¿Quién es el dueño de lo que pensamos?
En junio de 2025, Nataliya Kosmyna, científica investigadora del Laboratorio de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT por su sigla en inglés), publicó los primeros hallazgos de un estudio que ha planteado algunas preocupaciones en torno al uso de la inteligencia artificial (IA). Sus hallazgos indican que la dependencia de las herramientas de IA generativa, como ChatGPT, puede estar debilitando las habilidades cognitivas humanas básicas, como la memoria, la creatividad, la perseverancia y el pensamiento crítico.1
Centrado en adultos jóvenes de 18 a 39 años, el estudio pidió a los participantes que escribieran varios ensayos de pruebas estandarizadas a nivel de la escuela secundaria. Los 54 participantes se dividieron en tres grupos y se les dieron diferentes parámetros para la redacción de sus trabajos. Un grupo usó ChatGPT, otro usó el motor de búsqueda de Google como ayuda y el último grupo escribió sin ninguna ayuda.
Usando mediciones de electroencefalograma para registrar la actividad cerebral de los escritores, los investigadores encontraron que, de los tres grupos, los que usaron ChatGPT mostraron el compromiso más bajo, específicamente una actividad reducida en áreas relacionadas con la memoria, la creatividad y la toma de decisiones. Estos ensayos no solo eran más cortos y formulistas que los de los otros grupos, sino que también mostraron menos originalidad y un aporte personal disminuido.
Con el tiempo, el grupo que utilizó la IA generativa también desarrolló nuevos hábitos: en lugar de luchar con las ideas, dependían cada vez más de copiar y pegar párrafos, para así terminar su trabajo. Nataliya Kosmyna, la autora principal del estudio, reveló esos hallazgos al público de manera temprana, antes de que su estudio hubiera sido revisado completamente por pares, por una razón principal: la urgencia. Alarmada por los riesgos para los niños, Kosmyna no se anduvo con rodeos: «Me temo que en seis u ocho meses habrá algún legislador que decida: “Hagamos el jardín de infantes GPT”. Creo que eso sería absolutamente perjudicial y malo. Los cerebros en desarrollo corren el mayor riesgo».2
Está claro que lo que está en juego aquí no es solo la capacidad de escribir sino la arquitectura del pensamiento en sí, ya sea que nos capacitemos activamente para razonar y discernir o nos permitamos
usar herramientas rápidas que emboten esas capacidades.
Cuando los atajos ayudan
Las herramientas o atajos correctos, sin embargo, no debilitan nuestras capacidades mentales. En cambio, permiten que la mente permanezca ágil, conservando el esfuerzo para los momentos que más importan. Por ejemplo, los atajos neuronales arraigados en el reconocimiento de patrones y la memoria procedimental son la razón por la que podemos atarnos los zapatos sin pensar en cada paso o conducir el vehículo por un camino familiar mientras mantenemos una conversación.
El problema es que, a diferencia de los atajos naturales que crea nuestro cerebro, los que usan la tecnología, como la IA, pueden comenzar a remplazar nuestro pensamiento crítico en lugar de mejorarlo. Y debido a que nos recompensan con la satisfacción de hacer la tarea en menos tiempo, permitimos fácilmente el remplazo, cambiando el esfuerzo reflexivo por la conveniencia.
Cuando incluso los expertos flaquean
No es exclusivo de los ensayos entregados a la IA generativa, dado que el campo de la medicina también ofrece una historia con moraleja. La investigación ha demostrado que los médicos que realizan colonoscopias con herramientas asistidas por IA detectaron más pólipos precancerosos que aquellos que trabajan sin ella.3
A primera vista, eso parece un progreso innegable, y en muchos sentidos lo es. Pero los estudios de seguimiento revelaron algo inquietante: cuando los médicos trabajaron más tarde sin IA, las tasas de detección disminuyeron considerablemente. En otras palabras, la ventaja diagnóstica de los médicos –su capacidad de detección– se había embotado. Es un fenómeno que los investigadores ahora llaman «descalificación».
Se comienza a percibir el hecho de que las herramientas de IA pueden mejorar el rendimiento a corto plazo, pero la dependencia erosiona las mismas habilidades que, se esperaba, debían mejorar. Como anécdota, la mayoría de nosotros podemos reconocer el mismo patrón en la vida cotidiana. Por ejemplo, ¿cuán rápido buscamos una calculadora cuando se nos pide que hagamos aritmética básica; o cuántos números de teléfono hemos memorizado desde que pudimos guardar contactos en nuestros teléfonos celulares? Las herramientas destinadas a ayudar pueden vaciar silenciosamente las habilidades que remplazan.
