¿SE CUMPLE SIEMPRE LA VOLUNTAD DE DIOS?

05/02/2025

Por John Peckham, editor asociado de la Adventist Review y profesor e investigador de Teología Sistemática y Filosofía Cristiana en la Universidad Andrews.

“Dios es soberano”, dijo un pastor. “Eso significa que él controla todo lo que sucede”. Desconcertado, un niño preguntó: “¿Así que Dios tenía el control cuando murió mi perro?” “Esa es una pregunta difícil”, respondió el pastor, “pero a veces Dios nos hace pasar por momentos difíciles para que estemos preparados para cosas aún más complicadas en el futuro. Recuerdo lo duro que fue cuando murió mi propia mascota. Pasar por eso me ayudó a afrontar un momento aún más difícil en el futuro: cuando mi abuela falleció”. Después de pensarlo un momento, el niño contestó: “¿Así que Dios mató a mi perro para prepararme para cuando mate a mi abuela?”1

A veces, la forma en que pensamos y hablamos sobre la manera en que Dios gobierna el mundo (la providencia de Dios) crea preguntas inquietantes en la mente de las personas. ¿Sucede todo exactamente como Dios quiere que suceda? Si es así, ¿por qué pasan cosas malas? Y ¿para qué vamos a orar si, en última instancia, todo sucede como Dios quiere?2 Algunas personas buscan respuestas en textos como el siguiente: “Sabemos que todas las cosas obran para el bien de los que aman a Dios” (Rom. 8:28). Pero estas palabras a menudo se malinterpretan. ¿Significan que todo lo que sucede es bueno o que todo sucede exactamente como Dios quiere? La Escritura nos dice que no es así. Veamos.

Dios no siempre consigue lo que quiere

Varios pasajes bíblicos indican que, en este mundo, suceden muchas cosas que Dios no quisiera que ocurran. Por ejemplo, en Isaías 66:4, Dios se lamenta porque su pueblo tomó decisiones contrarias a sus deseos: “Cuando llamé, nadie respondió; cuando hablé, no escucharon; antes hicieron lo malo ante mis ojos y eligieron lo que me desagrada” (ver también Isa. 65:12; Jer. 19:5). En otro texto bíblico del mismo libro, Dios desea “tener piedad” y “compadecerse” de su pueblo, pero ellos “no quisieron” (Isa. 30:18, 15). De la misma manera, en el libro de Ezequiel, Dios lamenta que las tribus de Israel no “quieren escuchar” (Eze. 3:7).

Además, Dios clama en el Salmo 81:11 al 13: “Mi pueblo no oyó mi voz e Israel no me quiso a mí. Por eso los dejé a la dureza de su corazón, y caminaron en sus propios consejos. ¡Si mi pueblo me hubiera escuchado, si en mis caminos hubiera andado Israel!” Esto suena sorprendentemente similar a la expresión de angustia que Jesús exclamó sobre Jerusalén. Las decisiones de su pueblo elegido eran contrarias a su voluntad, rechazando lo que él quería para ellos: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus pollos bajo sus alas! Y no quisiste” (Mat. 23:37).

Incluso la oración modelo que Jesús enseñó a sus discípulos indica que la voluntad de Dios no siempre se lleva a cabo: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mat. 6:9, 10). Así lo explica el teólogo David Crump: “Cuando Jesús dice que oremos para que se haga la voluntad de Dios, deja en claro que la voluntad de Dios no se puede realizar completamente y que su reino no está aun completamente establecido”.3 A diferencia de lo que sucede en el Cielo, en la Tierra la voluntad de Dios a menudo no se cumple. Actualmente hay una ruptura entre los dos lugares que persistirá hasta la restauración final en la que la oración del Padrenuestro se cumplirá y el reino de Dios se establecerá completamente en la Tierra.

En pocas palabras, Dios no siempre consigue lo que quiere. En consecuencia, la voluntad de Dios puede ser rechazada, algo que el Evangelio de Lucas afirma directamente: “Pero los fariseos y los expertos en la Ley no se hicieron bautizar por Juan, rechazando así el propósito de Dios respecto a ellos” (Luc. 7:30, NVI). En este versículo y en otros, la Escritura repetidamente enseña que los seres humanos a menudo nos rebelamos contra Dios y rechazamos su voluntad, demostrando que poseemos lo que yo llamo “libertad consecuente”. ¿De qué se trata? Es el poder concedido por Dios de actuar y causar eventos, incluyendo acciones contrarias a lo que Dios prefiere.4

De hecho, esto es algo que pasa muy a menudo, ya que mucho de lo que sucede en el mundo es directamente contrario a lo que Dios desea. Por ejemplo, la Biblia enseña constantemente que Dios quiere salvar a todas las personas (1 Tim. 2:3, 4). Dios “no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9). Pero, trágicamente, algunos se niegan a salvarse. En estos y otros casos, la voluntad de Dios no se cumple.

