SUFRIR POR CRISTO

03/05/2017

Lección 6 – Segundo trimestre 2017

1 Pedro 4:12-19.

La lección de esta semana nos habla de los sufrimientos del cristiano. Pero no necesariamente de los sufrimientos en general, que padece todo tipo de personas, como podrían ser problemas de salud física o psicológica, económicos, familiares, tragedias naturales o como producto de la criminalidad humana. Habla de los sufrimientos específicos que nos pueden sobrevenir por causa de ser cristianos fieles a Dios.

Uno de los factores fundamentales para poder sobrellevar el sufrimiento humano en general es poder hallarles un sentido: acerca de su causa (por qué sufrimos), de su propósito (para qué sufrimos, qué bien se puede extraer de determinados sufrimientos) y de cómo enfrentarlos (cuál es la actitud correcta, positiva, constructiva y creativa que nos permitirá usar el sufrimiento como una fuente de crecimiento personal y profundización de nuestra personalidad). Quien ha trabajado mucho esta cuestión ha sido el gran psicólogo Viktor Frankl, no solo como gran pensador que fue sino también, y especialmente, por haber vivido en carne propia situaciones límite, al haber perdido a toda su familia (padres, hermanos, flamante esposa) en los campos de concentración por causa del dominio de la Alemania nazi, y haber estado él mismo recluso en diversos campos de exterminio y haber experimentado allí una “existencia desnuda”, como él calificó a las condiciones de vida que se tenían allí, y haber vivido en medio del “infierno sobre la Tierra”, como él denominó a esos campos.

Sin embargo, a veces cuesta encontrar el sentido de los porqués o paraqués de algunos tipos de sufrimientos. No les vemos su lógica y qué bien se puede extraer de ellos, y solo queda luchar por aguantarlos y adoptar la mejor actitud frente a ellos, que nos permita no sucumbir frente a su brutalidad y ser degradados y destruidos como personas.

Pero, en el caso de los sufrimientos específicos del cristiano, por brutales y dolorosos que sean (y, de hecho, así lo fueron en los albores del cristianismo, durante la Edad Media y aun en algunos lugares de la Tierra en la actualidad), los creyentes creemos que tienen un sentido en cuanto a su origen, a su propósito, y sabemos cuál es la actitud que nos ayudará no solo a sobrevivir a ellos sino también a ser “más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Rom. 8:37).

En este sentido, Pedro nos alienta de la siguiente manera en nuestro pasaje central de reflexión de esta semana:

“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello. Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” (1 Ped. 4:12-19).

“No os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese”: Ya lo había declarado Pablo, en la misma dirección de pensamiento: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Tim. 3:12).

Es que mientras vivamos en un planeta caído, con gente que maneja su vida de acuerdo con los principios de la rebelión diabólica (egoísmo, autocomplacencia, prescindencia de Dios en su vida moral), el cristiano que realmente quiere vivir de acuerdo con la voluntad de Dios y amoldar su carácter a la semejanza con Cristo inevitablemente atraerá sobre sí el resentimiento de quienes se sienten implícitamente reprendidos por su conducta recta y pura. El cristiano fiel “molesta” a quienes prefieren vivir en pecado, y eso despierta naturalmente hostilidad hacia él.

“Sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros”.

Es el gozo de saber que este tipo de sufrimiento tiene un gran sentido moral para uno mismo: estamos identificándonos con Cristo, consustanciándonos con él y siendo sus compañeros de sufrimiento por causa del bien y la justicia. Padecer por esta causa (la justicia, la fidelidad a Dios, la semejanza con él) es una evidencia de que estamos en el buen camino, de que “el glorioso Espíritu de Dios” reposa sobre nosotros.

Pero, los cristianos, no somos llamados solamente a padecer por causa de Cristo, como si ese fuese nuestro horizonte definitivo. Hay alegría reservada para nosotros, para aquella ocasión feliz en que Jesús revelará su gloria en su segunda venida, y nos lleve al cielo para compartir su gloria con él, esa felicidad inefable que está preparando para los redimidos.

Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello”.

No es cuestión de ponernos en papel de víctimas cuando a veces experimentamos el rechazo social en aquellas ocasiones en las que la gente tiene razones legítimas para criticarnos al advertir nuestra inconsecuencia con respecto a vivir la vida cristiana; cuando somos deshonestos, desubicados, entremetidos, criticones, maliciosos, legalistas. La cuestión es que, si nos toca padecer, que lo hagamos por padecer como cristianos.

“Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?”

Por supuesto, a mayores privilegios, mayor responsabilidad. Tenemos mayor luz que quienes no conocen a Cristo, y somos responsables por el uso que hacemos de ese privilegio. Por eso, el Juicio comienza por los que han profesado ser creyentes (“la casa de Dios”), para luego juzgar a quienes no han tenido tanta luz.

“¿Cuál es la mayor demostración de sinceridad y autenticidad de una persona, en relación con su vida, su conducta y con una causa? Alguien puede abrazar una ideología política, una causa social o ecológica, y aun una fe religiosa, movido por intereses personales egoístas o por coerción, ya sea de los hombres o por tenerle miedo a Dios. Pero, cuando como consecuencia de esa supuesta adherencia suya tiene que sufrir, si su experiencia no es genuina, abandonará rápidamente esa causa, pues el ‘precio’ que tiene que pagar es demasiado alto. Es el fuego de la persecución lo que revela, automáticamente, quién es sincero y quién no lo es. Este fuego es purificador y, así como sucede con el proceso de refinamiento de los metales preciosos, pone sobre la superficie la escoria, separándola de lo que es, por ejemplo, oro fino.

