dios, como la mediada por las naciones paganas del Antiguo Testamento en el contexto del pacto roto por infidelidad.
En armonía con ello, la literatura judía intertestamentaria –anterior al Apocalipsis– ya representaba (haciéndose eco del Antiguo Testamento) a los reyes de las naciones paganas opresoras del pueblo de Dios como “pastores” autorizados por Dios para corregir y encaminar al rebaño descarriado de su pueblo mediante la conquista y la deportación.
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