Cuando viajamos por caminos oscuros de la vida
Estoy como muerto,
Como un hombre vigoroso al que no le quedan fuerzas.
Me han dejado entre los muertos,
Y estoy tendido como un cadáver en la tumba.
Soy olvidado,
Estoy separado de tu cuidado.
Me arrojaste a la fosa más honda,
A las profundidades más oscuras (Sal. 88:4-6).[1]
En este mundo oscuro, nadie se salva de pasar por momentos oscuros. Sentimos las pérdidas y el dolor causados por el pecado. De vez en cuando, nuestras propias elecciones pueden hacer más densa la oscuridad que nos rodea. Tarde o temprano, tocamos fondo. Ocasionalmente, la depresión nos envuelve silenciosa y lentamente, y solo logramos reconocer al monstruo cuando nos tiene atrapados firmemente entre sus garras. A veces, ataca de golpe, luego de una situación emocional o física especialmente agotadora; otras, son años de violencia camuflada, que terminan dejándonos abatidos.
En fuga
Tras su encuentro con los 850 profetas de Baal y Asera en el Monte Carmelo, Elías quedó agotado por completo, emocional y físicamente (1 Rey. 18). La amenaza de muerte de Jezabel no fue tan solo una expresión, sino un juramento solemne (19:2), que provocó la huida del profeta de Dios.
Y Elías se dio a la fuga. El primer paso es la inevitable huida. En ocasiones, nos apresuramos a ir hasta la heladera y tratamos de recuperar la alegría comiendo. A veces, tratamos de solucionar nuestro agotamiento emocional durmiendo. O buscamos una nueva relación, un nuevo trabajo o un nuevo domicilio, en nuestro intento de huida. Podemos sepultarnos bajo más trabajo, más fechas de entrega y más compromisos, en procura, cada vez más intensa, de huir de esa cosa sin nombre que está agotando nuestro gozo y corroyendo nuestra esperanza.
Elías corre lejos, corre intensamente. Corre 150 km hasta Beerseba; y luego otro día más, desierto adentro (1 Rey. 19:3, 4). Todos llegamos a un determinado punto en el que ya no podemos correr más. Elías llega a su límite, y se da cuenta de que ya no puede correr más. La culpa lo acomete violentamente. Su falta de confianza había desbaratado lo que podría haber sido una gran oportunidad de reforma en Israel. Elías se da cuenta de que ha defraudado a aquellos que lo necesitaban, y ahora es incapaz de hacer algo al respecto.
Todo esto es demasiado para Elías. “Basta ya, Señor; quítame la vida, porque no soy mejor que mis antepasados que ya murieron” (vers. 4).
Cómo trata Dios la depresión
La historia de Elías ilustra muy bien cómo trata Dios con quienes han tocado fondo. La Palabra de Dios nos permite ver las siguientes lecciones:
Dios no condena. Él entiende mejor que nosotros a qué nos estamos enfrentando. Él sabe que “el viaje que [tenemos] por delante será demasiado para [nosotros]” (vers. 7).
Dios se acerca a nosotros en nuestro punto más bajo. Observa el comentario de Elena de White: “Quizá no tengamos en el momento ninguna evidencia notable de que el rostro de nuestro Redentor se inclina hacia nosotros con compasión y amor; pero esto es así a pesar de todo. Quizá no sintamos su toque visible, pero su mano está sobre nosotros con amor y ternura compasiva”.2
Dios ofrece ayuda práctica para el momento. En el caso de Elías, esto era “un poco de pan horneado sobre piedras calientes y un jarro de agua” (vers. 6). Esta ayuda podría ser un amigo, un terapeuta o un familiar; alguien que nos muestre que Dios se preocupa por nosotros.
Dios proporciona descanso. Él sabe que tratar de huir es muy cansador. Dios, también, sabe que Elías no solo está cansado físicamente, sino también está agotado emocionalmente, aplastado por una tremenda carga de culpa. Dios hace borrón y cuenta nueva, y proporciona descanso a Elías. Por fin, Elías puede dormir y renovar energías.
Dios no se apresura para sanarlo. Incluso tras haber disfrutado de la comida de un ángel, Elías no vuelve instantáneamente a estar bien. Dios se acuerda de que somos tan solo “polvo” (Sal. 103:14). Toma tiempo recuperarse.
Dios cambia el lugar hacia el que corremos. Él entiende que la vida en este mundo de pecado puede deprimirnos, y nos deprimirá. Comprende nuestro impulso de salir corriendo, pero quiere corregir el lugar hacia el que corremos. En vez de que probemos con todo mecanismo de adaptación destructivo que imaginemos, él quiere que corramos hacia él. Cuando estemos seguros en sus brazos, quiere enseñarnos a oír el “suave susurro” (1 Rey. 19:12).
Dios proporciona las energías para volver a encontrarnos con él. Elías no tenía fuerzas para levantarse y hacer el viaje para encontrarse con Dios. Dios también provee para esta necesidad.
Dios promete un mañana mejor. Cuando Elías estaba echado debajo del enebro deseando morir, creía que lo mejor de su vida había quedado atrás. Dios veía las cosas de otra manera. Él sabía que a Elías le esperaban días mejores. Aún había reyes que ungir y un sucesor que elegir. Dios ya sabía de Eliseo, quien llegaría a ser tan cercano como un hijo para Elías. Dios sabía que, por la fe, Elías volvería a invocar fuego del cielo. Elías no tendría una muerte desesperada bajo un enebro, sino que una carroza de fuego lo llevaría al mismo cielo.
Dios, el Creador de la vida y la luz, la belleza, y los cerezos y los pasteles de calabaza, sabía cómo susurrar suavemente palabras de gracia en los momentos más oscuros de Elías. Él desea expresarnos las mismas palabras de esperanza para nuestra vida. RA
Referencias:
1 Todas las citas bíblicas de este artículo son tomadas de la Nueva Traducción Viviente (NTV).
2 Elena de White, El camino a Cristo, p. 83.
Gracias por éstas inspiradoras palabras.Dios les bendiga.