RELIGIÓN Y SALUD

religión y salud

18/08/2018

Por qué la confianza en Dios es un remedio natural científicamente comprobado y es tan beneficioso, tal como lo son el agua, el alimento o el aire puro.

Soy profesora universitaria, y entre los temas que más disfruto desarrollar en mis clases están los llamados “Ocho remedios naturales”, tan verdaderos y valiosos para nuestra salud. Días atrás, un alumno me dijo que practicaba solo siete de ellos, dado que no creía que se debería considerar la confianza en Dios como un “remedio” que aporte beneficio para nuestra salud. También suelo escuchar que si algo no es “científicamente comprobado” no es creíble.

En nuestros días, la idea de salud suele concebirse, generalmente, en relación con la dimensión física, en desmedro de la naturaleza integral del ser humano. Un enfoque tal no solo es parcial sino, además, insuficiente para satisfacer las demandas reales de bienestar y calidad de vida que toda persona necesita.

Es interesante notar que, histórica y paulatinamente, las ciencias de la salud han ido descubriendo las diferentes áreas que componen la compleja naturaleza humana, y cómo deberían funcionar cuando de salud se trata. Inicialmente, las investigaciones se orientaron hacia la detección de enfermedades y su tratamiento, con un acentuado énfasis físico. Luego, aspectos psicológicos, sociales y, recientemente, espirituales fueron aflorando en forma progresiva.

En relación con las enfermedades que han aquejado históricamente a la humanidad, en una etapa inicial predominaron las que hoy se designan como transmisibles. Comenzaron en la antigüedad y continúan hasta nuestros días. El desarrollo científico de agentes antibacterianos (antibióticos) logró, en gran medida, el control o la erradicación de muchas de ellas.

Una segunda etapa se caracterizó por las enfermedades crónicas (no transmisibles), comenzando a mediados del siglo XX, particularmente en las naciones industrializadas, y continuando hasta nuestros días. Importantes investigaciones han aportado información acerca de su etiología (causa) y terapéutica (tratamiento). En los últimos cincuenta años ha habido grandes progresos al respecto.

En la actualidad, con diferencias dadas por el nivel socioeconómico o la región del mundo involucrada, las personas viven setenta, ochenta o más años, cada vez más libres de enfermedades, buscando además desarrollar o mantener su salud, lo que refleja un progreso tanto en el campo de las enfermedades transmisibles como en el de las no transmisibles.

En 1948, la OMS definió la salud como “bienestar físico, mental y social, no solamente ausencia de afecciones o enfermedades”. Y, en un sentido más amplio y positivo, la Carta de Ottawa definió la salud como un recurso para hacer las cosas, una capacidad –más que un estado de bienestar–, un recurso para la vida. El objetivo es la longevidad con buena función, y no meramente ausencia de enfermedad; es calidad de vida.

Desde diversas áreas del conocimiento y la investigación científica, paulatinamente se han ido sumando aportes sustanciales para lograr que la salud alcance a ser un recurso para la vida. En este sentido, el vínculo entre estilo de vida y salud fue sin duda un hallazgo importante.

Salud y estilo de vida

La investigación científica pionera para demostrar vínculos entre nuestros hábitos y la salud fue realizada en 1960 por el Dr. Lester Breslow, exdecano de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de California, en Los Ángeles, Estados Unidos. Breslow realizó un análisis cuantitativo que incluyó a una población de 6.928 personas de un municipio de California, a las que pudo evaluar durante unos veinte años con relación a siete hábitos: descanso adecuado, ingesta de desayuno, práctica de actividad física, no fumar, consumo de bebidas alcohólicas, mantener el peso corporal adecuado y no comer entre horas. Inicialmente, la comunidad científica de sus días consideró con cierto escepticismo su investigación, que llegó a la conclusión de que cuantos más buenos hábitos se tuviera más aumentaba la sobrevida. Pero los resultados fueron bien claros: para seis de los siete buenos hábitos investigados, la sobrevida fue de unos once años con respecto a la población general. Otras investigaciones posteriores confirmaron los hallazgos del Dr. Breslow.

Investigaciones científicas fueron descubriendo de manera progresiva aspectos beneficiosos para la salud en relación con los llamados “remedios naturales”, incluyendo, entre ellos, la religión. La fe en Dios siempre actúa positivamente. 

Salud, mente y relaciones sociales

Tiempo después, el surgimiento de la Psicología Positiva llegó a vincular la dimensión mental del ser humano con la salud, en áreas como morbilidad, mortalidad y adaptación a la enfermedad.

Además, investigadores de la medicina del comportamiento se han interesado en comprobar cómo la salud puede ser influenciada por dimensiones positivas de la experiencia (integración social, autoeficacia, control percibido). Más recientemente, construcciones derivadas de la Psicología Positiva (afecto positivo, bienestar subjetivo, el perdón) han demandado creciente atención en la investigación sanitaria.