El amor requiere libertad

Ahora bien, ¿cómo es posible que la voluntad de Dios no siempre se cumpla? ¿Acaso Dios no es todopoderoso? ¿No nos enseña la Biblia que Dios “hace todo según el propósito de su voluntad” (Efe. 1:11)?

Los textos estudiados anteriormente (y muchos otros) muestran que las criaturas a menudo hacen lo contrario de lo que Dios quiere. Esto sucede porque Dios les ha concedido sistemáticamente a los seres humanos la capacidad de actuar libremente, incluso de decidir de forma contraria a lo que él prefiere (es decir, contraria a lo que yo llamo “la voluntad ideal de Dios”).

Dios es todopoderoso (Jer. 32:17; Apoc. 19:6). Por lo tanto, debe ser lo suficientemente poderoso como para hacer que todos hagan siempre lo que él prefiere. Pero Dios no lo hace. ¿Por qué? Porque hacerlo iría en contra de su propia esencia: el amor.

Piensa en ello. Imagina que tuvieras el poder de controlar todos los pensamientos de alguien a quien amas. ¿Podrías hacer que esa persona te amara? La realidad es que no. Podrías hacer que mostrara los signos externos del amor e incluso que pensara que te ama, pero sabrías que en realidad no te ama. ¿Por qué? Porque el amor debe darse y recibirse libremente.

Esto muestra que el amor exige la existencia de la libertad. Solo otorgando completa libertad de elección a sus criaturas Dios puede ser amor. En otras palabras, porque Dios es amor, les otorga a sus criaturas el libre albedrío para decidir, incluso aunque decidan en contra de la voluntad divina.

Los límites a la voluntad de Dios

El amor de Dios, que garantiza el libre albedrío de todas sus criaturas, también exige que el Creador (de alguna manera) se autolimite; ya que debe respetar las decisiones libres de sus seres creados, así como las consecuencias de ellas.

Pero también hay otra limitación a la voluntad de Dios. Aunque el Señor es todopoderoso, algunos cursos de acción no están moralmente disponibles para él. Cualquier modo de acción que implique que Dios actúe en contra de su carácter perfectamente bueno (por ejemplo, que mienta o que rompa una promesa), no está moralmente disponible para él. Dios “no puede negarse a sí mismo” (2 Tim. 2:13) y sus promesas son inmutables porque “es imposible que Dios mienta” (Heb. 6:18). Por lo tanto, aunque Dios es todopoderoso, él actúa dentro de ciertos parámetros (o “reglas”). Sus acciones están moralmente limitadas de acuerdo con las promesas y los compromisos que él hace.

La voluntad ideal de Dios y la voluntad reparadora de Dios

Dado que Dios les otorga a sus criaturas la libertad de decidir, es evidente que nosotros podemos tomar decisiones libres contrarias a la voluntad de Dios. En otras palabras, debido a nuestras mala decisiones, los planes de Dios no llegan a cumplirse. Sin embargo, si la voluntad de Dios a menudo no se cumple, ¿cómo puede ser cierto también que Dios “hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efe. 1:11)? Para entender esto, necesitamos comprender algunos conceptos que nos ayuden a ver cómo estas piezas de la Escritura encajan armoniosamente.5

En primer lugar, imaginemos todo lo que Dios desea idealmente para la totalidad de su amada Creación. ¿Hay algo malo en ella? No. Todo es perfecto. Si se cumpliera siempre la voluntad ideal de Dios, todo el mundo haría siempre lo que Dios prefiere. No existiría el mal, ni el pecado, ni el sufrimiento. Sin embargo, lamentablemente, la gente a menudo hace todo lo contrario de lo que Dios prefiere, actuando en contra de la voluntad ideal de Dios.

No obstante, Dios –que es sumamente misericordioso– no se da por vencido con este mundo. No nos abandona ni a ti ni a mí. En respuesta al pecado, Dios tiene un plan para reparar todo lo que ha ido mal. Yo llamo a este plan “la voluntad reparadora de Dios”. Este plan correctivo de Dios tiene en cuenta todas las decisiones libres de las criaturas, incluidas las malas, y trabaja para obtener los mejores resultados posibles a la luz de esas decisiones libres.