“Los peores momentos en la historia del cristianismo fueron aquellos en que la iglesia estaba cómoda y dueña del poder. Los momentos más gloriosos, tanto por su testimonio como por su celo misionero, fueron aquellos en los que la iglesia sufría persecución. Nos conmueve e inspira el relato de la historia de los grandes mártires cristianos de los primeros siglos. Muchos de ellos fueron devorados por las fieras en el circo romano, o crucificados brutalmente, o eran quemados, por causa de su fe. Lo más extraordinario es que morían cantando alabanzas a Dios y con una sonrisa en los labios. Allí no había dudas: ser cristiano no era una cuestión de estatus, esnobismo, costumbre social o presión social. El que abrazaba el cristianismo sabía lo que le podía esperar; por lo tanto, el que se convertía a Cristo lo hacía por una profunda convicción, capaz de desafiar la persecución y el dolor.

“Hoy en día, cunde un cristianismo hedonista, utilitario, pragmatista, que lo único que le interesa es ver cuántos beneficios terrenales, temporales, se puede conseguir de la relación con Dios. Muchísimas personas (por no decir la mayoría) se acercan al cristianismo buscando garantías de que todo le va a ir bien en esta vida. Creen que con Cristo tendrán trabajo, salud, pareja, amistades y placer garantizados. Cuando sus expectativas no se cumplen, y empiezan a sentir el rigor de lo que significa vivir hasta sus últimas consecuencias los principios cristianos, muchos abandonan la fe.

“Pero Jesús no te engaña: ser cristiano es seguir en las pisadas de Jesús, imitar su ejemplo, vivir de acuerdo con sus principios, todo lo cual va en contra de los parámetros egoístas e impuros que imperan en nuestra sociedad. Por tal motivo, no es extraño que, si estás tratando de vivir en verdad como cristiano, tarde o temprano enfrentes la incomprensión, la burla, el desprecio, la crítica y el rechazo por parte de los que te rodean que no conocen a Cristo.

“Ser cristiano, en el mundo en rebelión en que vivimos, es solo para valientes. Hace falta una ‘santa osadía’, una ‘santa rebeldía’ para ser cristiano de verdad en la sociedad contemporánea. Pero, si te pones a pensar, este no es un fenómeno privativo del cristianismo. Todas las personas, en todas las culturas y sociedades, que tuvieron convicciones profundas, que se negaron a conformarse con los errores del mundo que las rodeaba y que, de alguna manera, sintieron que tenían la misión de cambiar las cosas, fueron incomprendidas, presionadas, perseguidas, y hasta pagaron con su vida su atrevimiento de ser ellas mismas y de jugarse por sus convicciones.

“Por supuesto, también están aquellos que tienen un gran narcisismo, y que se atraen la persecución solo por el hecho de que quieren hacerse notar, ser diferentes por la diferencia misma. Pero Jesús dice que son bienaventurados los que padecen persecución ‘por causa de la justicia’, y no por meterse en líos por cuenta propia. También dice que la crítica que se pueda hacer de nosotros, por la cual debemos alegrarnos, es cuando hablen mal contra nosotros ‘mintiendo’, y no con razones justificables.

“¿Qué prefieres ser, un juguete en manos de los demás, títere de sus opiniones, prejuicios y voluntad? ¿O una persona fuerte, dueña de sí misma, valiente y auténtica? ¿Crees que te falta valor para ser un ‘héroe’ de Jesús en medio del mundo corrompido en el que vives? No temas, porque la recompensa que te espera es grande, tanto cuando Jesús regrese a buscarte como incluso en esta vida misma. Y ¡alégrate!, porque si padeces persecución realmente ‘por causa de la justicia’, por causa de Cristo, eso es señal de que estás en el camino correcto. Y aférrate de esta promesa: ‘Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron. Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado’ (Salmo 27:1-3)” (El tesoro escondido, devociones matinales de jóvenes de 2015, lectura original del 22 de abril).

“De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien”

Frente al dolor, de cualquier naturaleza que sea, pero especialmente cuando padecemos “según la voluntad de Dios”, por hacer la voluntad de Dios, lo mejor que podemos hacer es, como Jesús, decirle al Padre: “En tus manos encomiendo mi espíritu” (Luc. 23:46).

No podemos entender del todo las “sombrías providencias” de Dios (Elena de White), pero podemos entregar nuestra vida, rendirla, a los brazos todopoderosos del “fiel Creador”, Autor y Sustentador de todo lo que existe, quien tiene suficiente poder para guardarla para su Reino, y devolvérnosla salva y segura para siempre.

Mientras tanto, la parte que nos toca en esta vida es hacer “el bien”. Trátennos bien o mal, que nada perturbe nuestro bien hacer, que nada nos incline a optar por el camino del odio, la amargura, la venganza.

Que el Espíritu de Dios fortalezca nuestra alma para tener esa cierta “reciedumbre” cristiana que nos haga valientes para vivir la vida cristiana independientemente del aplauso o la censura de quienes nos rodean, y para glorificar a Cristo con vidas consecuentes con su amor y los principios de su Reino.

 

 

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