Estudios experimentales demuestran que las emociones positivas (esperanza, optimismo, confianza, etc.) se asocian con numerosos beneficios relacionados con la salud, la familia, el trabajo y la situación económica. En cambio, las emociones negativas (ansiedad, depresión, etc.) han sido relacionadas con enfermedades, como la cardíaca coronaria. También, las buenas relaciones sociales constituyen una salvaguarda para prevenir trastornos mentales. Y estudios actuales sugieren que la inteligencia emocional beneficia la salud física y la salud mental.

La Psicología Positiva ofrece ventajas para el refuerzo de la resiliencia psicológica y la promoción de la salud mental. Tres importantes bloques para crear resiliencia son: una relación de apego segura, experimentar emociones positivas y tener un propósito en la vida.

Las emociones positivas protegen la salud psicológica, porque menguan los efectos del estrés y la depresión. Y el tener un propósito de vida, basado en valores y objetivos personales, promueve la salud física y mental. En contrapartida, dejar de vislumbrar un propósito para la vida promueve indirectamente la mortalidad, y se asocia con una adaptación más lenta a los eventos negativos de la vida.

Las investigaciones que inicialmente asociaron los beneficios del estilo de vida con la salud se describieron principalmente en términos físicos. Sin embargo, con el tiempo, se fueron advirtiendo otros aspectos: un buen descanso con suficientes horas de sueño diario, el consumo necesario de agua, la alimentación saludable y otros buenos hábitos no solo ejercen un impacto físico, sino además se relacionan con la salud mental y emocional.

De esta manera, comenzó a ser evidente una interrelación entre el cuerpo y la mente. Más adelante, irrumpieron investigaciones que vincularían la salud con la dimensión psicológica, o mental, y con el papel de las relaciones sociales. Más recientemente, investigaciones mostraron el valioso aporte que tienen la religiosidad y la espiritualidad en beneficio de la salud.

Esta constitución integral del ser humano ya estaba contemplada en las páginas de la Biblia, donde diversos términos señalan que el ser humano es una unidad compleja, indivisible e interrelacionada. Como ejemplo, el término hebreo shalom señala las ideas de salud (incluyendo aspectos físicos), integridad, bienestar, armonía interpersonal e intrapersonal, estar bien con Dios y con su Ley. Shalom es una provisión de Dios para su pueblo que incorpora cada aspecto de la vida. Es una condición dinámica de bienestar, e incluye la idea de totalidad.

Salud, religión y espiritualidad

Investigaciones psiquiátricas y psicológicas están examinando cada vez más los factores religiosos y espirituales, al advertir sus beneficios en relación con el estrés y la salud mental. La religión y la espiritualidad parecen conferir resiliencia, dado que tener participación religiosa e interés por la religión o la espiritualidad aparentemente amortiguan el daño que los acontecimientos vitales negativos producen sobre nuestra salud mental.

Varios mecanismos podrían actuar en esta situación. Uno de ellos es que la religión y la espiritualidad pueden estimular el sentido de propósito de la vida. También, un estado de oración y comunión con Dios se asocia con la activación de áreas específicas del cerebro, lo que se ha comprobado por estudios de resonancia magnética. Las áreas activadas están relacionadas con el sistema de recompensa del cerebro.

De esta manera, la religiosidad y la espiritualidad impactan en el bienestar porque sirven como facilitadores de recompensas internas, lo que proporcionaría un nivel saludable de emociones positivas en un contexto de adversidad. Así, las creencias religiosas pueden proporcionar un sentido de significado y de propósito durante las circunstancias difíciles de la vida. Por lo tanto, la religión sirve como un método eficaz para las prácticas psiquiátrica y psicológica.

También se ha desarrollado la psicoterapia espiritual. Un buen número de psicoterapeutas y médicos integran la religión y la espiritualidad en la solución de los problemas mentales. Entre las medidas aconsejadas en las terapias, se incluyen el perdón, el amor, la oración, la meditación, el culto personal y grupal, la dependencia de un Ser supremo y su presencia en la vida, y la esperanza de la salvación.

Amy Wacholtz y Kenneth Pargament, de la Universidad Bowling Green (Ohio, EE.UU.), investigaron en 2005 los tipos de meditación y sus efectos sobre la salud. Un grupo debía hacer meditación espiritual en torno al nombre de Dios, otro grupo realizaría meditación no religiosa, y un grupo control solo recibió información sobre relajación y cómo desechar pensamientos estresantes.

A todos se les solicitó que practicaran estas técnicas por veinte minutos diarios, durante dos semanas. Los resultados mostraron que el grupo de meditación espiritual mostraba menos ansiedad y un estado de ánimo más positivo que los otros dos grupos. Además, se les hizo una prueba de resistencia al dolor (mantener la mano en un cubo con hielo troceado hasta no poder aguantar más), y el grupo de meditación espiritual resistió el doble de tiempo que los otros participantes.

En la Revista Chilena de Neuropsiquiatría se publicó un artículo sobre espiritualidad y religiosidad como factores protectores en mujeres depresivas con riesgo suicida. La opinión de los expertos fue que la espiritualidad y la religiosidad son elementos adicionales útiles y complementarios a las intervenciones psicológicas habituales.