Imaginemos un concurso de cocina en el que los cocineros pueden preparar un plato de su elección, pero las reglas especifican que ese plato debe incluir una serie de ingredientes concretos. Los cocineros pueden añadir cualquier otro ingrediente que deseen para hacer el plato que quieran, siempre que el producto final incluya el conjunto de ingredientes especificados por las normas. El plato final del cocinero incluirá muchos ingredientes que él eligió, pero también ingredientes que no eligió y que puede que no prefiera.

Del mismo modo, la voluntad reparadora de Dios incluye muchos “ingredientes” que Dios no prefiere. En concreto, incluye las decisiones que son el producto del libre albedrío de las criaturas, incluidas las que son contrarias a la voluntad ideal de Dios. Dado que Dios se ha comprometido a conceder libre albedrío a sus criaturas (ya que, en caso contrario, él no sería amor), las decisiones libres de las criaturas no dependen de Dios. Son como “ingredientes” que Dios no causa ni controla directamente.

Sin embargo, el Señor añade sus propias decisiones en respuesta, trabajando para reparar todas las situaciones tanto como sea posible sin negar el libre albedrío que el amor requiere. Así, en muchos casos Dios toma lo que parece ser una “ruta secundaria” hacia sus propósitos, trabajando alrededor de muchos factores invisibles e impedimentos resultantes de las malas decisiones de sus criaturas. Como dice un refrán popular: “Dios escribe derecho en líneas torcidas”.

Los planes de Dios y la oración

Al comprender que el amor de Dios le exige respetar la libertad de elección de sus criaturas, es más fácil comprender la importancia de la oración y su rol en ayudar al cumplimiento de los planes divinos. Supongamos que Dios desea realizar un bien en tu vida, pero que esta acción infringiría tu libre albedrío. En este caso, tus oraciones pidiendo que la voluntad de Dios se haga una realidad, le otorgan a Dios el “permiso” para actuar y hacer el bien que se había propuesto realizar. Es decir, habilitan moralmente una opción que previamente no estaba disponible para Dios (dado que el Creador se ha comprometido a respetar el libre albedrío).

Esto proporciona un ejemplo de cómo al orar para que se cumplan los planes divinos es posible influir en las acciones de Dios de una manera que es consistente con su omnisciencia (conocimiento perfecto), su omnibenevolencia (voluntad perfectamente buena) y su omnipotencia. Una oración así no proporciona a Dios conocimiento nuevo, porque al ser omnisciente el Señor ya conoce todas nuestras necesidades; ni tampoco influye en Dios para que desee algo que no deseaba antes, porque el Señor desea todo lo bueno. Desde luego, no aumenta el poder de Dios, porque él ya es omnipotente. Más bien, nuestras oraciones habilitan opciones que no estaban moralmente disponibles para Dios.

En otras palabras, lo autorizan a actuar en nuestra vida y le permiten cumplir su voluntad en nosotros. Como explica el teólogo Howard Marshall, “si nos rendimos libremente a Dios […] él es capaz de cumplir su voluntad a través de nosotros y de nuestras oraciones. Por lo tanto, en un sentido muy real el cumplimiento de la voluntad de Dios en este mundo sí depende de nuestras oraciones”.6

La capacidad de la oración de habilitar a Dios para actuar en nuestra vida no solo aplica en la vida individual del creyente, sino también en la vida de otros. Esto es lo que se conoce como oración intercesora. Por ejemplo, la Escritura enseña repetidamente que Dios desea perdonar, “desea tener piedad de ustedes, y […] se levantará para tener compasión de ustedes” (Isa. 30:18, NBLA). Pero a menudo espera que el arrepentimiento o la intercesión le proporcione el “permiso” para actuar al mismo tiempo que mantiene su justicia. El ejemplo supremo de esto se encuentra en la intercesión de Cristo, que le permite a Dios ser justo al mismo tiempo que justifica a los pecadores (Rom. 3:25, 26).

En el Antiguo Testamento existen varios ejemplos en los que Dios busca a personas (como a Moisés) para que intercedan por su pueblo, prefigurando la obra intercesora de Cristo. Como Dios mismo declara en Ezequiel 22:30: “Yo he buscado entre ellos a alguien que construya un muro y se ponga en la brecha delante de mí por mi tierra, para que yo no la destruya” (ver también Isa. 63:5; Jer. 5:1; 33:3; Eze. 13:5). Este tipo de intercesión no hace que Dios desee actuar bondadosamente hacía nosotros (Dios ya desea bendecirnos y rescatarnos), sino que la intercesión abre la vía para que Dios realice con justicia el bien que él ya deseaba hacer.

