Según Rick Warren, pastor y autor evangélico, “para construir un puente entre Dios y nosotros, Jesús solo necesitó dos pedazos de madera”. Elena de White, de forma inspirada, nos asegura que de “la Cruz […] depende toda nuestra esperanza” (Los hechos de los apóstoles, p. 173). Pablo, ante la complejidad religiosa de Corinto, decidió “no saber […] cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 2:2). Y para ti, ¿cuál es la importancia de la Cruz? Hace unos meses, hemos conmemorado la Pascua. Es necesario que rescatemos la centralidad del sacrificio de Cristo, como la verdadera razón de esta celebración.
En el Calvario, Dios mostró “su amor para con nosotros” (Rom. 5:8), incluso sin tener la garantía de que recibiría una respuesta positiva. Después de una noche de profunda angustia y sin dormir, habiendo enfrentado interrogaciones constantes, sufrido agresión física y cargado con la culpa del pecado de toda la humanidad, Jesús entregó su vida. Prácticamente, estaba solo, abandonado por sus seguidores y entregado en manos de sus enemigos. ¡Una tremenda prueba de amor!
Camino a la Cruz, fue maltratado y azotado, una escena dramática, en la que la agresión se hacía con una tira de cuero que tenía una lámina de hierro en la punta. El cuero golpeaba la piel y la lámina laceraba la carne. La crucifixión venía recién después de todo este sufrimiento. Teniendo ante nosotros escenas tan fuertes, no podemos tratar al sacrificio de Cristo como algo simple, pequeño o simplemente poético, sino que debemos tratarlo como una inmensa prueba de amor.
«El amor verdadero no se revela solo con palabras, sino que se demuestra con las actitudes”.
El impacto de la Cruz sobre los primeros cristianos fue tremendo, no solamente como un hecho histórico, sino como un agente transformador. Basta observar que el 25 % de los evangelios está dedicado a presentar la muerte de Cristo. Si el resto de su vida fuese relatado con los mismos detalles, necesitaríamos por lo menos 8.400 páginas. También recordamos su muerte hasta hoy con dos de las principales ceremonias cristianas: la Santa Cena y el bautismo. Además de esto, ya en el segundo siglo, la cruz se convirtió en el principal símbolo de los cristianos.
La reacción de los discípulos fue impresionante. Ellos perdieron el miedo, no midieron las consecuencias y se entregaron por completo en respuesta a esta prueba de amor. Pedro, a los 75 años, fue crucificado cabeza abajo, Santiago fue decapitado, Andrés fue crucificado, Mateo fue muerto a espada, Felipe fue ahorcado, Tomás fue atravesado por una lanza y Marcos fue arrastrado por las calles de Alejandría. El miedo frente a la Cruz fue reemplazado por osadía para cumplir la misión. El ejemplo de sacrificio por ser fiel también fue seguido por Lucas, quien terminó ahorcado; Esteban fue apedreado; y Pablo, decapitado.
¿Es posible que el valor de nuestra vida sea equivalente a todo este sacrificio? Alguien tuvo la curiosidad de hacer cuentas, y descubrió que valemos muy poco. En promedio, nuestro cuerpo equivale a treinta litros de agua, grasa para hacer siete barras de jabón, carbón para algunos lápices, hierro para un clavo, cal para encalar un gallinero y azufre para sacar las pulgas de un perro. Haciendo cuentas rápidas, no se hace difícil descubrir el bajo valor de nuestro cuerpo, pero al mirar a la Cruz se hace evidente el alto precio que tiene nuestra vida.
El amor verdadero no se revela solo con palabras, sino que se demuestra con las actitudes. Por eso, Dios fue más allá de las declaraciones de amor cuando el “Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). Él “ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda […]” (Juan 3:16). Frente a expresiones tan claras, ¿cuál es la prueba de tu amor por Dios? Frente a la Cruz, nuestra mejor respuesta es reconocer que no somos nada, pero que Dios es todo; que tenemos que abandonar el engaño del perfeccionismo para abrazar el poder de la gracia; que tenemos que renovar la confianza en que Dios no va a desistir de nuestra salvación, a pesar de nuestra condición; que necesitamos tener prisa en compartir el mensaje del Salvador que murió, en preparación del camino para el Rey que vendrá. RA
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