El desafío de ser una iglesia mejor en un mundo cada vez peor.
Crisis medioambiental, con olas de calor y grandes incendios. Inestabilidad económica. Una guerra que lleva ya casi dos años. Otra que acaba de estallar, y que bien podría ser la chispa que encienda el polvorín de Medio Oriente. Fraudes electorales y polarización política. Una sociedad cada vez más decadente en lo moral.
Sí, lo sé, no son buenas noticias. Quizá la buena noticia sea que las profecías se están cumpliendo, y que eso nos acerca más a la venida de Cristo. Eso no alivia el sufrimiento propio y ajeno causado por tanta maldad, pero nos recuerda que vivimos inmersos en este Gran Conflicto que está muy pronto a tener su desenlace.
Todo este escenario, además, debería enfocarnos más en nuestra tarea, nuestra parte. En su artículo del 30 de diciembre de 1902, en la Review and Herald, Elena de White evaluó no solo la necesidad del mundo, sino nuestra necesidad de consagración y entrega ante un fin inminente. Ella escribió:
“Dios exige lo que nosotros no hemos dado: una consagración sin reservas. Si cada cristiano hubiera sido fiel a la promesa hecha al aceptar a Cristo, no se habría dejado perecer en el pecado a tantos en el mundo. ¿Quién responderá por las almas que han ido a la tumba sin estar preparadas para encontrarse con su Señor?
“Cristo se ofreció a sí mismo como sacrificio completo en nuestro favor. ¡Cuánto se esforzó por salvar a los pecadores! ¡Cuán incansables fueron sus esfuerzos por preparar a sus discípulos para el servicio! Pero ¡qué poco hemos hecho nosotros! Y la influencia de lo poco que hemos hecho se ha debilitado terriblemente por el efecto neutralizador de lo que hemos dejado sin hacer, o emprendido y nunca llevado a término, y por nuestros hábitos de apática indiferencia. ¡Cuánto hemos perdido al no seguir adelante para realizar la obra que Dios nos ha dado! Como cristianos profesos, deberíamos horrorizarnos ante este panorama.
“Despierten, hermanos y hermanas. Hay una gran obra por hacer. Se requiere una actividad incesante. Las tinieblas han cubierto la Tierra; y las más densas tinieblas, al pueblo. Muchos están lejos de Cristo, vagando en el desierto del pecado. Desconocen el pacto de la promesa. Dios llama a su pueblo a despertar, a sacudir su descuidada indiferencia y a emprender la obra que les espera en sus familias. Luego, que vayan más allá de sus familias para ayudar a otros que lo necesitan.
“Dios les pide que se ocupen de su trabajo, descuidado durante tanto tiempo. Que entren en comunión con él, para que sean imbuidos de su Espíritu. Luego, que vayan a dar a los necesitados la gracia que han recibido de él. ‘Debido a que amo a Sion, no me quedaré quieto. Debido a que mi corazón suspira por Jerusalén, no puedo quedarme callado. No dejaré de orar por ella hasta que su justicia resplandezca como el amanecer y su salvación arda como una antorcha encendida. Las naciones verán tu justicia y los líderes del mundo quedarán cegados por tu gloria. Tú recibirás un nombre nuevo de la boca del Señor mismo. El Señor te sostendrá en su mano para que todos te vean, como una corona espléndida en la mano de Dios. […] Oh Jerusalén, yo he puesto centinelas en tus murallas; ellos orarán continuamente, de día y de noche. No descansen, ustedes que dirigen sus oraciones al Señor. No le den descanso al Señor hasta que termine su obra, hasta que haga de Jerusalén el orgullo de toda la tierra. […] ¡Salgan por las puertas! ¡Preparen la carretera para el regreso de mi pueblo! Emparejen el camino, saquen las rocas y levanten una bandera para que la vean todas las naciones’. El Señor ha enviado el siguiente mensaje a cada país: ‘Díganle al pueblo de Israel: Miren, ya viene su Salvador. Vean, él trae consigo su recompensa’. Serán llamados ‘El pueblo santo’ y ‘El pueblo redimido por el Señor’. Y Jerusalén será conocida como ‘El lugar deseable’ y ‘La ciudad ya no abandonada’ (Isa. 62:1-3, 6, 7, 10-12, NTV)”.
Es verdad. Quizás este no haya sido un buen año para el mundo. Quizá no hayamos cumplido con lo que Dios esperaba de nosotros. Pero podemos renovar nuestro pacto, redoblar esfuerzos y, quizá, redimir el poco tiempo que nos queda hasta el regreso de Jesús. Y que entonces podamos decir al mundo y a la iglesia: “Miren, ya viene su Salvador. Vean, él trae consigo su recompensa”.
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