Por Aarón A. Menares Pavez
Nuestras historias están llenas de experiencias de todo tipo. Existen momentos altos, cuando pareciera que somos imbatibles; sin embargo, y lamentablemente, vivimos momentos a veces desastrosos.
La historia de Josafat tiene de aquello. Es la historia de un hombre de buenas intenciones, que intenta hacer bien las cosas y que es probado fuertemente. Pero Dios le hace ver sus maravillas magníficas, que suponemos hicieron fortalecer su fe. En este contexto está la oración de Josafat, una oración que nace del alma desolada y abrumada. Aunque podemos vislumbrar la plena confianza no solo en que Dios era poderoso, sino también en que estaba dispuesto y disponible para socorrerlo.
Josafat, aunque con buena intención, se equivoca. Esta actitud es muy usual en los seres humanos: tenemos buenas intenciones, pero nos equivocamos, tomamos malas decisiones. Esto, sin embargo, puede explicarse por el hecho de que somos renuentes a buscar soluciones consultando a Dios. La experiencia de muchos personajes bíblicos nos señala que se hace trascendental esta acción para tener éxito en la toma de decisiones.
Este rey de Judá buscaba avivamientos que beneficiaban al pueblo y a su ministerio como rey. Esto le permitió recibir la bendición de Jehová, manifestada en riqueza y gloria en abundancia (2 Crón. 18:1). Josafat hizo alianza con uno de los peores enemigos del pueblo de Dios: Acab, rey de Israel. Recordemos que el pueblo de Dios estaba dividido en dos. Acab hizo lo malo ante los ojos de Dios; su alianza amorosa con Jezabel lo hizo vagar por el paganismo, conduciendo al pueblo a una de las peores condiciones espirituales de su historia.
Esta alianza llevó a Josafat a ir, en apoyo de Acab, contra Ramot de Galaad, donde fue muerto el rey de Israel. La muerte de Acab fue una consecuencia final de sus actos de insolencia y arrogancia contra Dios. Josafat, en tanto, regresó en paz a Jerusalén, y a su llegada lo encontró un mensajero de Jehová que le advirtió dos cosas. En primer lugar, Jehú –el profeta– le argumentó que ha ayudado a un impío que aborrecía a Jehová, y por esto ha salido su ira contra él (2 Crón. 19:2). La segunda parte del mensaje es algo más esperanzadora: “se han hallado en ti buenas cosas, por cuanto has quitado de la tierra las imágenes de Asera, y has dispuesto tu corazón para buscar a Dios” (2 Crón. 19:3).
Josafat, quien era temeroso de Dios, lideró una reforma que condujo al pueblo a un reavivamiento espiritual. En primer lugar, Josafat, en su liderazgo, condujo al pueblo al Dios de sus padres (vers. 4). Esta actitud nos dice que Josafat les hacía recordar la historia de los pactos y los compromisos hechos por Dios, y la realización de ellos como manifestación de la compañía y la presencia de Jehová con su pueblo.
También espiritualizó el sistema judicial y todo el Gobierno, poniendo al servicio, en estas instancias, a levitas y sacerdotes “para el juicio de Jehová y para las causas” (vers. 5, 6). Esto les hizo hacer suya una visión de confianza, no en sus fuerzas, sino en la santa presencia que estaría con ellos (vers. 11).
Una mala noticia
Creo que con usted sucede lo mismo que conmigo. Cuando hago bien las cosas, no estoy preparado psicológicamente para recibir una mala noticia. Las malas noticias deben ser para aquellos que no confían en Dios, las malas noticias son para los no cristianos. Sin embargo, en esto nos equivocamos.
Este planeta de pecado es una mala noticia. Estamos sujetos a malas noticias. La enfermedad, la muerte, la tristeza, el dolor, son parte de esta vida; solo cuando Jesús venga estas cosas serán parte del pasado. Josafat estaba haciendo bien las cosas; sin embargo, le dieron la mala noticia: “Contra ti viene una gran multitud del otro lado del mar” (2 Crón. 20:2). ¡Qué mala noticia! La verdad es que las malas noticias supuestamente deben venir cuando estamos mal espiritualmente, cuando no oramos, cuando no leemos la Biblia, cuando no asistimos a la iglesia, cuando estamos en apostasía. No cuando estamos haciendo bien las cosas.
Conozco dos tipos de personas. Los primeros son aquellos que viven en problemas, y viven como la protagonista de una novela que sufre durante 89 capítulos, y en el último es feliz, y la verdad es que no sabemos qué ocurre en lo futuro. Mientras están en esa condición, esos cristianos se aferran a Dios, orando, rogando, buscándolo con desesperación. No obstante, muchos de ellos, cuando ven la respuesta de Dios, se olvidan de todo su calvario, y dejan de orar, leer la Biblia y confiar en Dios. El otro tipo de personas es todo lo contrario: mientras están bien y sin problemas, están bien con Dios. Pero, cuando llega una mala noticia se desploman en su confianza hacia Dios.
