La COVID-19 nos recordó lo vulnerables que somos. El fin de este mundo está delante de nosotros. Hoy, más que nunca, debemos estar alerta.
Casi ha pasado ya un año desde que comenzó la pandemia de COVID-19. Y a nadie le quedan dudas de que nuestro mundo ha cambiado; en muchas cosas, para siempre. Pero no quiero explayarme necesariamente en esos cambios, que han sido objeto de análisis en innumerables ocasiones en los últimos tiempos.
Mi interés es centrarme en el hecho de que, a pesar de toda la tecnología y todos los adelantos existentes, el ser humano todavía no ha logrado controlar su futuro. A pesar de toda la previsibilidad y estabilidad que la ciencia ha traído, existe demasiado riesgo, demasiado peligro, demasiada imprevisibilidad. En última instancia, esta pandemia nos ha recordado que somos demasiado vulnerables.
Dentro de este contexto, la COVID-19 llegó para recordarnos, además, que estamos siempre a un tiro de piedra del fin de los tiempos. Claro, como estudiantes de la profecía, sabemos que estamos viviendo en los últimos días, y no solo porque ya se han cumplido todas las profecías de tiempo –la última llega hasta 1844– o porque las señales de las que habló Jesús se están desplegando ante nuestros ojos. También, porque las últimas profecías del Apocalipsis nos indican que los actores de la última escena de la historia de este mundo no solo ya han salido al escenario, sino también están ejecutando las últimas líneas de su guion.
Y es que ya Cristo había anunciado que una de las características que tendría su segunda venida sería la de tomar por sorpresa incluso a aquellos que supuestamente deberían estar esperándolo, de la misma manera que un ladrón toma por sorpresa al sereno que no vela. Así, Jesús “vendrá cuando menos lo espere” la gente, “tan inesperadamente como un ladrón” (Mat. 24:43; 2 Ped. 3:10).
Los cambios imprevisibles que trajo la pandemia no hacen más que recordarnos este concepto. “Estamos muy lejos de una ley dominical”. “No debemos alarmarnos: el mundo no está preparado para los eventos finales”. “Todavía no está armado el escenario para los últimos acontecimientos”. Hemos escuchado una y otra vez a esos profetas de paz y prosperidad falsos (adjetivo que se aplica tanto a los profetas como a la paz y la prosperidad que pregonan), aunque muchas veces sea no más que una reacción a los agoreros del fin, que siempre están viendo el final en cada noticiero y que corren antes de ser enviados.
Pero, no nos engañemos. El escenario está armado. Cada protagonista del tiempo del fin ya ha ocupado su lugar. Y, aunque humanamente no podamos verlo, los mecanismos por los que se pueden desencadenar los últimos acontecimientos, la crisis que estamos viviendo, no hacen más que confirmar que eventos inesperados, inusuales, pero posibles, pueden desencadenar profundos cambios que impacten la historia mundial en solo unos pocos meses, o incluso días.
Un motivo más para “estar alerta” (Mat. 24:42); para “estar preparados todo el tiempo” (24:43); para mantenernos “en guardia” (2 Ped. 3:17).
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