Una relación auténtica con Dios nos aleja de la desesperanza.
Se dice que Dios puede escribir derecho sobre renglones torcidos. ¿Suena conocido? Puedes ir caminando por los senderos sinuosos de tu historia, cargando con un número de preguntas sin respuestas, pero –con todo– en algún momento te das cuenta de que Dios igual te está guiando.
Como guio, por ejemplo, la vida de Rut. Nació y vivió en Moab pero más de la mitad de su vida la pasó con el pueblo de Israel, el enemigo jurado de sus ancestros. Esposa de Malón. Viuda de Malón (Rut 4:10). Nuera de Noemí. Esposa de Booz. Sin saberlo, fue la tatarabuela del rey David (Mat. 1:5, 6) y ancestro de Jesucristo. Una historia llena de vueltas, idas y venidas.
Mientras nos encontramos en los laberintos de nuestras historias, nuestros pensamientos y emociones tienden a ir por cauces poco esperanzadores. Algo así como lo que le pasaba a Asaf, un autor-compositor de canciones y director de coro en el templo de Israel.
En su Salmo 73, nos ofrece una visita guiada por sus frustraciones y rabias al no comprender por qué los que toman a Dios en serio experimentan un sinfín de aflicciones y los que se burlan de Dios gozan de una vida sin problemas: “Porque tuve envidia de los arrogantes, al ver la prosperidad de los impíos. A ellos no les preocupa la muerte, pues su vigor está entero. No pasan trabajos como los otros mortales, ni son azotados como los demás” (vers. 3-5).
No me cuesta entender a Asaf en su decisión de hacerse vulnerable y escribir una canción con palabras que revelan su auténtica experiencia. Todavía no dejo de sorprenderme al ver que, más de treinta años después de haber escrito las palabras del himno “Jesús es mi vida” (Himnario Adventista N° 434), muchos se identifican profundamente con ellas. Lo curioso es que las personas que me lo dicen personalmente tienen una historia de vida llena de bajos y bajos (asumo esta expresión), como la de Rut.
Hay poder en decir a otros lo que realmente vivimos. Me la imagino bien a Rut abriendo su corazón a su suegra, Noemí, ante cada golpe duro de la vida o sencillamente compartiendo lo cotidiano, cimentando así una relación profunda y sanadora.
Asaf también abría su corazón ante su Dios, hasta que comprendió lo que hasta ese momento torturaba su mente: “Cuando traté de entender esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entré en el santuario de Dios. Entonces entendí el destino final de ellos” (vers. 16, 17).
En oración, trayendo ante Dios sus preocupaciones más auténticas y dejando que la Palabra de Dios llenara su mente, comenzó a comprender que, más allá de lo que él veía, Dios estaba llevando a cabo su plan. Como lo escribió el rey David: “Jehová cumplirá su propósito en mí; tu misericordia, oh Jehová, es para siempre” (Sal. 138:8). No, Asaf no estaba solo en el laberinto.
Más adelante, el Salmo 73 nos muestra más sobre la autenticidad de la relación que Asaf tenía con Dios: “Tan torpe era yo que no entendía, era como una bestia ante ti. Con todo, siempre estuve contigo. Me sostuviste por mi mano derecha. Me guiaste según tu consejo, y después me recibirás en gloria” (vers. 22-24).
Cuanto más sinceros y auténticos seamos al hablar con Dios, más fácil será descubrir el sentido que Dios está creando en el laberinto de nuestra vida. No es que tendremos respuestas a todas nuestras preguntas o que comprenderemos todo lo que nos sucede, pero estaremos dándole un lugar de privilegio a nuestro lado y, así, una oportunidad de crear vida en nuestra vida.
Para Asaf, acercarse a Dios y hablar con él era lo mejor que le podía pasar (vers. 28). No venía con letanías religiosas o discursos aburridos, con frases hechas y listas de mandados. Venía para disfrutar de la presencia de Aquel que podía moldear sus pensamientos y su manera de ver la vida que le tocaba vivir.
Rut también había descubierto que, junto a Dios, el laberinto de su vida tenía sentido. Aun joven y sin ninguna respuesta a sus profundas preguntas, no se dejó vencer por la desesperanza. Había visto que en Dios se puede confiar, así que se aferró a él. Con profunda autenticidad, le dijo a su suegra: “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios” (Rut 1:16).
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