La mala noticia hizo temblar al temeroso rey. Supongo que su mente se llenó de inquietud. Es normal, las malas noticias son incomprensibles. No estamos preparados para ellas. Josafat tenía dos opciones para reaccionar. En primer lugar, podría haberse propuesto buscar a todo su ejército; y no sólo eso, sino también buscar alianzas estratégicas para enfrentar el problema. Esta es una actitud normal, los humanos buscamos soluciones con nuestras fuerzas. ¿Cómo lo voy a hacer? ¿Cómo voy a pagar? ¿Qué voy a hacer?
Josafat, sin embargo, tomó la correcta orientación. La primera señal adecuada fue que tuvo “temor”. Esta actitud nos hace ser humildes ante lo grande que es el problema y, como consecuencia, nos hace depender, porque la solución no está en nuestras manos. “Hizo pregonar ayuno a todo Judá. Y se reunieron los de Judá para pedir socorro a Jehová; y también de todas las ciudades de Judá vinieron a pedir ayuda a Jehová” (vers. 3, 4).
Hay dos cosas aquí que quisiera destacar. El pueblo liderado por Josafat pidió socorro y ayuda a Jehová. Una persona pide socorro únicamente cuando la desesperación está al límite. Solo pide socorro cuando ve que no existe ninguna solución a partir de lo que ella pueda hacer. Este es el caso de Josafat y Judá: no tenían salida, no tenían solución. Por lo tanto, la buscaron en el Todopoderoso.
El Rey buscó a Jehová y comenzó a orar. En su plegaria, depositó toda su confianza en el poder divino y en los hechos sobrenaturales que habían acompañado la historia de la nación. “¿No está en tu mano tal fuerza y poder que no hay quien te resista?” (vers. 6). ¿No echaste tú los moradores de esta tierra delante de tu pueblo Israel, y la diste a la descendencia de Abraham tu amigo para siempre? (vers. 7). Josafat presentó ante Dios un argumento fuerte. Las promesas son un argumento fuerte. Dios ha velado, y lo hace hoy por sus hijos de la misma manera.
Entonces, el Rey le presentó el problema a Dios –que venía una gran multitud contra ellos–, y señaló: “¡Oh Dios nuestro! ¿No los juzgarás tú? Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (2 Crón. 20:12).
La respuesta no se hizo esperar. Dios envió un mensaje a través de un profeta: “No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios” (vers. 15). La instrucción fue que descendieran contra ellos, pero la condición era que estuviesen quietos y vieran la salvación de Dios para con ellos (vers. 16, 17). Algo difícil, pero posible de cumplir. Cuando no tenemos solución y dejamos a Dios actuar, es necesario esperar en Jehová y ver la salvación que hará el Señor por sus hijos: “La necesidad extrema del hombre constituye la oportunidad de Dios”. [1]
El relato bíblico nos detalla el conflicto y cómo Dios hizo destruir a sus enemigos entre sí (vers. 22). Dios les dio la victoria, respondió la oración de Josafat, solucionó la mala noticia, enfrentó a la gran multitud que venía contra ellos. Ellos estuvieron quietos y tranquilos, y esperaron en el mensaje y en la promesa de su Dios.
Hoy es similar a los días de Josafat: no importa cuán grande sea la multitud que viene contra ti, el mensaje es aceptar las promesas y confiar en aquel que sí tiene el poder de despejar el camino, y brindar paz, alegría y esperanza en nuestras vidas, nuestro Dios.
[1] Elena White, Mensajes selectos, t. 2, p. 467.
Pastor Menares, su publicacion me llega en otro momento de prueba en ni vida y me alienta justo cuando llegué al final del camino, solo frente al mar, al borde del precipicio donde solo Dios me puede socorrer…todo lo humano esta hecho sin exito, solo Dios me puede sacar de esta prueba. Gracias, sus palabras me alientan y renuevan mi esperanza de saber que Dios es lo unico que tengo por lo tanto tengo todo lo que necesito.
Hermoso mensaje…necesarias reflexiones para nuestro tiempo. La travesía se torna más pesada y recordar las promesas del Eterno son imperativa necesidad…Dios cuide de su iglesia.
Solo debemos confiar en Dios.
Si aun no lo hemos hecho sera necesario reeducarnos en sus caminos, en sus promesas, en su palabra.
Basta de tibieza espiritual.
Nuestra mas urgente necesidad es de un reavivamiento y reforma.
Los Adventistas del Septimo Dia no estamos excentos de aflicciones…tendremos que enfrentar problemas dificiles en esta vida, mientras caminamos hacia la Canaan celestial…pero lo que nos hace diferentes a los demas es que no enfrentamos las dificultades solos…sino que Nuestros Señor Jesus prometio estar a nuestro lado siempre…» ahora el justo vivira por la fe..»…les motivo hermanos a que siempre nos aferremos a las promesas de nuestro Dios…ya queda poco y el que ha de venir vendra y no tardara….bendiciones familia ADVENTISTA…