Herramientas útiles y necesarias para elaborar criterios basados en la Biblia y en los escritos de Elena de White con relación a los estilos musicales.
La cuestión acerca de los estilos musicales adecuados para el culto de la iglesia, tanto como para la vida personal, se plantea como compleja y controvertida. Con cierta frecuencia se generan preguntas no contestadas satisfactoriamente, o que son recibidas con disposiciones diferentes. Se plantean dudas acerca de las posibles implicaciones morales, emocionales o espirituales del lenguaje musical; es decir, si la música puede ejercer una influencia sobre las personas, independientemente de la letra.
Además, existen interrogantes respecto de si la música va más allá del argumento estético, artístico, para entrar en el terreno de la ética, la moralidad y la espiritualidad. Se suscitan explicaciones en favor o en contra de la idea de que los estilos de música impactan sobre las creencias o los valores personales. Tampoco hay consenso sobre la posible influencia de los diferentes elementos de la música como la melodía, la armonía y el ritmo. En definitiva, ¿pueden encontrarse criterios válidos que orienten la elección de la música para los individuos, las familias o instituciones como la iglesia? ¿Tiene dicha elección una relación genuina con la espiritualidad y la religiosidad?
La música como lenguaje y estilo
¿Se puede edificar sobre el concepto de la música como un lenguaje particular que necesita ser seleccionado apropiadamente para el cumplimiento de su objetivo? ¿Qué se quiere decir con eso del “lenguaje”? Estas preguntas reflejan la tensión existente entre la tendencia a pensar que la música, incluso sin letra, puede comunicar algo que el oyente puede entender con cierta claridad, y el supuesto de que la música no comunica mucho más que cualidades estéticas.
Muchos consideran que la música, aparte de la letra, es “un vehículo esencialmente neutro”.1 En consecuencia, se presta atención casi exclusivamente al mensaje de la letra, entendiendo que la música no es parte de ese mensaje, por lo cual toda discusión sobre estilos musicales se torna irrelevante. Otros se oponen en forma decidida a la noción de neutralidad de la música.
Un difundido seminario sobre música cristiana, transmitido por la BBN (Bible Broadcasting Network), se tituló precisamente: “El lenguaje de la música”. Su conductor, el profesor de teoría musical Frank Garlock, centra su argumento en la tesis de que la música es un lenguaje, por lo cual no puede ser amoral o neutral.
Él afirma: “Las notas individuales son neutrales, pero cuando las empiezas a combinar y les agregas ritmo, empiezas a convertirlo en lenguaje. Y puedes tener música buena o mala según la combinación de los elementos y la manera de ejecutarla.
“La música es comunicación; por lo tanto, tiene cualidad moral”. El documento titulado “Una filosofía adventista acerca de la música” dice en forma similar: “La música no es moral ni espiritualmente neutra”.2
En su libro In Tune with God [En sintonía con Dios], Lilianne Doukhan dice que hay dos puntos de vista sobre la neutralidad de la música. El primero asume una postura mística y supersticiosa al atribuirle a la música un poder mágico, y el segundo niega que la música tenga efectos sobre el ser humano. La autora no cree que la música sea neutral, aunque considera que su efecto se enmarca en la experiencia y las circunstancias.3
Al reflexionar sobre los desafíos de la música contemporánea de adoración, dice: “Necesitamos redescubrir y entender que la música habla en un lenguaje propio, independiente de las palabras […]”.4 La autora no cree que haya correspondencia entre estética y ética: “Es importante distinguir entre una experiencia estética (espiritual) y una experiencia religiosa; ellas no son equivalentes”.5 Más bien, cree que el poder de la música radica en la intensificación (intensifica tanto el efecto de las palabras como la receptividad de la gente), el embellecimiento (da belleza a eventos, palabras, experiencias o acciones), la estimulación y el reforzamiento (otorga ánimo, energía, etc.) y las asociaciones (la conexión entre la música y su entorno).6
Quienes creen que la música no es neutral suelen advertir de las consecuencias prácticas de asumir una posición contraria. En la investigación traducida como Música sacra, cultura e adoração, Wolfgang Hans Martin Stefani afirma: “Esa idea levanta preguntas en cuanto a la posibilidad o no de distinguir entre lo sagrado y lo profano en la música, así como los temas relacionados con asociaciones musicales”.7 Señala que, además de la letra, la música comunica un mensaje, un significado, y que la música no es un medio neutral, dado que la idea de neutralidad vacía a la música de cualidades morales, reduciéndola a cualidades artísticas.8
¿Qué hay del estilo? ¿Existen orientaciones sobre los estilos musicales más adecuados para la música cristiana? Si por estilo se entiende un género musical específico (balada, blues, clásica, country, criollo, pop, rap, rock, etc.), es evidente que no se encontrarán prescripciones en la Biblia o en los escritos de Elena de White. Ahora, si por estilo se quiere significar una forma de hacer música, o las características que la identifican, sí es posible extraer de la Revelación algunas orientaciones útiles.