Conclusión

Entender que ocurren muchas cosas que Dios no quiere que ocurran tiene muchas implicaciones prácticas sobre cómo entendemos el carácter de Dios y cómo vemos los acontecimientos que nos pasan a nosotros y las cosas que suceden a nuestro alrededor. La próxima vez que tú o alguien a quien amas se enfrente a algún reto, no asumas que Dios quiere eso para ti. Es cierto que Dios puede utilizar las dificultades para enseñarnos lecciones y ayudarnos a crecer (por ejemplo, como dice Rom. 5:3-5), pero Dios no quiere que suframos. Si todo ocurriera siempre como Dios desea idealmente, nadie sufriría.

Aunque Dios nunca quiso que sucediera nada malo, trágicamente las criaturas hicieron un mal uso de su libre albedrío para hacer el mal. Dios, sin embargo, no nos abandona, sino que hace planes y los lleva a cabo para contrarrestar el mal y lograr que al final triunfe el bien (Rom. 8:28). Su voluntad reparadora contempla las malas consecuencias producto de las decisiones libres de sus criaturas y prepara planes alternativos que redireccionen nuevamente la vida de los creyentes hacia los propósitos originales de Dios.

En este contexto, la oración cumple un rol fundamental. Dios respeta el libre albedrío de las personas. Al usar nuestra capacidad de decidir libremente para suplicarle a Dios que cumpla su voluntad en nuestra vida, le otorgamos el “permiso” para actuar plenamente en nosotros. De esta manera, la voluntad ideal de Dios puede convertirse en una realidad en la vida del creyente. Esto también aplica a la vida de los demás. Al orar por otros, estamos permitiéndole que Dios actúe en la vida de los demás para que sus planes puedan llevarse a cabo.

Aunque en esta tierra la voluntad ideal de Dios no siempre pueda ser una realidad, tenemos una esperanza. Pronto Dios eliminará el mal para siempre. “Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. Y no habrá más muerte, ni llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron” (Apoc. 21:4). Mientras tanto, podemos y debemos poner de nuestra parte para hacer algo con respecto a los males que podemos remediar dentro de nuestra esfera de influencia: dar de comer a los pobres, ayudar a los enfermos, visitar a los encarcelados, y consolar a los maltratados y oprimidos (Mat. 25:31-46).

Ocurren muchas cosas que Dios no quiere que sucedan, y estamos llamados a ser una luz en un mundo oscuro que está lejos de la voluntad ideal de Dios. Pronto, en un día no muy lejano, seremos restaurados a la voluntad ideal de Dios, sin más lágrimas, ni sufrimiento ni muerte, para siempre.

Referencias

1 Marc Cortez compartió esto en su blog titulado Everyday Theology [Teología cotidiana] en junio de 2013, que ya no puede ser consultado. Parte de la publicación original de Cortez está citada aquí: <nleaven.wordpress.com/2013/06/19/3-mistakes-we-make-when-talking-about-the-sovereignty-of-god>.

2 Por más información sobre cómo las oraciones marcan la diferencia, ver mi nuevo libro: Why We Pray: Understanding Prayer in the Context of Cosmic Conflict [Por qué oramos: Entendiendo la oración en el contexto del Conflicto Cósmico] (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2024).

3 David Crump, Knocking on Heaven’s Door: A New Testament Theology of Petitionary (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2006), p. 300.

4 La libertad consecuente exige que los seres creados posean libertad para actuar dentro de parámetros no arbitrarios en un contexto donde efectos relativamente predecibles siguen a causas intencionales. Esto demanda alguna regularidad de lo que podríamos llamar leyes de la naturaleza o, técnicamente, “regularidad nómica”. Por más información, ver mi libro: Divine Attributes: Knowing the Covenantal God of Scripture [Atributos divinos: Conociendo al Dios pactual de las Escrituras] (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2021), pp. 169, 170.

5 Para más información sobre la voluntad de Dios, ver mi libro: God With Us: An Introduction to Adventist Theology [Dios con nosotros: Una introducción a la teología adventista] (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2023), pp. 258-265. 6 I. Howard Marshall, The Epistles of John (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1978), p. 245.

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