De hecho, esto lleva a una pregunta inquisitiva: si la IA puede embotar el ojo experimentado de un médico, las mismas personas entrenadas para ver lo que otros no pueden, ¿cuánto más vulnerables somos el resto de nosotros cuando permitimos que los algoritmos influyan en la forma en que pensamos y tomamos decisiones todos los días?
Pensamiento tercerizado
Es quizás aquí donde radica el peligro más profundo: cuando la IA generativa se convierte en un atajo para el pensamiento, ya no estamos simplemente tercerizando tareas, sino tercerizando el acto mismo de pensar.
La implicación es inquietante porque no se trata apenas de un cambio tecnológico. Más bien representa una profunda rendición del trabajo más esencial de la mente humana: su capacidad de participar, interpretar y elegir; en otras palabras, de pensar críticamente. Aún más aleccionadora es la realidad de que lo que entregamos en pensamiento eventualmente lo entregamos también en nuestra relación con Dios.
En otras palabras, cuando tercerizamos el pensamiento, tercerizamos algo más profundo que la productividad. Tercerizamos lo que las Escrituras llaman el corazón. En hebreo, la palabra corazón (lēb) no se limita a las emociones. Es la sede del pensamiento, la decisión y el discernimiento. «Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él» (Prov. 23:7, RV1960). El corazón bíblico es tanto intelectual como emocional. Es el lugar donde convergen la voluntad, la razón y el afecto.
Ese mismo hilo se extiende al Nuevo Testamento con la palabra griega kardia, que transmite el mismo significado: el corazón como mente y emoción, pensamiento y deseo. Es la misma palabra que Jesús invoca cuando ordena: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente» (Mat. 22:37).
En su conjunto, las Escrituras insisten en que amar a Dios con todo nuestro corazón y mente significa confiar cada parte de nuestra vida de pensamiento –o sea nuestro razonamiento, memoria, imaginación y discernimiento–, a su cuidado, para que incluso la forma en que pensamos refleje su verdad y amor. Pero tercerizar el corazón y la mente a cualquier otra cosa, rendir el juicio, la capacidad probatoria y el discernimiento a la conveniencia o la cultura, es abandonar la misma facultad que Dios espera que protejamos.
La vulnerabilidad de la sugestión
La ciencia cognitiva moderna confirma lo que las Escrituras han advertido durante mucho tiempo. Cuando pasamos por alto el pensamiento crítico, no solo ejercitamos menos la mente, sino que debilitamos su resiliencia y quedamos mucho más expuestos a influencias no deseadas. Los psicólogos describen esto como avaricia cognitiva, lo que básicamente significa que cuando el cerebro conserva los recursos mentales transitando por el camino de menor resistencia, es mucho más probable que aceptemos ideas sin probarlas.4
Pero esto es más que ciencia: es una guerra espiritual. Una mente pasiva y acrítica nunca es un espacio neutral; se convierte en una puerta abierta. Desde el comienzo mismo de la historia humana, el método de Satanás no ha sido la fuerza bruta, sino la erosión sutil del pensamiento. Embota la mente mediante la distorsión, entretejiendo la ambigüedad suficiente para desestabilizar la convicción. De hecho, su movimiento inicial en Edén fue engañosamente simple, ya que preguntó: «¿Conque Dios os ha dicho…?» (Gén. 3:1), una pregunta diseñada no para ofrecer claridad, sino para erosionar y desestabilizar la confianza en la verdad misma.
Es por ello que es peligroso tercerizar el pensamiento. No solo nos hace cognitivamente perezosos, sino que también nos torna vulnerables. La conclusión es que cada vez que entregamos la disciplina del pensamiento a los titulares de las redes sociales, el ruido de la cultura o la conveniencia de la IA generativa, aflojamos nuestro control sobre el discernimiento y abrimos la puerta al engaño.
Renovemos nuestra mente
Es en este contexto que las palabras de Pablo en Romanos 12:2 conllevan una sorprendente urgencia: «No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento».
El peligro, por supuesto, es que este versículo se ha vuelto tan familiar para nosotros que lo pasamos por alto. Podríamos enmarcarlo en un póster, tal vez combinarlo con un fondo escénico y admirarlo como un ideal, pero no vivirlo de manera auténtica.
Pablo, sin embargo, no nos está ofreciendo un eslogan. Por el contrario, está haciendo un llamado a una práctica continua y deliberada. De hecho, la palabra griega original para mente, nous, lleva no solo el sentido del intelecto sino también el juicio, la percepción y la conciencia. A partir de ahí, el llamado se profundiza para la renovación de esa mente –expresada enanakainōsis–, transmitiendo una renovación interminable, un proceso que remodela el pensamiento y el carácter de manera continua en lugar de ser tan solo un momento de reinicio. Y culmina en la metamorfosis, una transformación tan profunda que es nada menos que un cambio de nuestro propio yo, como en la asombrosa metamorfosis de una oruga en mariposa.