Un estudio simple de la música en la Biblia puede dejarnos importantes implicaciones para su consideración actual. Por ejemplo: (1) que la música es un don de Dios que ha de recibirse, cultivarse y emplearse para su gloria; (2) que la música dedicada a Dios se cultiva con la dignidad de un ministerio; (3) que la música destinada al culto debe organizarse con cuidado y espíritu de servicio; (4) que músicos y dirigentes religiosos han de trabajar en armonía y cooperación; (5) que los encargados de la música cumplirán un mejor ministerio si son elegidos y apoyados en su desarrollo musical, espiritual y teológico; (6) que la calidad musical, la belleza estética y la pertinencia de los textos han de buscarse intencionalmente; (7) que las letras deben ser esencialmente teocéntricas, educativas, sin olvidar su alcance evangelizador.9
Lo mismo puede decirse de los muchos consejos de Elena de White. La autora señala que la música y el canto son preciosos dones de Dios, luego de lo cual menciona ciertas características positivas y negativas que conforman distintas maneras de hacer música.10 Se valora negativamente, por ejemplo, el despliegue teatral, las contorsiones corporales y los gestos exagerados, las notas prolongadas (como en la ópera), la ostentación, el ruido que aturde los sentidos, el volumen excesivo, la rudeza, el estruendo y la confusión, el exhibicionismo, el formalismo, las voces agudas y estridentes.
Por el contrario, se aprecia la dignidad; el canto melodioso, armonioso, claro, suave; los cantos alegres, con melodías solemnes y palabras pronunciadas con claridad. Como puede leerse textualmente: “Lo que se necesita no es cantar fuerte, sino una entonación clara y una pronunciación correcta. Dediquen todos tiempo a cultivar la voz de modo que puedan cantar las alabanzas a Dios en tonos claros y suaves, sin asperezas ni chillidos que ofenden el oído. La habilidad de cantar es don de Dios; utilicémosla para darle gloria”.11 “El buen canto es como la música de los pájaros: suave y melodioso”.12 “La música debiera tener belleza, sentimiento y poder”.13
Elementos y criterios
Es sabido que la música combina y equilibra varios elementos básicos como la melodía (sucesión de sonidos), la armonía (acordes o sonidos simultáneos), el ritmo (ordenamiento y duración de los sonidos), el color (cualidad del sonido), el timbre (sonido peculiar), el tiempo (velocidad de ejecución), etc.
A veces se ha tratado de relacionar estos elementos musicales con sus posibles efectos sobre las personas (razón, emociones, cuerpo).14 En este proceso intervienen el compositor, el intérprete y el oyente. Parece evidente aquí que el mejor efecto se produce cuando la música se caracteriza por la calidad, el equilibrio entre disonancias y consonancias (entre tensión y reposo), la variedad, la claridad, la naturalidad, la buena afinación, el volumen razonable, la riqueza poética y la pertinencia de los textos. Ciertos ensayos de aplicación de estos criterios se han difundido ocasionalmente. Jeffrey K. Lauritzen, por ejemplo, menciona la siguiente conceptualización: “La música, en su definición más simple, está compuesta por tres elementos: melodía, armonía y ritmo. Estos tres corresponden a por lo menos un nivel en lo que respecta al espíritu o el intelecto del hombre, sus emociones y sentimientos, y su cuerpo o necesidades físicas. Al escoger la música para el culto, su jerarquía debe mantenerse intacta: la melodía debiera reinar suprema.
“La armonía da el soporte a la melodía, pero nunca la suplanta. El ritmo debería sostener a ambos, pero nunca suplantarlos”.15 Se reclama en general un equilibrio y una ponderación entre los tres elementos fundamentales. Lilianne Doukhan sostiene que la música de valor perdurable tiene un balance adecuado entre sus tres elementos principales: melodía, armonía y ritmo, y un balance conveniente entre los principios de repetición (que produce tensión) y variedad (que produce relajación). Señala, además, que la esencia del estilo musical depende del uso creativo de estos elementos.16 Wolfgang H. M. Stefani, por su parte, se refiere a la capacidad de comunicación de los elementos musicales: “A través de la melodía, la armonía, el ritmo y otros elementos, la música transmite emociones y estados de ánimo”.17
Otro de los criterios musicales inevitables tiene que ver con el volumen, ante la necesidad de no sobrepasar los decibeles recomendados por la ciencia médica. Quizá más reñido todavía sea el asunto de la preponderancia del ritmo sobre la melodía.
