El verdadero amor jamás lastima.
Ana llegó angustiada. Su madre, que estaba en la cocina cuando ella entró, le preguntó si estaba bien. Ana ocultó su rostro hinchado por haber llorado durante la última hora y corrió a su habitación. Su madre no vio su rostro, pero (como buena madre) le pareció que algo sucedía. Con tacto, ingresó a la habitación de su hija para conversar. Y así lo hicieron.
En la charla, Ana comentó que había hablado con una amiga sobre el podcast de un terapeuta, donde se describía cómo era una relación tóxica. ¡Y todas las características que allí se mencionaban cuadraban en la relación que Ana tenía con su novio! Así, una mezcla de ira, miedo, culpa, angustia y ansiedad invadió su mente. Su cuerpo no pudo resistir, y comenzó a llorar desconsoladamente. Incluso sintió un dolor en el pecho que nunca había experimentado antes. “¡Mamá! ¿Es esto cierto? ¿Estoy viviendo una relación tóxica y abusiva?”
Su madre la abrazó y, al cabo de un rato, comenzaron a hablar más tranquilas. Y le dijo: “Hija, hay tres cosas que he aprendido de las que una relación no puede prescindir: Dios, paz y decisión. Dios es la fuente del amor, ese amor que nos enseña a respetar, a valorar, a cuidar y a ser leales, transparentes, amables, humildes y pacientes. Paz, porque en una relación normal hay problemas, pero la pareja siempre lucha por superarlos, buscando ser resueltos, amorosos y comunicativos a fin de mantener el día a día de la relación en un ambiente pacífico. Y la decisión de ambos de querer renovar constantemente el compromiso en la relación, independientemente de las dificultades que podamos estar viviendo. Sin la decisión constante de querer permanecer juntos, la relación no avanza”.
Ana escuchó atentamente a su madre y le comentó que hacía tiempo que sentía miedo (y, sobre todo, culpa) y que su novio siempre era la víctima, ya que argumentaba que hacía un enorme esfuerzo por amarla. “Hay días en los que se pelea conmigo por cualquier cosa, y hay días en los que me trata muy bien y me dice que soy la mujer más importante de su vida. Pero luego, si no hago algo que él quiere o si hago algo que le molesta, se enoja mucho y me grita. ¡Me dice que no sirvo para nada, que nunca conseguiré nada en la vida!”
El nombre “Ana” es ficticio en esta historia, pero su historia no lo es. Estamos viviendo un momento en el que hay muchas relaciones abusivas y tóxicas, con características similares a la historia que mencioné. Son relaciones sin respeto y sin valoración. Relaciones con egoísmo, agresión verbal, física, psicológica e, incluso, sexual. Relaciones donde el agresor siempre es la víctima; y el agredido, el culpable. Donde las cosas nunca pueden escapar del control del abusador. Donde siempre es muy difícil romper este tipo de relaciones porque se crea un vínculo de fuerte dependencia emocional, con idas y venidas constantes que dejan la relación siempre frágil y con una gran sensación de angustia.
Dios nos pide que las relaciones se basen en su compañía, con amor y paz, buscando el crecimiento individual y de la pareja, procurando siempre lo mejor y resolviendo siempre los problemas. El consejo del apóstol Pablo es clave y cada mujer debe orar para que Dios la guíe para encontrar un marido así: “Los esposos deben amar a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y dio su vida por ella” (Efe. 5:25, TLA). ¿Qué mujer no se siente feliz, en paz y segura teniendo a su lado un compañero así?
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