Una mirada bíblica ante el diverso abanico de mensajes religiosos.
Ya sea que miremos la sociedad, la geopolítica, la economía o la naturaleza, ningún lector de la Biblia informado podría dudar de que no solo estamos viviendo tiempos proféticos, sino también el fin de los tiempos. Acosados por una pandemia que ya está por iniciar su tercera ola, por una crisis económica global, por la desintegración del pacto social debido a la corrupción y la violencia, podemos ver que –unas tras otras– las señales del tiempo del fin se están cumpliendo ante nuestros ojos.
Pero las profecías, sobre todo las del Apocalipsis, no solo indican las señales que marcarían los tiempos proféticos del fin; también indican cuál es la misión del pueblo de Dios. Desde sus mismos orígenes, la Iglesia Adventista ha entendido que esta misión para el pueblo remanente del tiempo del fin está delineada en el mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14:6 al 12.
En este mensaje, no solo encontramos la agenda misiológica para estos tiempos (hay una fecha indicada para el comienzo de cada mensaje): se presenta en fases sucesivas, con un mensaje acumulativo, en el sentido de que la proclama del primer ángel se seguirá predicando a medida que se van sumando los mensajes de los otros dos ángeles. En el corazón de estos anuncios –y en aparición por orden de importancia–, se nos dice que el pueblo remanente ha de predicar el “evangelio eterno” a todo el mundo (Apoc. 14:6).
En otras palabras, el Remanente predica las buenas noticias de la salvación en Cristo Jesús, una salvación que se alcanza solo por fe en Jesús; una fe en Jesús que implica la obediencia a sus mandamientos: “Si me aman, obedezcan mis mandamientos” (Juan 14:15). Por esta razón se describe al Remanente con dos características esenciales: (1) guardan los mandamientos de Dios, y (2) tienen la fe de/en Jesús.
Ese es el corazón del mensaje para el tiempo del fin, que es contextualizado por el resto del mensaje: Ha llegado la hora del Juicio de Dios, Cristo está por venir, y todos los sinceros hijos de Dios deben abandonar Babilonia.
Sin embargo, aquí y allá, dentro del Remanente, surgen tensiones de facciones que quieren predicar “otro evangelio”. Por un lado, está de moda el “evangelio” de Instagram, el de la adoración sentimentalista sin contenido, el de escenarios con luces donde lo que menos brilla es la luz de la Palabra de Dios. Este “evangelio” está emparentado con el de la gracia barata, porque es un “evangelio” que no incomoda, que no impacta la vida, que no genera cambios, que se amolda al mundo.
En el otro extremo, están quienes confunden el evangelio eterno con las tradiciones de hombres y confunden religión con ritualismo, lo que lleva a una experiencia farisaica, legalista, de puro formalismo.
Pero, hay una tercera tendencia. Es la de aquellos que señalan tanto el liberalismo moderno como las nuevas formas de legalismo. Estos hacen de la denuncia y la crítica su propio mensaje. En otras palabras, su evangelio se agota en denunciar los “otros evangelios”. Dedican tanto tiempo a “revelar el error”, a “denunciar la apostasía”, que no les queda tiempo ni espacio para señalar la belleza de Cristo, la salvación que nos ofrece y la manera en que esa experiencia de fe puede transformar realmente nuestra vida.
Sí, hay “otros evangelios”, “evangelios distintos”, de los que advirtió el apóstol Pablo (Gál. 1:8); pero él nunca dijo que la denuncia de esos otros evangelios debería ser el centro de nuestro mensaje. Hoy, unamos nuestra voz con la del mismo apóstol: “Pues decidí que mientras estuviera con ustedes me olvidaría de todo, excepto de Jesucristo; y que haría énfasis en su muerte en la cruz” (1 Cor. 2:2, PDT).
Sí, hay momentos para corregir, para proteger la sana doctrina, pero solo podremos ganar el corazón de las personas cuando nuestro foco sea el “evangelio eterno”, porque como dijo el mismo Maestro: “Pero cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo” (Juan 12:32, DHH).
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