Lilianne Doukhan habla de fortalezas y desafíos de la llamada “Música de adoración contemporánea”. Como fortalezas, enumera las siguientes: (1) su letra muchas veces es tomada directamente de las Escrituras; (2) es fácil de aprender porque es simple, predecible y repetitiva; (3) tiene flexibilidad rítmica; (4) permite a los jóvenes utilizar sus talentos en la ejecución de instrumentos; (5) es creativa. Los desafíos serían los siguientes: (1) es muchas veces excesivamente contextual, sentimental y centrada en el yo; (2) necesita recuperar la consistencia entre el mensaje del texto y del estilo musical; (3) precisa realizar un uso prudente de la tecnología, de manera que (por ejemplo) las pistas musicales no reemplacen la ofrenda musical de los músicos; (4) cuidarse de la manipulación emocional; (5) mostrar prudencia hacia las actitudes y las asociaciones seculares.18
¿Cuáles son algunas de las características que a veces preocupan de la música cristiana contemporánea? (1) La excesiva repetición y monotonía de algunas composiciones musicales; (2) el acentuado sentimentalismo; (3) el volumen exagerado; (4) el énfasis antropocéntrico. “El énfasis de muchos cantos religiosos contemporáneos en el ‘me’, ‘mi’ y ‘yo’ refleja la teología centrada en uno mismo, que es tan prevaleciente hoy. […] La teología centrada en el yo de los cantos contemporáneos se refleja en esas letras que contienen solo vagas u oscuras referencias a cosas espirituales”.19
Más allá de la música
El conocido autor evangélico John MacArthur ha planteado al mundo cristiano una seria reflexión acerca de la adoración y de la música. En el apéndice de una de sus obras más difundidas, se refiere a los cambios ocurridos en los últimos siglos.20 Dice que un profundo cambio sucedió en la música de la iglesia al final del siglo XIX, cuando los himnos, más doctrinales y didácticos, fueron sustituidos por los cánticos góspel, con menos contenido doctrinal; más simples, subjetivos, emocionales, populares y evangelizadores. Y, desde fines del siglo XX, ocurrió otra gran variación, cuando los cánticos de alabanza siguieron a la música góspel, de melodías atrayentes, más cortas y repetitivas, como expresiones personales de alabanza, sin ningún propósito didáctico.
MacArthur se muestra más preocupado por el contenido que simplemente por el estilo. Explica en un pie de página: “Creo que el estilo debe ser apropiado al contenido y, por esa razón, me opongo a algunas músicas cristianas contemporáneas con base en el estilo. Entretanto, mi primera preocupación –y el punto que enfatizo, en este capítulo– tiene que ver con el contenido, no con el estilo”.21
¿Tienen las Escrituras algo para decir acerca del canto y de la música? Por supuesto, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento. Es posible regresar al himnario de Israel (el libro de los Salmos) en busca de inspiración, motivación y modelo para la adoración apropiada. Como gran parte de la poesía hebrea, los Salmos se caracterizan por una profunda conciencia de la realidad de Dios, de su presencia; muestran amor por la naturaleza y por su Creador; expresan verdades éticas profundas y cualidades humanas ineludibles, como el afecto, la angustia, el amor, el dolor y la confianza.22 ¿Cuáles son sus temas fundamentales? Algunos de los tópicos que podrían iluminar toda alabanza musical son los siguientes: (1) la oración; (2) la gratitud; (3) la alabanza; (4) la adoración; (5) la historia del pueblo de Dios; (6) las virtudes morales; (7) la familia; (8) la venida del Mesías; (9) el arrepentimiento y el perdón; y (10) el culto.23 Los Salmos exponen algunos principios que continúan siendo valiosos para la música de adoración: (a) el principio del eje central (están centrados en el Señor, su carácter y sus propósitos); (b) el principio de la motivación (la gratitud, la alabanza, la admiración, la adoración, tan importantes en toda manifestación musical); y (c) el principio de la excelencia (que impulsa a ofrecer al Cielo lo mejor, en riqueza poética y calidad musical, además de la imprescindible sinceridad y disposición de entrega).24
Los dos pasajes apostólicos más concretos sobre la música cristiana se encuentran en Efesios 5:19 y Colosenses 3:16. En ellos, con plena conciencia de la obra de Cristo y del Espíritu Santo, Pablo exhorta a los creyentes a expresarse con cantos de alabanza: “Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” (Efe. 5:19). De nuevo lo dice en palabras similares: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Col. 3:16). Estos textos paulinos son los más instructivos del Nuevo Testamento. Puede ser que resulte difícil entender qué eran los “salmos, himnos y cánticos espirituales”.