Son conocidos los aspectos relacionados con el estilo de vida entre adventistas del séptimo día, que incluyen ejercicio, dieta, ingestión de nueces, no fumar, etc., y que han sido estudiados y analizados como predictores de longevidad. También existe alguna evidencia de que la asistencia a la iglesia está significativamente asociada a la longevidad entre los adventistas, incluso luego de controlar factores de estilo de vida tales como dieta, ejercicio y las variables psicosociales. Y la conexión entre religión e hipertensión arterial también ha recibido alguna atención en la literatura científica.

Un artículo reciente evalúa la religiosidad intrínseca, la longevidad y la hipertensión en un grupo de 9.581 adventistas del séptimo día mayores, en los Estados Unidos. La edad promedio de los participantes era de 61 años, y el 35% de los encuestados informó que tenía diagnosticada hipertensión. Los resultados obtenidos informan que la religiosidad intrínseca fue significativamente beneficiosa en los casos de hipertensión.

También se arribó a la conclusión de que la religiosidad intrínseca es tan importante con relación a la hipertensión como la dieta o el ejercicio, e incluso más importante. Resulta de interés destacar los tres ítems que fueron evaluados en la investigación y que definen “religiosidad intrínseca”:

1– Me esfuerzo por llevar mi religión por encima de todas las otras relaciones de la vida.

2– En mi vida experimento la presencia divina.

3– Mis creencias religiosas dan forma a mi enfoque o concepción sobre la vida. Los posibles mecanismos que podrían ser responsables por los beneficios para la salud son: paz, empatía, bajo cinismo, baja agresión.

Si la religión se integra a todos los aspectos de la vida de una persona, esta experimenta la presencia divina, y depende de Dios y de su capacidad de resolver los desafíos que a diario enfrenta. Esto puede disminuir la necesidad de respuesta psicológica aumentada que se verifica en el mecanismo del estrés. Los valores religiosos y sus efectos sobre la salud han sido demostrados en diversos estudios. Estos hallazgos son importantes para millones de personas que tratan de integrar la fe en su vida. El estudio recién mencionado pone en evidencia que una verdadera integración de la fe en la vida puede traer beneficios sobre los casos de hipertensión.

En otra investigación que estudió a más de 74.500 enfermeras libres de enfermedades cardiovasculares y cáncer, se comprobó que quienes asistían a un servicio religioso más de una vez por semana tenían un 33% menos de mortalidad, en comparación con las mujeres que nunca habían asistido a un servicio religioso. Así que, podemos ver cómo la asistencia frecuente a servicios religiosos se asocia con menor riesgo de enfermedades cardiovasculares y mortalidad por cáncer.

También se ha analizado la relación entre la oración y la religiosidad. El estudio analizó la relación entre las creencias religiosas y la adopción de conductas consideradas factores de riesgo para enfermedades crónicas. Los datos proceden de 16.557 adultos europeos. Se evaluó peso corporal elevado, tabaquismo, inactividad física, consumo de riesgo de alcohol, dieta con alto consumo de grasas, y se los relacionó con su religiosidad y práctica de oración.

El 79,4% de los participantes había recibido educación religiosa de sus padres y el 33% había orado una vez por día. Los que habían recibido educación religiosa y oraban adoptaron menos conductas perjudiciales que derivan en enfermedades crónicas. En otras palabras, este grupo tenía un estilo de vida saludable por haber desechado conductas que conducen a enfermedades crónicas (como exceso de peso, tabaquismo, sedentarismo, consumo de bebidas alcohólicas), y la razón de esta decisión era su trasfondo religioso. Estos hallazgos pueden ser útiles para la prevención primaria, ya que muestran un patrón beneficioso en tener un estilo de vida con menos conductas perjudiciales relacionadas con las enfermedades crónicas.

Religión y salud, una unión que beneficia

Investigaciones científicas fueron descubriendo progresivamente aspectos beneficiosos para la salud en relación con los llamados “remedios naturales”. Inicialmente, predominaron aquellos que se definían principalmente en el sentido físico (descanso adecuado, nutrición saludable, actividad física, etc.), aunque con el tiempo se advirtió que su influencia era más abarcadora (dada por la interrelación entre el cuerpo y la mente).

Luego, estudios psicológicos y sociales también se vincularon con la salud, y (más recientemente) se advirtió la relación que existe entre la práctica religiosa y la salud. Dado que el ser humano es una criatura integral –con una conjunción indivisible de las dimensiones física, mental, social y espiritual–, para hablar de salud, cada uno de estos componentes debería ser tenido en cuenta necesariamente. Si se consideran solo algunos de ellos en desmedro de los otros, se está viendo al ser humano en forma parcial; y al cuidado de su salud, de manera incompleta.

Por lo tanto, podemos afirmar que existe una conexión científica entre la religión y la salud, dado que se ha confirmado científicamente que la religión se encuentra entre los hábitos saludables. Así, encontramos una respuesta positiva para el interrogante de mi alumno que se planteaba si la confianza en Dios debería ser considerada como uno de los ocho remedios naturales.

Hay un notable beneficio en una religión personal para la salud de quienes la practican. Más allá de las investigaciones científicas, los invito a comprobar esto por ustedes mismos. RA

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