En otras palabras, Pablo está describiendo un régimen de entrenamiento de por vida, una disciplina mental en la que el discernimiento se vuelve fluido, la verdad se convierte en una segunda naturaleza y la resiliencia forja un pensamiento deliberado a la vez.
Es por ello que Elena White instó a los creyentes a pasar «una hora de reflexión» diaria a contemplar las escenas finales de la vida de Cristo.5 La consideración aquí no es mero sentimiento, sino la disciplina del pensamiento activo y comprometido. En última instancia, cuando luchamos con la verdad y le damos vueltas en la mente permitiendo que llegue al corazón, nos volvemos más perspicaces.
Lo que está en juego
Los hallazgos del estudio del MIT apuntan a algo mucho más profundo: a la forma en que nuestras mentes están siendo moldeadas y remodeladas hoy. En esencia, revela una encrucijada para todos. ¿Seremos personas que piensan, que capacitan la memoria, la creatividad, la perseverancia y el pensamiento crítico, o permitiremos que esos mismos músculos se atrofien en nombre de la conveniencia y la eficiencia?
La realidad es que la IA generativa no es intrínsecamente corruptora. Como cualquier herramienta, puede servirnos sabiamente cuando se mantiene en su lugar adecuado, generando ideas, acelerando el aprendizaje y ampliando la capacidad humana. Pero cuando se convierte en un sustituto del pensamiento, ya no estamos simplemente tercerizando tareas; estamos tercerizando el corazón mismo de lo que nos hace humanos.
Las Escrituras dejan en claro que el corazón y la mente son un territorio precioso. Son los lugares donde se prueba la verdad, donde se forja la confianza y donde el amor echa raíces (Prov. 4:23; Mat. 22:37; Rom. 12:2).
El costo de tercerizar el pensamiento
Todo se reduce a una pregunta que es simple de hacer pero que modela la vida: ¿A quién, o a qué, estamos confiando nuestros pensamientos? Muchos de nosotros los entregamos al ruido de la cultura. Otros los ponen en manos de la conveniencia, donde incluso la IA generativa puede prometer eficiencia, pero erosiona lentamente el discernimiento. Por el contrario, las Escrituras nos ofrecen algo mucho más grande. Nos invitan a confiar nuestro corazón y mente al Dios vivo, quien nos llama a amarlo plenamente con todo el corazón, el alma y la mente, y quien renueva nuestra mente con nuevas fuerzas cada día.
La respuesta a esa pregunta modela no solo lo que hacemos, sino quiénes somos. Toca el núcleo de nuestra humanidad, nuestra capacidad de pensar con claridad, de amar con profundidad, de discernir con sabiduría y de permanecer fieles cuando se prueba la verdad. El peligro no es solo que pensemos menos, sino que entreguemos el mismo terreno donde el amor, la confianza y la fe echan raíces. No obstante, en ese peligro viene la esperanza. Cuando confiamos nuestros pensamientos a Dios, él restaura lo que fue regalado, renovando nuestra mente y cimentándonos cada vez con mayor profundidad en su verdad y amor.
«No permitáis que otro sea su cerebro, ni que otra persona piense, o investigue, u ore por usted. Es una instrucción a la que hoy necesitamos prestar cuidadosa atención».6
1 Andrew R. Chow, «ChatGPT’s May Be Eroding Critical Thinking Skills, According to a New MIT Study», Time, 23 de junio de 2025, consultado de https://time. com/7295195/ai-chatgpt-google-learning-school/.
2 Ibídem.
3 The Lancet Gastroenterology and Hepatology, «Artificial Intelligence-assisted Colonoscopy and the Risk of Physician Deskilling» (2024), publicado en Time: J. Ducharme (10 de julio de 2025); «AI May Be Making Doctors Worse at Diagnosing Cancer», Time, consultado de https://time.com/7309274/ ai-lancet-study-artificial-intelligence-colonoscopy-cancer-detection-medicine- deskilling/.
4 Keith E. Stanovich, «The Cognitive Miser: Ways to Avoid Thinking» What Intelligence Tests Miss: The Psychology of Rational Thought (New Haven, Connecticut: Yale University Press, 2009), pp. 70-85, ISBN 9780300123852. OCLC 216936066.
5 Elena White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, California: Pacific Press Pub. Assn., 1955), p. 63.
6 Elena White, Fundamentals of Christian Education (Nashville: Southern Pub. Assn., 1923), p. 307.

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