El comienzo de un nuevo año es una oportunidad de renovación. Pero, de pronto también pareciera imposible escapar a la desgastada fórmula de renovación “Año nuevo, vida nueva”, como si aquella pudiera llegar mágicamente solo por un cambio de almanaque.
Y se produce entonces la frustrante paradoja: ¡otra vez la misma renovación! Necesitamos refrescar nuestra mirada acerca de la experiencia de renovación. Quisiera hacerlo con una historia.
Él había “tocado fondo”. Se había equivocado demasiado. Había desperdiciado todas sus oportunidades. “Si pudiera volver las cosas atrás! ¡Si esto fuese solo una pesadilla!“, pensaba. Pero no. Era la cruda realidad. Su vida se había hundido. Ahora, solo dos palabras podían describir su situación: caos y vacío.
Y, en medio de tal confusión, alcanzaba a percibir borrosamente los dos caminos que tenía por delante: la locura o la esperanza. La locura ya lo estaba arrastrando; y la esperanza parecía tan lejana… ¿Esperanza para él, en esa situación? ¿No había ya arruinado todo definitivamente?
Entonces, comenzó a recordar. En medio de la catarata de pensamientos de culpabilidad, frustración e impotencia, comenzaron a filtrarse algunas vislumbres del poder creador de Dios, que había conocido durante su niñez y su juventud. De pequeño, en la soledad de las verdes colinas, había tenido el privilegio de deleitarse en la naturaleza y descubrir, en sus exquisitos detalles, la mano poderosa de Dios al obrar el milagro de la vida. Y de pronto comprendió que lo único que podía salvarlo era el toque del Creador.
Y cayó de rodillas. Con el alma desgarrada, eligiendo creer a pesar de todo, a pesar del él mismo. Cayó de rodillas recordando al Dios que había conocido. Y clamó: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10).
Para presentar semejante ruego, el rey David se aferraba del poder creador de Dios, que había conocido. Sin duda, su mente se dirigía a pensamientos sublimes como los del Salmo 104, un canto al poder creador y recreador de Dios. En el versículo 30, leemos: “Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra”.
Hay un notable paralelismo entre los textos de Salmo 51:10 y de 104:30. En ambos aparecen los mismos verbos, en el mismo orden: crear y renovar. En el primero, refiriéndose al corazón y al espíritu humanos; en el segundo, refiriéndose a las criaturas del mar y a la faz de la Tierra. Puede verse, así, que el mismo poder que origina el milagro de la vida física es el que puede generar el milagro de la vida espiritual.
El verbo “crear” que aparece en estos textos corresponde al hebreo bará, que denota una acción que exclusivamente Dios puede realizar: crear de la nada, del vacío, sin necesidad de materia preexistente. Bará es un verbo que solo admite como sujeto a Dios.
La Teoría de la Evolución hoy todavía sigue chocando con el escollo insalvable de la ley de la abiogenésis (literalmente, “No origen de la vida”): la vida no puede provenir de lo inerte; necesariamente es originada de vida preexistente. Hasta ahora, la ciencia no ha podido crear materia viviente en el laboratorio.
Únicamente Dios puede dar vida. Y David lo recordó. Y clamó por ese milagro. Entonces experimentó la verdadera renovación, aquella que solo Dios puede dar: una renovación del corazón y del espíritu, no simplemente del almanaque.
Dios no necesita de nada preexistente para darte un nuevo corazón y renovar un espíritu recto dentro de ti. Él puede tomar tu vacío, tu caos, y sin nada más obrar el milagro de una nueva vida en tu interior.
¡Festejemos esta verdadera renovación! RA
Rodrigo Arias: Licenciado en Teología y en Psicología. Pastor distrital en la Ciudad de Buenos Aires,Rep. Argentina.
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