Es evidente que los Salmos venían de los antiguos hebreos; que los himnos estaban dirigidos a Cristo (como puede verse en ciertos himnos cristocéntricos que aparecen en Efesios 5:14; Filipenses 2:6-11; Colosenses 1:15-20; 1 Timoteo 3:16; 2 Timoteo 2:11-13; Hebreos 1:3); y que las canciones espirituales fueran posiblemente cantos espontáneos de alabanza (1 Cor. 14:15). Pero, lo que sí resulta innegable es que el canto cristiano era participativo, educativo, interactivo, cristocéntrico y profundamente espiritual, que además dejaba espacio para la diversidad y la espontaneidad.25 Tanto lo antiguo (los Salmos), como lo más reciente (himnos) y lo actual (cánticos espirituales) tenían su lugar.
Conclusión
La música, con toda su belleza y complejidad, es un vehículo fascinante de expresión y comunicación. Cuando está destinada a la adoración, a la inspiración y al testimonio, necesita ser elegida y cultivada con el mayor esmero a fin de alcanzar los objetivos propuestos. Bueno sería, en busca de sabiduría y consejo, un regreso a Dios por medio de la oración, y a la Biblia, en busca de orientación, para proseguir tras el sublime propósito de existir para la gloria de Dios y para bendición de la humanidad. RA
Referencias:
1 Wolfgang Hans Martin Stefani, Música sacra, cultura e adoração, trad. Fernanda Caroline de Andrade (Engenheiro Coelho, SP: Imprensa Universitária Adventista, 2002), p. 20. Stefani es músico, erudito y pastor australiano, Doctor en Educación Religiosa por la Universidad Andrews (1993).
2 Orientaciones aprobadas por la Junta Ejecutiva de la Asociación General en el Concilio Anual desarrollado en Silver Spring, Maryland, el 13 de octubre de 2004, y por la Junta Directiva Plenaria de la División Sudamericana realizada en Brasilia el 3 de mayo de 2005.
3 Lilianne Doukhan, In Tune with God (Hagerstown, MD: Review and Herald, 2010), p. 73. La Dra. Lilianne Doukhan es profesora emérita del departamento de Música de la Universidad Andrews.
4 Ibíd., p. 228.
5 Ibíd., pp. 48, 49, 51, 54.
6 Ibíd., pp. 62-65.
7 Stefani, p. 20.
8 Dana Key y Steve Rabey, Don’t Stop the Music (Grand Rapids, Michigan: Zondervan Publishing House, 1989), pp. 68, 69.
9 Véase: Daniel Oscar Plenc, La música que agrada a Dios: Criterios y orientaciones para el ministerio de la música (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2013).
10 Véase, por ejemplo: Elena de White, La música: su influencia en la vida del cristiano, trad. Ethel Mangold (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2006).
11 White, El evangelismo (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1975), p. 368.
12 Ibíd., p. 372.
13 Ibíd.
14 Ver: Louis R. Torres y Carol Reinke A. Torres, Notas sobre música, trad. Elsa Schulz (Siloam Springs, Arkansas: Creation Enterprises International, 1992), p. 17.
15 Jeffrey K. Lauritzen, “Music in Worship: ¿Are We Really Worshiping Him?”, Adventists Affirm 5, Nº 2 (Fall 1991), pp. 43-52.
16 Doukhan, In Tune with God, p. 19.
17 Wolfgang H. M. Stefani, “The Psycho-physiological Effects of Volume, Pitch, Harmony and Rhythm in the Development of Western Art Music: Implications for a Philosophy of Music History”, Tesis de Master of Arts, Andrews University, Berrien Springs, Michigan, 1981.
18 Doukhan, In Tune with God, pp. 222-242.
19 Ibíd., p. 170.
20 John F. MacArthur, Adoração: a prioridade suprema, trad. Onofre Muniz (São Paulo: Editora Hagnos, 2014), pp. 194-209.
21 Ibíd., p. 197.
22 Francis D. Nichol, ed., Comentario bíblico adventista del séptimo día, trad. V. E. Ampuero Matta (Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1984), t. 3, pp. 22-25.
23 Nichol, ed., t. 3, pp. 629-630.
24 Doukhan, ibíd., p. 101.
25 Alfred Küen, La música en la Biblia y en la iglesia (Terrassa, Barcelona: Clie, 1992), pp. 35-37.
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