“Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano?” (Juan 5:6).
Hay preguntas de Jesús que aprendimos de memoria. Forman parte de algunos de los diálogos más conocidos, en milagros que hemos contado una y otra vez. No por eso deja de sorprenderme la simpleza y obviedad de algunas de ellas. Y es que en esa sorpresa muchas veces encuentro la fuente inagotable de lecciones profundas que hacen mella aún varios siglos después.
Nos acercamos al final de otro año, y para muchos quizá ya sea costumbre comenzar a hacer un balance de las actividades que se han desarrollado, los eventos transcurridos, los favores recibidos, las pérdidas, las ganancias.
El solo hecho de leer este artículo es, probablemente, una señal de que eres mucho más bendecido que el hombre de nuestra historia. Sin embargo, creo que muchas veces estamos como él, porque al leer lo que narra Elena de White en su relato me siento un poco identificada, y quizá tú también.
“[El paralítico] había visto revolverse el agua, pero nunca había podido llegar más cerca que la orilla del estanque. Otros más fuertes que él se sumergían antes. No podía contender con éxito con la muchedumbre egoísta y arrolladora. Sus esfuerzos perseverantes hacia su único objeto, y su ansiedad y continua desilusión, estaban agotando rápidamente el resto de su fuerza” (El Deseado de todas las gentes, p. 172).
No sé si este hombre, enfermo hacía casi cuarenta años, había escuchado hablar de Jesús. No sé si en el estanque se rumoreaba la capacidad de Jesús de obrar milagros. No sé si alguno de los que allí estaba ya había probado ir a la Fuente de verdadera sanidad, en vez de a la fuente de agua. Lo cierto es que él, ya acostumbrado al dolor y a la enfermedad, ante la pregunta de Jesús: “¿Quieres ser sano?”, ni siquiera fue capaz de expresar su voluntad, sino que solo presentó datos y estadísticas: su realidad.
La transformación que Jesús quiere hacer en nuestra vida siempre vale la pena”.
Y me conmueve pensar en él, respondiendo de esta forma. Me hace pensar en las veces que respondemos de memoria y contamos nuestra historia separados de lo que verdaderamente queremos y anhelamos; resignados a nuestra realidad actual; entumecidos emocional y espiritualmente; incapaces de ver a quien tenemos delante de nosotros listo para sanarnos y transformarnos.
Quizás estamos llegando al final de un año en que funcionamos en piloto automático; en que las rutinas, las costumbres y los hábitos en todos los ámbitos fueron un reflejo de una parálisis similar a la que vivía este hombre.
Quizá repetimos de memoria datos y estadísticas. Tal vez evaluamos de forma superficial algunos números y valores que nos marcaron este año. O nos desconectamos de nuestro anhelo de ver a Jesús volver de verdad. Quizás olvidamos que, como aquel sábado de tarde, él se acerca para hacernos la pregunta más obvia, esa que quizá no estamos listos para responder.
Ojalá que no. Pero, si es así, quiero invitarte a que reflexionemos sobre el factor humano que jugó una parte tan pequeña, pero tan importante, en este relato.
A veces hace falta que reaccionemos, que reconozcamos que Jesús realmente está a nuestro lado preguntándonos si queremos ser sanos. Y así como duele estirar las piernas después de un largo viaje, a este hombre anónimo le pudo haber costado un poco levantarse por fe. La transformación que Jesús realiza en nuestra vida puede costar un poco, pero siempre vale la pena. Ojalá elijamos ser sanos de verdad, cueste lo que cueste. Ojalá que depongamos nuestras excusas y pretextos empapados de dolor y resignación, de comparación con los demás, de búsqueda en vano, y respondamos afirmativamente a la pregunta de Jesús. Esa pregunta que en sí misma trae libertad.
Y ojalá, una vez transformados, salgamos como aquel hombre y demos aviso a todos de que Jesús fue quien nos sanó… Y que aún está listo para sanar. RA
Quiero estudiar la palabra de Dios